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Ocaso tras el crepúsculo

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'El ocaso de los dioses', Una muy recomendable velada operística que ningún melómano, wagneriano o no, debería perderse

Un momento de 'El ocaso de los dioses' en el Teatro Real de Madrid.
Un momento de 'El ocaso de los dioses' en el Teatro Real de Madrid.

Culmina la saga wagneriana, concebida por Robert Carsen como un ocaso después del crepúsculo, pues el mundo se encuentra en ruina terrible, y el retrato del fin de una era mítica llega como una redundancia, como si los últimos ejemplares de una era fueran los supervivientes de una catástrofe anterior. Tal idea supone que el carácter épico de la historia se difumina, en ocasiones hasta perderse, en aras de una especie de realismo, que alguien calificaría de socialista, donde proliferan desiertos desolados, vertederos y el castillo gibichungo evoca el cuartel general de una república entre bananera y balcánica. Pero el director de escena es un experto hombre de teatro y la intermitente fealdad de su visión se compensa con la espectacularidad de sus imágenes, y, sobre todo, por el rigor y la minuciosidad con que relaciona a los personajes, que actúan según el impulso de las emociones que tan sublimemente despliega la música (magníficos los momentos del descubrimiento de Gutrune por parte de Sigfrido, así como la conmovedora escena entre Gutrune y Waltraute).

El reparto es equilibrado, y sirve bien a sus correspondientes criaturas, cuya presentación viene condicionada por el criterio escénico que abarata los esplendores míticos y prohíbe cualquier ímpetu que suene a heroico. Así, el Sigfrido de Andreas Schager es un mocetón talludo que compone al que fue un héroe sin que su vulgaridad destruya la dignidad del arquetipo. Ricarda Merbeth, uniformada como dependienta de unos almacenes de tercera categoría, es una Brunilda de exquisita feminidad y arranque enérgico que apechuga ella sola en el proscenio, ante el telón bajado (un acierto de la puesta en escena) con su reflexión sobre el cataclismo final. Quizá al Hagen de Stephen Milling, convertido en militarote taimado, le falte algo de la truculencia de bajo profundo del malvado peor del cuento. Las runas, encargadas del mito que sostiene el mundo, se empobrecen como mujeres de la limpieza lánguidas, así como las hijas del Rin dejan de existir como criaturas mugrientas hozando en un estercolero. Excelente la composición de Amanda Majeski como Gutrune, la mezquina y desconcertada rival de Brunilde, y acertado Lauri Vasar como Gunther, su hermano cobarde. Al Alberico de Martin Winkler no se le ve en la oscuridad del despacho del comisario político; Waltraute, vestida también de dependienta, consigue, encarnada por Michaela Schuster, que la secundemos en su nobilísimo afán de evitar la extinción de unos dioses que habían dejado de hacer su trabajo.

Pero los auténticos héroes de la jornada fueron Pablo Heras-Casado y la orquesta del Teatro Real, ofreciendo una notabilísima versión de una música aquejada a veces de una solemnidad que no le es propia, como tampoco le conviene la estridencia o el efectismo. Aquí fluyó emocionada, serena y luminosamente, un éxito de nuestro director, convertido en wagneriano de pro por méritos propios. El público así lo entendió, agradeciendo también a los cantantes su generoso esfuerzo. Protestas para Carsen y los suyos.

Una muy recomendable velada operística que ningún melómano. wagneriano o no, se debería perder.

El ocaso de los dioses

Autor: Wagner. Director musical: Pablo Heras-Casado. Director de escena: Robert Carsen. Reparto: Andreas Schager, Stephen Milling, Ricarda Merbeth, Amanda Majeski, Michaela Schuster. Coro y Orquesta del Teatro Real. Producción de la Ópera de Colonia.

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