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El gran fresco

Frankfurt. 09/12/2022. Opernhaus Wagner. Der Meistersinger von Nürnberg. Nicholas Brownlee (Hans Sachs), AJ Glueckert (Walther von Stolzing), Magdalena Hinterdobler (Eva), Michael Nagy (Sixtus Beckmesser), Georg Zeppenfel (Pogner), Michael Porter (David), Christina Bock (Magdalene). Director de escena: Johannes Erath. Director musical: Takeshi Moriuchi.

Si hay una obra que podamos llamar coral en el catálogo operístico de Richard Wagner, esa es Los Maestros cantores de Nuremberg (Die Meistersinger von Nürnberg). Aunque evidentemente hay figuras más destacadas, el protagonismo está muy repartido y el pueblo, la ciudad de Nuremberg es parte fundamental de la historia, aparentemente sencilla pero con muchas cargas de profundidad en sus textos que han dado mucho trabajo a los especialistas en la obra wagneriana. Pero más allá de las interpretaciones, que son muchas y que también daré la mía, la impresión con la que uno se queda al final de la obra es que es como un gran fresco musical que representa a una ciudad burguesa alemana que intenta romper con la tradición de la Edad Media y entrar en el Renacimiento, y cómo esos cambios afectan a los burgueses, tanto a los más prominentes como al pueblo en general. Creo que hay que enfrentarse a Los Maestros liberado de cualquier prejuicio que ha cubierto la pátina original del fresco. Hay que pensar en la época que fue compuesto y no, como es habitual en nuestro mundo, juzgar todo con nuestra perspectiva. Cuando se compuso la obra en la segunda mitad del s. XIX el mundo, la sociedad, no era como hoy y lo que hoy es ofensivo e inadmisible en aquel momento formaba parte de la cultura del momento. Más teniendo en cuenta que Wagner intenta ser fiel a la época en la que sitúa su ópera y, por una vez, refleja un mundo real, poblado de personas normales, con sentimientos que todos hemos podido sentir. Es verdad que además está el humor que lo tiñe todo, pero lo que destaca sobre todo es lo accesibles que son los personajes, la fácil identificación que uno puede tener con ellos. Es, junto a Falstaff de Verdi, la ópera más humana y a la vez más grandiosa a la hora de reflejar el sentir de la mujer y el hombre de la calle (aunque hay que recalcar que Verdi eleva la importancia de la mujer en su obra mientras que Wagner, fiel a su tiempo y cayendo yo en las comparaciones que quería evitar, la relega a un plano mucho más humilde). 

¿Y cómo se enfrenta el director de escena alemán Johannes Erath a este magno fresco (la ópera de más larga duración de las de Wagner) en la nueva producción que le ha encargado la Ópera de Frankfurt? Pues de una manera, para mi, totalmente desconcertante y finalmente fallida. Fundamentalmente, Earth despoja a Los Maestros de su lado jocoso, fresco, animado y la convierte en una ópera prácticamente dramática, en la que la alegría casi ni se huele. Esto hace que la esencia de lo que quiso crear Wagner desaparezca. El director “desolla” la historia, a los protagonistas, al pueblo y saca su lado más oscuro, ese que seguramente tendrían aquellos burgueses y Wagner obvió. También trata cínicamente el nacionalismo que impregna la ópera, sobre todo en sus tramos finales, y en general vapulea el sentimentalismo de Sachs, Eva o Walther. La idea es admisible aunque se desvíe completamente de la esencia de la ópera, pero su plasmación en el escenario no convence. El tratamiento escénico es esencialmente simbolista y se ensalza otro tipo de Alemania, la que creó Durero, el arte surrealista de la República de Weimar o Marlene Dietrich en El ángel azul, y los recursos son los típicos: proyecciones, paneles, referencias figurativas o de atrezzo. Pero estos símbolos se diluyen en una mezcolanza que no convence más que puntualmente (el segundo acto, con un continuo movimiento de distintos elementos por los que se mueven los protagonistas, es lo más logrado de la puesta, aunque acabe con una noche de San Juan en la que la trifulca entre los ayudantes y la gente de la ciudad es sustituida por gran parte de los maestros cantores violando a Eva) y que acaba naufragando en un tercer acto con momentos casi esperpénticos (todo el coro, muy numeroso en esta ópera) caracterizado de cantantes del siglo XX, desde Madonna a Pavarotti, pasando por Kiss o Elvis) y un Sachs que ha perdido la cabeza por el amor de Eva. Earth quería desmitificar Meistersinger y lo que ha conseguido en que música y escena no se conozcan, no se entiendan y acaben por darse la espalda.

