BARCELONA / Un ‘Ballo’ musicalmente espléndido
Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 09-II-2023. Freddie De Tommaso, Artur Rucinski, Anna Pirozzi, Daniela Barcellona, Sara Blanch, David Oller, Valeriano Lanchas, Luis López Navarro, José Luis Casanovas, Carlos Cremades. Orquesta y coro del Gran Teatre del Liceu. Dirección musical: Riccardo Frizza. Dirección escénica: Iacopo Spirei. Verdi: Un ballo in maschera.
La producción de Graham Vick sobre Un ballo in maschera, estrenada póstumamente en el Teatro Regio de Parma en 2021 ha llegado al Liceu de la mano de Iacopo Spirei y con ella la constante presencia de las máscaras y la atmósfera libertina que fomenta, con figurantes y acróbatas jugando a la ambigüedad sexual y movimientos bastante extraños, casi de danza contemporánea. Las evoluciones de esa presunta figuración transgresora a veces interactúan con los solistas y en otras ocasiones son un poco autónomas del núcleo de la trama.
Sorprende además la abigarrada mezcla de épocas en el vestuario, que remitía tanto al puritano Boston del siglo XVII como a la corte sueca de Gustavo III de 1792, o incluso del siglo XIX, en el vestuario de Amelia o la plena actualidad en el vestuario de marineros y faranduleros. En cambio, todo un acierto expresivo la iluminación, a cargo de Giuseppe di Iorio, desde la convencionalidad más plana de los dos primeros actos, hasta la brillante ambientación discotequera en la escena del baile de máscaras del tercer acto.
La escena está presidida por una tumba coronada por un ángel negro alado sobre una plataforma giratoria, un fondo semicircular con puertas y una galería a media altura donde queda enclaustrado el coro, convertido en mero espectador enmascarado al estilo de la tragedia griega, si bien su actuación fue más que correcta pero deslucida por esa especie de exilio escénico. Al final, este montaje de Vick repuesto por Spirei fue en general cortésmente recibido.
Desde el foso Riccardo Frizza marcó unos tempi muy rápidos, vivos y precisos. En algunas introducciones, como la escena de Ulrica o en el inicio de la gran escena de Amelia en el segundo acto, logró incluso una sonoridad contundente de las diversas familias instrumentales, en especial maderas y metales. En pasajes de impacto orquestal como el de la elección del ejecutor del magnicidio, con protagonismo de fagots, trombones y tuba en diálogo con violines y violoncelos en cambio no fue tan contrastado. Sin embargo, Frizza, a pesar de tapar en ocasiones a algún solista en su registro más grave, lució esa ductilidad flexible que le viene del repertorio belcantista que ha frecuentado y la implantó con autoridad en su enfoque del Ballo.
Los bajos Valeriano Lanchas y Luis López Navarro (los conspiradores Samuel y Tom) destacaron gracias a voces bien timbradas, audibles y firmes en sus intervenciones, además de escuchárseles bien en la pasarela a media altura en la boca del escenario en la resolución del final del segundo acto. El barítono David Oller (Silvano) aprovechó bien sus frases en la escena de la maga Ulrica del primer acto, con buena proyección y un color atractivo.
Mucho más interés tenía escuchar la Ulrica de la mezzosoprano Daniela Barcellona en su sexta asunción del rol. Aunque no tiene ese timbre oscuro que asociamos a mezzosopranos dramáticas míticas en el rol, no cargó las tintas en la zona grave, demostrando gran inteligencia al abordarlo desde un centro y agudo más firme y timbrado, dándole una sonoridad más carnosa y menos de ultratumba.
El Oscar de la soprano lírico-ligera Sara Blanch –que al final cantará todas las funciones programadas en vez de alternarse con la escriturada Jodie Devos, que ha cancelado por enfermedad–, estuvo bien a pesar de que ella precisa roles de mayor lucimiento. En la inicial “Volta la terrea fronte” ya mostró un canto ágil y expresivo. En otros momentos como en el concertante del acto I o el quinteto “Di che fulgor, che musiche” supo además hacerse oír, pues proyecta muy bien su registro agudo y se entrega escénicamente, como en su “Saper vorreste” en la escena final. Al final demostró que no hay papel pequeño si se controla bien la voz y se aprovecha hasta el más mínimo resquicio de lucimiento.
El Renato del barítono Artur Rucinski, a pesar de despachar fríamente su “Alla vita che t´arride”, fue entrando progresivamente en el rol y esperó a “Eri tu” para lucir una buena integración de centro y agudo, con una homogeneidad encomiable, prodigando primores en sonidos apianados al final del aria, con una cuidada línea canora. Se echó de menos una mayor proyección de la voz para resultar mucho más consistente.
Lo mejor de la noche fue la Amelia de la soprano Anna Pirozzi, recién aterrizada de sus funciones parisinas de Adriana Lecouvreur. Se agradeció muchísimo esa genuina “italianità” en dicción y estilo que precisa un rol tan exigente en lirismo y potencia. Lució un canto muy natural, enmarcado por unos agudos sonoros y firmes y un centro mórbido y bien redondeado, sin problemas de volumen en las escenas de conjunto. Aunque está en una fase de su carrera muy cimentada en el Verdi más spinto, Pirozzi posee esa reserva de legato en las frases elongadas que le viene del repertorio belcantista dramático que sigue cultivando, como su próxima Norma en Nápoles.
El tenor Freddie De Tommaso ofreció un Riccardo muy atractivo vocalmente, que en algunos momentos recordaba a Carlo Bergonzi, pero dotado de una mayor luminosidad en centro y en el agudo, bastante bien cubierto, de nuevo influencia bergonziana. Destacó en “Di tu se fedele” aunque estuvo interpretativamente mucho más convincente en su última aria, “Ma se m´è forza perderti”. Con todo ha de mejorar técnicamente en los pasajes más en forte y en los concertantes para no empujar el sonido artificiosamente y más si se asienta en roles lírico-spinto, que todavía le quedan algo grandes, aunque es joven y tiene tiempo para pulirse y afianzarse. En el dúo de amor “Teco io sto” hubo un empaste modélico con la soprano y en sus otras escenas, la pareja protagonista alcanzó cotas muy emotivas.
Los cantantes del primer reparto y la dirección musical ofrecieron un espléndido rendimiento y propiciaron el feliz reencuentro con esta obra maestra verdiana, tan inspirada en melodías y lenguaje orquestal, que abre el periodo de madurez del compositor, con maravillas todavía más imponentes.
Josep Subirá
(fotos: A Bofill)