El teatro abre temporada, nostálgico y emotivo, con la última obra representada antes de la tragedia, Turandot. Expectativa alta para la obertura y la celebración de su aniversario, con una propuesta extrema y espectacular, siendo una declaración de intenciones de la nueva directiva que asume las riendas y que abre nueva etapa de gestión artística. Será una temporada llena de grandes títulos. Insinuación visible ya en esta producción para los amantes puccinianos, donde la combinación entre elementos escénicos y discursos dramatúrgicos han dado mucho que hablar, consiguiendo hacer de la leyenda milenaria un auténtico espectáculo ciberpunk.

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Turandot en el Gran Teatre del Liceu
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

Una producción que ha apostado por una China futurista, donde robots y cámaras vigilan las fronteras del escenario; sus habitantes están privados de identidad bajo el poder omnipresente de Turandot y todos ellos ataviados con máscaras de leds formando legiones. Mientras tanto, la principessa se encuentra aislada dentro de una estructura piramidal (como único elemento escénico, móvil) que actúa como palacio, santuario, refugio y trono, además de poseer dos brazos robóticos que observan a sus súbditos y son los encargados de ejecutar sus veredictos. Uno ve todo aquello y no puede dejar de pensar en Matrix, Metropolis, Serial Experimental Lain, Tron, o quizás en algún relato de Isaac Asimov, en algún videoclip de Daft Punk o como poco, recordar alguna que otra reflexión de Foucault sobre el ojo panóptico viendo a esa Turandot virtual…

Lo cíborg y lo tecnológico impera. Y hacen ver al príncipe Calaf, a su padre Timur y a la joven Liù como auténticos forasteros que recién llegan a esa utopía futurista, pasando a ser los más cercanos a nosotros dentro de este plano de ciencia ficción y hieratismo lumínico (fantasía creada por Marco Filibeckç). Un gran despliegue escénico que evidencia una lucha: inmensidad versus intimidad. Dos planos separados, el de las pruebas enigmáticas y el del conflicto interior, pero que se conectan emocionalmente a través de la inmortal melodía del maestro italiano. Franc Aleu, quien firma por vez primera como director escénico en el teatro, junto a Susana Gómez, no se han dejado nada en el tintero. Estaticismo perenne, eso sí, durante toda la representación; una propuesta que contrapone a sus (ciber)personajes, con todo el peso de la leyenda y su contenido simbólico, contra la fugacidad de los motivos melódicos que van apareciendo y armando la anatomía de la obra. En algunos momentos, hay tanto a lo que mirar que uno se tiene que parar y ver realmente lo que está pasando en escena, que no es más que la inmortalidad de la pieza bajo un manto de leds.

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Imagen de la futurista Turandot en el Liceu
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

El marco estético es efectivo, sin duda, y para ello cuenta con un elenco de nivel. El segundo reparto se mostró firme. La soprano Lise Lindstrom debutó en el Liceu dando vida, una vez más, a uno de sus roles más emblemáticos: la princesa Turandot. En "In questa reggia" no decpecionó y dejó ver sus capacidades para afrontar los agudos imposibles que exige el papel; su potencia vocal junto con su interpretación, consolidaron su éxito. Aunque hay que admitir que la gloria se la llevó su compañera de reparto Anita Hartig, la soprano que dio vida a la esclava Liù. No solamente porque es uno de los personajes más queridos, sino porque realmente su delicadeza y riqueza a la hora de entonar un primer “Signore, ascolta!” y su muerte en “Tu che di gel sei cinta”, hicieron las delicias del público. Otro momento consagrado fue el del tenor Gregory Kunde como Calaf, donde su gran asiento no pudo ser otro que “Nessun dorma”. Prueba difícil para cualquier tenor ya que no ofrece ninguna posibilidad de reposo. No decepcionó, ni en esta aria ni en ninguna, mostrando una regularidad potencia durante toda la trama.

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Los personajes Ping, Pang y Pong de Turandot
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

Las apariciones del tenor Chris Merritt como Altoum y del bajo Ante Jerkunica como Timur fueron firmes y consolidadas. Toni Marsol, Francisco Vas y Mikeldi Atxalandabaso como los tres ministros Ping, Pang y Pong ofrecieron esos momentos de oxígeno que la obra necesitaba, siendo el contrapunto del drama aportando agilidad, humor y el poder soñar con una vida mejor.

Solistas de excepción acompañados de un coro que ha mostrado un mejor estado de salud que anteriormente. Noventa y cinco coristas en escena, con la colaboración del Cor Vivaldi – Petits Cantors de Catalunya, mostraron los matices y las sutilezas de la partitura. Solidez musical en todos los aspectos. La orquesta de Josep Pons se mostró mucho más asentada en los momentos pianissimi que en los fulminantes, atribuyendo una atmósfera más captadora y envolvente que rotunda. Acentuación en los cromatismos, consiguiendo ser emotiva y trascendental con toda una orquesta compacta.

Puccinianos, esta Turandot es de visionado obligatorio. Non senti? Il suo profumo è nell’aria!

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