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Pero Johannes Earth ha tenido un enorme aliado en su puesta en escena y ese ha sido un elenco completamente entregado a las exigencias del director, a su concepción y a su (esto sí) excelente movimiento de los personajes en el escenario. Y es que todos los cantantes estuvieron magníficos en el esquema que en la historia les habían asignado. Me hubiera gustado estar en la premiere para ver qué apoyo daban al equipo técnico en los saludos finales, porque realmente ellos cumplieron sobradamente. Y también lo hicieron a nivel vocal. Como ya decíamos, esta ópera es coral y hay grandes protagonistas y también muchos con menos participación pero imprescindibles en la trama. Y un coro omnipresente, sobre todo en el grupo de los “aprendices” de los Maestros. Pero por encima de todo hay que destacar el impresionante Hans Sachs que nos brindó Nicholas Brownlee. El barítono americano lo dio absolutamente todo para fascinar a un público que lo braveó y aplaudió con ganas al final de la obra. Y es que la seguridad en el dominio de sus excelentes recursos vocales y  en el saber transmitir con ricos matices cada estado de ánimo por el que pasa su personaje ante cada una de las exigencias del compositor en un papel titánico, fueron simplemente absolutas. Es indudable que su timbre no es demasiado atractivo y que la nobleza innata a este rol no lo une con la tradición más wagneriana, pero Brownlee enfoca su Sachs desde un punto más moderno, menos canónico y mucho más entregado (impresionante la forma de abordar, entre muchas otras intervenciones, su famoso monólogo casi al principio del tercer acto Wahn! Wahn! Überall Wahn!, toda una declaración de intenciones de su visión del personaje). Y los resultados son excelentes aunque siempre habrá quien añore otro estilo. Pero es indudable que en un teatro alemán de gran solvencia, con un público que conoce perfectamente esta obra, Nicholas Brownlee salió triunfante. Menos convincente en lo actoral como en lo vocal estuvo Aj Gluekcert en su papel del aspirante a maestro Walther von Stolzing. Aunque su interpretación estuvo a buen nivel, sobre todo en el tercer acto, donde cantó la canción con la que triunfa en el concurso con exquisito gusto, le faltó ese punto de galanura y chulería que el papel necesita, y una mayor seguridad en el tercio agudo que quedó algo descubierto en puntuales momentos. Impresionante el Sixtus Beckmesser de Michael Nagy, una de esas voces que te deja siempre un buen sabor de boca. Se decantó por una interpretación (seguramente por indicación del director pero también por su natural talento) sobria, sin estridencias, ni exageraciones, asumiendo su personaje la tirria que le tienen el resto de maestros. En lo vocal estuvo más que sobresaliente, con un dominio absoluto de toda la tesitura, con una voz de nobles colores y perfecto estilo wagneriano. Una delicia. 

Desconozco las razones que causaron la cancelación de Andreas Bauer Kanabas, responsable del papel de Veit Pogner, pero la sustitución no pudo ser más acertada, pues creo que, hoy por hoy, no hay mejor bajo para este papel que Georg Zeppenfeld que acudió a la llamada de la Ópera de Frankfurt donde, además, debutaba. El bajo alemán está estos días cantando este mismo rol en la Ópera de Viena (hecho en el que también coincide con otra de las sustituciones de la noche, la del papel de Magdalena, esta vez sustituida por Christa Bock, también debutante en Frankfurt y, como Zeppenfeld, muy unida a la Semperoper de Dresde). Poco hay que decir de su trabajo: fue impecable, con esa elegancia que tiene quien domina un papel no demasiado extenso pero que él convierte en una joya musical en cada una de sus intervenciones. Simplemente magistral. También estuvo muy destacado el David de Michael Porter, un gran atleta (por exigencias de la puesta) y un grandísimo cantante que demostró excelentes cualidades en su monólogo del primer acto, uno de los más interesantes musicalmente de toda la ópera. Ya se dijo que los personajes femeninos no tienen la presencia ni la importancia de otras óperas wagnerianas. La Eva de Magdalena Hinterdobler se movió en los parámetros que se le pueden pedir a una soprano en este papel, sin que destacara especialmente, pero desarrollando su papel con pulcritud, un poco más insegura en la zona aguda pero siempre en un nivel vocal cumplidor. Mejores sensaciones dejó en su corto rol Christina Bock, también sustitución de última hora, y que se mostró como una mezzo de color muy bello y que hace destacar el papel de Magdalena. Una cantante que no hay que perder de vista y que, aún no conociendo la producción, se adaptó perfectamente a ella. Impecables todos los Maestros, especialmente el Fritz Kothner de Thomas Faulkner. Estos coros alemanes son una joya y lo volvieron a demostrar en una noche donde su trabajo es amplio y con destacados momentos. Unas voces bien conjuntadas, conocedoras de cómo se canta Wagner e implicadas en una puesta en la que no creo que se sintieran muy cómodas. Bravi a todos ellos. 

El director japonés Takeshi Moriuchi está vinculado a la Ópera de Frankfurt y ha preparado con el director artístico de la casa, Sebastian Weigle (que dirige la mayor parte de las funciones), estos Meistersinger. Es evidente el trabajo de inmersión en una partitura de dimensiones épicas y que mezcla continuamente el lirismo, lo íntimo y las grandes masas corales. Moriuchi salió triunfante de este envite, arropado por el cariño de sus cantantes en los saludos finales y por una orquesta que estuvo siempre atenta a sus indicaciones. Una vez más la Frankfurter Opern-und Museumsorchester demostró su altísima calidad, con dos familias en estado de gracia: los vientos y las cuerdas, verdaderos sustentos de este monumento musical. Una noche en la que las luces de la música y de los encendidos aplausos iluminaron una producción oscura y triste, quizá contestataria y reivindicativa, pero esencialmente poco relevante.

Foto: © Monika Rittershaus