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Recuperando el patrimonio

Madrid. 17/02/23, Teatro Real. Corselli. Achille in Sciro. Gabriel Díaz (Achille), Francesca Aspromonte (Deidamia), Tim Mead (Ulises), Sabina Puértolas (Teagene), Mirco Palazzi (Licomede), Krystian Adam (Arcade), Juan Sancho (Nearco). Coro Titular del Teatro Real. Monteverdi Continuo Ensemble. Orquesta Barroca de Sevilla. Dirección de escena: Mariame Clément. Dirección musical y clavecinista: Ivor Bolton.

Con la llegada de la dinastía borbónica al trono de España, en el país hubo cambios evidentes y significativos en comparación con los Austria. Felipe V trajo maneras y formas de gobernar con las que su abuelo Luis XIV había llegado a ser el monarca más poderoso de Europa. Pero también la cultura española se abrió a las maneras imperantes en el continente en el albor del siglo XVIII. Especialmente el interés de la corte borbónica por la ostentación y el lujo, por las fiestas y los bailes, como demostración de poder produjo un renacer de todas las artes y especialmente en la música. Esta corriente francesa confluyó en España con la música italiana, dominadora absoluta del mundo musical europeo, a excepción de cierta resistencia francesa, a través del matrimonio (en segundas nupcias) de Felipe con la italiana Isabel de Farnesio. Mujer ambiciosa y de gran talento era también una gran amante de la música. A partir de su llegada a Madrid, donde ya abundaban los músicos transalpinos,  el mundo musical girará alrededor de nombre de origen italiano con alguna aportación de compositores españoles. 

Uno de esos músicos que procedían de Italia y triunfaron en la corte española era Francesco Corselli (italianización de su verdadero nombre Francisco Courcelle). Corselli se había criado en la corte de Parma, gobernada por la familia Farnesio, y era hijo del maestro de baile de esa corte Charles Courcelle. Se juntaban pues, en su figura, las dos corrientes predominante en la música de aquellos años: la francesa y la italiana. Pero es indudable que su formación y espíritu es italiano. Después de varios puestos en la corte de Parma, donde ya reinaba el hijo de Felipe e Isabel, Carlos, que sería después conocido como Carlos III, fue llamado a Madrid por la reina para ser el educador musical de los niños reales. A partir de ahí la carrera de Corselli irá unida a la corte borbónica y será en Madrid donde consiga sus mayores triunfos. Rodeado por nombres tan imprescindibles en la música española del XVIII como Domenico Scarlatti, Farinelli, Gaetano Brunetti y Boccherini o José de Nebra, el compositor fue elegido para inaugurar con una de sus composiciones el Coliseo del Buen Retiro, el nuevo espacio que cubriera las constantes necesidades de representaciones operísticas de la corte. Y es que cualquier ocasión (onomásticas, visitas de representantes extranjeros, natalicios y especialmente bodas) la ópera debía formar parte de los fastos regios. Esto dio lugar a una inmensa producción musical tanto instrumental como vocal que hace que el patrimonio español de esa época sea inmenso.

Una de esas ocasiones importantes en las que se encargó a Corselli una ópera fue la boda de una de las infantas españolas, María Teresa Rafaela de Borbón con su primo Luis de Borbón, Delfín de Francia, hijo de Luis XV, y al que no pudo suceder, pues murió antes que su padre. Aunque la boda se celebraría en Versalles en el  febrero siguiente, los fastos por acontecimiento empezaron España y con el estreno el 8 de diciembre de 1844 de Achille in Sciro (Aquiles en Esciros) sobre un libreto de Pietro Metastasio, el gran dominador de la escritura operística del siglo XVIII. Durante más doscientos años esta ópera, como tantas obras musicales del periodo, cayó en el olvido y sólo el empeño del equipo del Instituto de Ciencias Musicales (ICCMU) dirigido por el musicólogo Álvaro Torrente, ha hecho posible la recuperación de esta obra, una de las pocas óperas de Corselli que se conservan completas, de las más de cuarenta de las que hay constancia que compuso.  

La historia de Aquiles en Esciros se inscribe plenamente en la tradición operística de la época con una base mitológica y épica que Metastasio supo convertir en un libreto donde se narra, no sin cierto sarcasmo, la historia de un joven Aquiles, que por el temor de su madre a que muera en la Guerra de Troya, es enviado a la isla de Esciros para esconderse, disfrazado de muchacha, entre las jóvenes que acompañan a la hija del rey Licomede, Deidaia. Pero Aquiles y Deidamia, que conoce su identidad, se enamoran. Entonces el siempre avispado Ulises, que han reclutando héroes para la guerra atraca en Esciros donde sospecha que se esconde uno de los guerreros más aguerridos que desea unir al ejército griego. La trama se complica con la elección por Licome de un esposo, Teagene, que viene a frustrar las pretensiones de matrimonio de la pareja protagonista. Forzado por las tretas (como no) de Ulises para inflamar sus ansias guerreras, Aquiles, finalmente descubre su identidad ante el rey, que perdona a los amantes y bendice su unión antes que el héroe parta a Troya. Una auténtica tragicomedia de enredos, de travestidos y equívocos, entretenida y sin más transcendencia que la de ensalzar la fidelidad y lealtad que los esposos se deben tener. Algo muy instructivo para celebrar una boda real.

