“Nixon in China”: la historia en forma de ópera

“Nixon in China”: la historia en forma de ópera

Junto al aterrizaje lunar de la misión Apolo 11 en 1969, la visita del presidente Richard Nixon a Mao Tse-Tung en febrero de 1972 fue uno de los mayores espectáculos mediáticos de su época. Sin embargo, ¿quién hubiera sospechado que aquellas conversaciones en la lejana República Popular China hubieran servido de fuente primaria para una de las óperas más ingeniosas y divertidas de los últimos cuarenta años? Justamente en eso radica la perspicacia del compositor John Adams y de la libretista Alice Goodman, en comprender la importancia del acontecimiento y plasmarlo en una obra lírica. La ópera se estrenó en 1987 en Houston, con la producción original de Peter Sellars y no tardó en cosechar éxito mundial. 

Ayer el Teatro Real –en la línea de esta temporada de apostar por novedades nunca estrenadas en la capital– levantó el telón, por primera vez, para representar a “Nixon in China” bajo la dirección escénica de John Fulljames en una coproducción con la Den Kongelige opera de Copenhague y la Scottish Opera. El patio de butacas se llenó tres cuartos de su capacidad máxima. Ya se sabe que los “puristas” sienten gran dificultad –como si se traicionaran a sí mismos– para presenciar una función que se salga de los parámetros de Verdi o Puccini. En cierta medida, la intención de este texto es también insuflar un mínimo coraje para dar oportunidad a otras obras, y más tan atrayentes como esta, o como la anterior de Shostakóvich, “La nariz”, un auténtico disparate (lucidamente montado) necesario para debilitar la frontera de la zona de confort. 


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John Adams no pretendía con su ópera un retrato superficial o caricaturesco de la visita. Quería escribir una “ópera heroica” sobre la construcción de mitos modernos, con situaciones y figuras arquetípicas. De ello toma nota John Fulljames. Aunque en partes con una sobredosis de imaginación, llegando a rozar la parodia por momentos, éste consigue lo pensado por Adams. El escenógrafo usó abundante material de la época para su puesta en escena, incluso las imágenes proyectadas en todo momento durante los tres actos. Con una escenografía realista e inteligente –que avanza entre las paredes de un gran archivo y copiosos documentos– logra transmitir esa importancia del acontecimiento, asfixiado por los medios de comunicación. Focos, cámaras, flashes por todo el escenario. Todos pendientes de cada movimiento de los dos presidentes en un ambiente sofocante. 

La ópera se compone de tres actos. El primero cuenta la llegada de los Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger (Borja Quiza) a China y el show mediático que supuso, la reunión con el presidente Mao (gran actuación del tenor heroico Alfred Kim) y el banquete en honor a la familia estadounidense, en el cual el primer ministro Chou (Jacques Imbrailo) hace un brindis patriótico por la fraternidad. Aquí el magnífico barítono inglés Leigh Melrose (Nixon), con gran capacidad de expresión, canta su aria sobre la importancia histórica de la visita y de sus esperanzas y temores ante el encuentro (“Las noticias tienen una especie de misterio”). Esa obsesión por el “qué dirán” le consume en aquel momento y esa crítica a los medios y a la tergiversación de la opinión pública es muy valiosa en esta función. El segundo se centra en la Sra. Nixon (admirable actuación de la soprano Sarah Tynan) y en su ocupada agenda: visita una fábrica de vidrio, una granja, etc. Después los Nixon asisten a un ballet escrito por Chiang Ch'ING (el canto de la soprano Audrey Luna se sintió con más soltura durante el tercer acto), esposa de Mao –aquí empieza a ser un poco tragicómico todo en escena, quizás demasiado surrealista en ocasiones–. Ésta, al darse cuenta de que el mensaje ideológico de la obra se les ha escapado a los Nixon, hace un encendido llamamiento a la revolución. El tercer acto, el más humano, repasa las vidas de todos ellos. Mediante una caja colosal y giratoria, en el centro del escenario, que proyecta fotos reales de su pasado, los Nixon recuerdan las malas condiciones de sus primeros años de matrimonio, Mao y su esposa rememoran con cierta nostalgia la época de la heroica Larga Marcha, cuando se conocieron, y Chou expresa su célebre duda: “De todo cuanto hemos hecho, ¿qué fue realmente bueno?” (“How much of what we did was good?”).

Después de la ausencia de Ivor Bolton, toman las riendas de la dirección musical la coreana Olivia Lee-Gundermann y el griego Kornilios Michailidis (30 abr y 2 mayo). En el estreno de ayer Lee-Gundermann lo bordó hasta en el más mínimo detalle. Cabe destacar que se trata de una partitura con escenas y ritmos repetitivos y a la vez muchos cambios de color entre escena. John Adams supo cómo dotar de música este gran acontecimiento histórico. La melodía de Nixon es más cercana a las grandes bandas blancas del swing, a menudo, tirando a música de cine. Sin embargo, el ballet Revolucionario Chino tenía que sonar diferente: más chillón, más propagandístico, grandioso. Muchos metales y maderas predominan en su música minimalista. Inspirado en Philipp Glass, con la influencia de Stravinsky, supo cómo incorporar la gran tradición musical europea con el mundo del jazz. Todos esos componentes se escucharon en el estreno de ayer y fue un auténtico descubrimiento.

hoy, 50 años después, las relaciones entre Estados Unidos y China están bajo mínimos. No queda mucho de la política de Nixon en el trato entre las dos potencias mundiales. Y eso que mucho ha cambiado desde el encuentro entre Mao y Nixon. Por ello, “Nixon in China” es de más actualidad que nunca. La ópera también puede ser una lección histórica. 

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