NUEVA YORK / ‘Florencia en el Amazonas’; un siglo después, el Met vuelve a cantar en español
Nueva York. Metropolitan Opera, 27.XI.2023. Ailyn Pérez, Mattia Olivieri. Dirección musical: Yannick Nézet-Séguin. Dirección escénica: Mary Zimmerman. Escenografía: Riccardo Hernández (decorados), Ana Kuzmanić (vestuario), T.J. Gerckens (iluminación), S. Katy Tucker (proyecciones). Catán, Florencia en el Amazonas.
‘I’m Old Fashioned’…; la deliciosa melodía de Jerome Kern no dejaba de venirme a la cabeza mientras presenciaba Florencia en el Amazonas en el Met. El título mismo de la canción me remitía a dos ‘I’, dos ‘yo’ distintos: por un lado, la antigua y, sí, pasada de moda ópera de Daniel Catán, que despedía su propio aroma colorido y cantable, y por el otro yo mismo, con mi obstinada preferencia por las viejas pero buenas óperas frente a la mayoría de las incursiones del siglo XXI en el género. En esta noche de finales de noviembre, los dos ‘I’ coincidimos felizmente.
Florencia se estrenó en Houston en 1996, apenas cuatro años antes del cambio de milenio. Sin embargo, su universo sonoro se remonta a varias décadas antes, a esos comienzos del siglo XX en los que se ambienta la trama, la época de Puccini y Debussy, sin duda, pero también la de Goyescas de Granados y La vida breve de Falla, las dos únicas óperas cantadas en español que la han precedido en el Met (en 1916 y 1926, respectivamente). Falla y Granados eran españoles nativos; Catán (1949-2011) era mexicano, y Florencia añade a la mezcla un inconfundible sabor latinoamericano, un ritmo suave y sinuoso que traza seductoramente el azaroso viaje en barco de vapor de la heroína por el Amazonas hacia un teatro de ópera improbablemente situado en Manaos, Brasil. (En la bella y evocadora escenografía de Riccardo Hernández, el teatro se cierne, distante e inalcanzable, sobre la escena final de la ópera). El libreto de Marcela Fuentes-Berain rinde homenaje al realismo mágico de Gabriel García Márquez sin servilismos. Todo gira en torno al amor: la mundialmente famosa diva de la ópera Florencia Grimaldi, que viaja de incógnito, ansía reencontrarse con el amante de su juventud, un cazador de mariposas desaparecido hace tiempo en la selva tropical; una joven pareja descubre su amor; unos pendencieros esposos de mediana edad recuperan el suyo. Interactuando con ellos, aunque ligeramente apartados, están el capitán del barco y un tripulante llamado Riolobo, que en realidad es un espíritu del río disfrazado. Es él quien, en ropa de trabajo al comienzo de la ópera, prepara el escenario, y también quien intercede, mágicamente engalanado y enjoyado al final del primer acto, ante los dioses amazónicos para salvar El Dorado de los estragos de una tormenta tropical. Entre medias, el cuaderno de un escritor está a punto de perderse, se degusta una iguana marinada (acompañada de un buen rosado), una botella de champán cae por la borda, se juega a las cartas… en pocas palabras, la acción es siempre a pequeña escala. Sin embargo, las diecisiete escenas que integran la ópera son arteramente variadas, con solos, dúos y conjuntos más amplios (todos ellos escritos agradecidamente para la voz), y ninguna dura más de lo necesario, algo poco habitual entre las recientes novedades del Met. De hecho, los dos actos de Florencia se ventilan en dos horas y quince minutos, incluido el intermedio de media hora.
El Met honró a Catán con una excelente producción. La directora de escena Mary Zimmerman acertó al ampliar su mirada mucho más allá de los confines de El Dorado, evocando en su lugar el entorno del río y la selva tropical, cuyos habitantes cobran mágicamente vida gracias a un equipo de bailarines primorosamente ataviados: hay un colibrí y una garza, un fastidioso mono con hilos de marioneta, un cardumen de pirañas nadando a través de los tocados de los bailarines. (El increíble vestuario de Ana Kuzmanić, tanto para los animales humanos como para los peces y las aves, ha merecido con justicia la atención de Vogue). Por su parte, la coreografía de Alex Sánchez mantuvo a la fauna en fluido movimiento.
El elenco fue de primera categoría. El bajo-barítono Greer Grimsley brindó un Capitán enérgico y simpático; la mezzosoprano Nancy Fabiola Herrera y el barítono Michael Chioldi riñeron cáusticamente y se reconciliaron amorosamente; y como sus contrapartes más jóvenes y sentimentales, la soprano Gabriella Reyes y el tenor Mario Chang unieron sus voces de manera encantadora. En el rol de Riolobo, el barítono Mattia Olivieri transmitió un bondadoso atolondramiento como marinero y una autoridad divina como espíritu del río; en ambos casos, cantó maravillosamente. A la cabeza del reparto, la soprano Ailyn Pérez estuvo a menudo soberbia como Florencia, luciendo unos aterciopelados medios tonos y unos exquisitos pianissimi en los agudos. En el foso, Yannick Nézet-Séguin supo inocular a la orquesta los colores y los ritmos de Catán.
¿Alguna objeción? Pues sí; hubiera deseado que el texto en inglés, proyectado torpemente sobre el curvo escenario, hubiera resultado más legible. También que la actriz principal hubiera exudado un poco más de grandeur de prima-donna y que el timbre de su voz se hubiera diferenciado algo más del de Reyes, favoreciendo de ese modo el contraste vocal. Tampoco habría estado mal que el director titular del Met refrenase su tendencia a elevar los decibelios orquestales al final del primer acto, en detrimento del elocuente Olivieri. Y, por último, hubiera deseado que, a pesar de su innegable belleza, la partitura de Catán contuviera al menos una melodía tan memorable como ‘I’m Old Fashioned’. Pero dejaré a un lado estas reservas y agradeceré al Met la feliz velada que nos proporcionó.
Patrick Dillon