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Ahora el Teatro Real, que tenía previsto estrenarla en marzo de 2020, justo antes del confinamiento por la pandemia del COVID-19, por fin ha conseguido estrenarla en España después de casi tres siglos.Y el estreno ha sido todo un éxito. Lástima que uno de los grandes impulsores de esta recuperación, que tanto en las entrevistas previas al fallido estreno como en estas semanas previas (no hay más que leer su interesante entrevista que publica Platea como portada de su número de enero) mostró su entusiasta ilusión por este título, el contratenor argentino Franco Fagioli no haya podido cantar en este primera función por un problema de salud. Por eso hay que indicar, en primer lugar, el agradecimiento que debe tener el Teatro y el público por el trabajo del español Gabriel Díaz, que ha asumido con gran nivel el rol protagonista. Comenzó Díaz dubitativo en su aria de presentación, pero poco a poco fue cogiendo seguridad en un papel harto difícil y de numerosas intervenciones como la que cierra la primera parte de esta representación, "Potria fra tante pene") perfecta a la hora de mostrar la bellísima escritura de Corselli. Impecable en los recitativos (base, sin ninguna duda, donde se mide en este repertorio, la calidad de un cantante, más allá de las coloraturas, que siempre es lo más vistoso de un papel) su trabajo fue muy apreciado por el público que le aplaudió largamente en los saludos finales tanto por su calidad como por el esfuerzo que supone sustituir a otro cantante a última hora en un papel, como ha hemos dicho, tan extenso y comprometido. 

Excelente nivel del resto de los cantantes. En primer lugar de la copratoginsta, Francesca Aspromonte, que dibujó una Deidamia de indudable tirón dramático pero de una calidad vocal especialmente en las arias de corte más lírico. Indudable triunfo de la navarra Sabina Puértolas que bordó con arrojo vocal y escénico las difíciles florituras de sus arias heróicas y que demostró su buen hacer también en los recitativos. En una ópera que se basa especialmente en arias recitativas y da capo, todo el elenco pudo demostrar su valía aunque especialmente brillaron Krystian Adam como Arcade, ayudante de Ulises, y el Licomede de Mirco Palazzi, sin olvidar el buen trabajo de Tim Mead como Ulises y de Juan Sancho como Nearco, siervo de Aquiles. Brillante trabajo en sus tres intervenciones del Coro Titular del Teatro, un conjunto que se sabe adaptar perfectamente a todos los repertorios.

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En el foso dirigía un gran especialista en este repertorio, el titular de la orquesta del Teatro, Ivor Bolton. Su Corselli fue de una calidad exquisita, con unos tempi perfectamente medidos y con la entrega a la que nos tiene acostumbrados esta gran batuta. Le acompañaban el Monteverdi Continuo Ensemble y esa joya que es la Orquesta Barroca de Sevilla, un conjunto que tiene un nivel excepcional y que cuenta con solistas de la talla del trompetista Bruno Fernandes que acompañó (y dialogó) con Teagene en la espectacular aria "Con tromba d’or", que Sabina Puértolas cantó a la perfección.

Mariame Clément, responsable de la dirección de escena, opta por recrear el ambiente escénico que podría haber tenido la ópera en su estreno. La escenografía (firmada por Julia Hansen, responsable también del excelente vestuario) que recuerda a las Cuevas del Drach (con demasiadas escaleras para los cantantes y actores que visten trajes de época), permanece toda la obra con ligeros añadidos de elementos mientras que la idea dramática tiende a resaltar el sarcasmo que subyace en el texto, complementado con una truco teatral no muy original pero que funciona: la historia surge de un libro que está leyendo María Teresa Rafaela (excelente trabajo de Katia Klein) antes de su boda. La propia infanta se ve involucrada en silencio en muchas de las tramas de la obra, creando un ambiente de ensoñación que no desentona con la fantasía heroica que se quiere representar. Un trabajo que enmarca sin problemas una ópera del siglo XVIII.

La labor de un teatro público, y más si es el buque insignia de los coliseos españoles, no es solo ofrecer obras del repertorio, sino también la promoción de nuevas composiciones que mantengan viva la forma operística e indudablemente recuperar obras olvidadas que de gran valor musical e histórico. El Teatro Real, con este estreno, ha conseguido que podamos disfrutar de nuevo del esplendor musical de una España dieciochesca que aún brillaba en Europa y darnos cuenta que el país fue un foco de creación especialmente importante e importador de muchos de los grandes talentos de la época.