Cierre de temporada con un clásico liceísta interpretado por dos de las mejores voces del panorama actual. Lucia di Lammermoor regresa al Gran Teatre del Liceu por tricentésima tercera vez, que se dice pronto. Esta obra musical de Donizetti, inspirada por la literatura de Walter Scott, es una de las más queridas del repertorio belcantista en el teatro catalán y que a su vez forma parte de las obras fantasmales de su programación; un título que tiene especial fama de ser programada varias veces en pocos años y desaparecer de los programas por lustros. Una producción del Bayerische Staatsoper, dirigida por Barbara Wysocka, quien también llama a los fantasmas del pasado. Una propuesta dramatúrgica y escénica basada en la eterna conjugación entre amor, poder y muerte, partiendo de la línea temporal de los años sesenta en EEUU. Wysocka resucita a los Cadillacs, el rosa pitiminí y a los mismísimos Kennedy, siendo este mundo una ejemplificación del mundo de Lucia, en el que también se encuentran los viejos espectros de lo predeterminado y lo opresivo en la realidad de la protagonista, que lucha por su propia libertad de determinación.

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Javier Camarena (Edgardo) y Nadine Sierra (Lucia)
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

Esta Lucia, en la que Wysocka forma trío conceptual con Barbara Hanicka en escenografía y Julia Kornacka en vestuario, es confusa. La idea de ensamblar toda la tragedia romántica entre cuatro paredes de una casa hecha añicos (‘encantada’, con niña fantasma incluida y con proyecciones que evocan una dimensión desconocida), representante del espíritu en sí de la casa Ashton que bien podría ser la de la Casa Usher de Poe, contrasta con la estética del elenco hollywoodiense, chocando frontalmente con una solución escénica que no acaba de casar (difícil será olvidar a ese Edgardo entrando a escena entre escombros en un Cadillac descapotado). El colofón llega con la simbiosis final de la tragedia política estadounidense, trayendo de vuelta los enredos estatales y amorosos del clan americano más conocido. Todo junto hacen de esta Lucia di Lammermoor un cóctel agridulce. Cuesta ver a una Lucia como Jacqueline y a un Edgardo como Jean Dean. No por imposibilidad dramatúrgica, sino por algunas ambivalencias de los discursos planteados en conjunto. Visto desde otra perspectiva, quizá la obra de Donizetti es demasiado romántica para tanta transmutación y combinaciones narrativas que, reunidas todas ellas, hacen desaparecer por momentos la coherencia narrativa del cuadro escénico. En suma, a ojos del espectador, parece que la música y la escena se contradigan, a pesar de respetar el contenido del libreto.

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Nadine Sierra (Lucia)
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

En compensación, se encontró un reparto que hacían olvidarse de cualquier paradoja escénica. Javier Camarena y Nadine Sierra debutaron por todo lo alto en unos papeles que bien conocían y demostraron controlar a la perfección. Dos de los más interesantes cantantes del fraseo ágil y potencia interpretativa dieron los más memorables momentos a gracia del bel canto al cierre de temporada del Liceu. El Edgardo de Camarena triunfó destacando su potencial en los agudos, el trabajo de los pasajes y en la amplificación de posibilidades vocales en la tesitura marcada por la partitura de Donizetti que, siendo contraria a la solución pretenciosa, regala grandes momentos a la voz tenor. Si se tuviese que escoger uno de los momentos más emblemáticos de la puesta interpretativa y vocal de Camarena, sería “Maledetto sia l’istante” del segundo acto, en el que puso toda la intensidad dramática replegada durante toda la obra y que le hizo merecedor de la ovación del público. En cuanto a la protagonista, Sierra patentó su virtuosismo en el fraseo, en agilidad y timbre, y mostró un buen catálogo de pirotecnia vocal; un papel hecho para ella y quien supo aprovechar para lucirse, en la famosa cavatina “Regnava nel silenzio” o el pasaje de voz y flauta conocida como el aria de la locura, donde la exigencia vocal, dramática e interpretativa tocó techo con su interpretación.

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Javier Camarena (Edgardo)
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu
Un espectáculo de voces de primer orden fue seguido y tutelado por Giacomo Sagripanti en la dirección musical, quien hizo una buena lectura en el seguimiento melódico de la intensidad dramática de la obra, resaltando los momentos clave, además de un coro unificado y convincente. Un Alfredo Daza como Enrico y un Emmanuel Faraldo como Lord Arturo se observaban en la lejanía y ofrecieron un buen trabajo en la ejecución, aún irremediablemente eclipsados, fueron más efectivos que el Raimondo de Marco Palazzi o las pequeñas intervenciones de Anna Gomà como Alisa.

Una Lucia di Lammermoor peculiar. Inestable pero espléndida a la vez; desconcertante en escenificación, pero mayúscula en reparto vocal. Brillaron más la presencia espiritual de los personajes que sus complementos en escena.

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