Il turco in Italia es aparentemente una de las tantas farsas del género buffo, con argumento enrevesado y personajes casi caricaturescos. Sin embargo, esconde una inteligencia dramática a la hora de tratar las relaciones humanas y los choques culturales que hace que siga siendo una obra muy apetecible e incluso innovadora. Por otro lado, la música de Rossini nunca deja de sorprender por su riqueza y su naturalidad para la voz, aunque sin duda es exigente.

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Sabina Puértolas (Fiorilla)
© Javier del Real | Teatro Real

La escena, firmada por Laurent Pelly (quien hace dos años propuso una hilarante Viva la Mamma de Donizetti), pasa ahora por elevar al cuadrado ese aspecto supuestamente ligero con una ambientación de fotonovela de mediados del siglo XX, ya tan anacrónica a nuestros ojos, que es un molde perfecto para la localización original. Decorados simples, pero bien cuidados, esmerados detalles de perspectiva y marcos suspendidos donde encajar a los personajes, son algunos de los elementos que hacen que la puesta en escena sea eficaz. Pero lo más destacable es el dinamismo que consiente que la atención no decaiga en ningún momento, así como una dirección de actores que se detiene en cada movimiento y acción, dotando a cada figura de una profundidad que de primeras no parecía tener. Pelly sin duda convence por la maestría con la que conjuga los efectos escénicos con la capacidad de desarrollo de los roles. 

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Sabina Puértolas (Fiorilla) y el Coro Titular del Teatro Real
© Javier del Real | Teatro Real

En cuanto al aspecto musical, comenzaremos anotando cómo la dirección de Sagripanti fue desenvuelta, frente una orquesta bien engrasada y desenfadada. Se trató de una sonoridad rotunda, bastante abombada desde el foso y en algún momento demasiado enérgica, pero el gesto del director italiano fue claro en todo momento, con tiempos bien ajustados y con los famosos crescendos rossianianos desarrollados adecuadamente. En algún momento de conjunto, sí que se notó algún desajuste entre las capas, faltando un punto de nitidez, pero en todo caso fueron problemas menores frente a una dirección globalmente notable. También el coro, especialmente en su sección masculina, tuvo ocasiones para lucirse, tanto en solitario en el primer acto como integrado con algunos de los solistas en el segundo acto y aportó los oportunos toques de color y desparpajo. 

El reparto vocal rindió a buen nivel en general con papeles que sin duda son exigentes en términos de agilidad, volumen y presencia. Convincente y entusiasmado en el rol, el poeta Prosdocimo de Mattia Olivieri mantiene esa distancia de la metanarración y concilió adecuadamente el aspecto más dramático de cara a los demás personajes con su diálogo interior. Bien estructurada también la voz de la mezzosoprano italiana, Chiara Amarú, con menor protagonismo pero atinada en sus intervenciones, aportando una buena línea de canto como Zaida, especialmente en los momentos de conjunto.

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Pietro Spagnoli (Don Geronio), Chiara Amarù (Zaida), Mattia Olivieri (Prosdocimo) y Coro Titular
© Javier del Real | Teatro Real
Pietro Spagnoli dio cuerpo y voz a un Don Geronio muy creíble: en el aspecto vocal fue de menos a más, sacando adelante también esos momentos de extrema velocidad que para un barítono nunca son fáciles y en el lado actoral, fue un perfecto personaje cómico, rico de matices y autoironía. El Selim de Adrian Sâmpetrean resolvió con solidez todos los escollos de la partitura: caudaloso y con buen empaque en solitario, bien integrado en los conjuntos y, sobre todo, bien combinado con Fiorilla, este bajo se confirma como una voz potente, bien pulida y suficientemente ágil para este tipo de roles. Pero la auténtica protagonista de la ópera es Fiorilla: que maneja los hilos de todos los demás y es el motor de la obra. En tal sentido, Sabina Puértolas demostró todo el carácter necesario tanto en lo vocal como en lo escénico. Sin duda, es una voz con impulso, capaz de confrontar con la orquesta, con el coro y con los demás cantantes siempre de manera brillante. Destacó por los destellantes agudos y por una vocalización bien balanceada, así como por una evidente interiorización del rol, en el que se la vio cómoda en todo momento. Desde un punto de vista escénico, marcó bien el desarrollo entre los dos actos y apuntó a una tesitura más dramática en el segundo, con una madurez de medios notable. Sin duda todas cualidades que arrancaron las ovaciones más intensas al concluir la obra. 

Provocar que al salir de una ópera tengamos una sincera sonrisa es de lo más complicado que puede haber, porque en el dramma buffo se tienen que alinear diversos elementos: la música, las voces y una puesta en escena que destaque esa narrativa. La conjunción feliz de Pelly, Sagripanti y el reparto vocal llevaron todo ello con naturalidad, ligereza y un buen gusto que fueron muy apreciados por un público que salió tarareando las melodías rossinianas del Teatro Real

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