MADRID / ‘La voz humana’ y ‘Erwartung’: angustias de princesas descalzas
Madrid. Teatro Real. 17-III-2024. Ermonela Jaho, Malin Byström. Orquesta titular del Teatro Real. Director musical: Jérémie Rohrer. Puesta en escena: Christof Loy. La voz humana, de Poulenc; Erwartung, de Schoenberg. Con Silencio, por Rossy de Palma.
¿Modernos? Este año se cumplen cien del estreno de Erwartung, compuesta en 1909. Y falta poco para que se cumpla el centenario de la versión teatral de La voz humana, convertida en ópera en 1958. No, no es moderno ya lo que ahora vemos, aunque Schoenberg siga siéndolo en buena medida, tal y como él quiso siempre, y a pesar de los que invocaron su nombre en vano desde finales de la década de 1940, tras la guerra.
Los personajes ausentes
Ambas obras tienen la abrumadora presencia de un hombre, pero ese hombre está ausente, por mucho que su presencia sea abrumadora. En teatro, lo sabemos, no se debe hacer aparecer al personaje ausente, salvo circunstancias muy concretas, salvo que el personaje cambie lo que imaginábamos, pero no lo empobrezca; salvo que el personaje, como en Erwartung, sea un cadáver (me refiero al original, Loy lo ve de otro modo). Las dos mujeres viven pesadillas. No las sueñan, las viven. El personaje ausente de La voz humana es el que está al otro lado del hilo, el hombre que ha abandonado a la protagonista, Elle (no la abandona por su falta de atractivo, Cocteau insiste en eso); pero hay otra ausencia, la de Marta, la amiga que parece haber salvado a Elle del suicidio. Una no se suicida dos veces, quién sabe; pero a una no la salvan dos veces del suicidio, piensa tal vez Loy, que convierte la asfixia del cable telefónico en sobredosis de pastillas.
Francis Poulenc dominó como pocos contemporáneos suyos la escritura para la voz. Lo demuestran sus muchas mélodies, lo cuenta Pierre Bernac en su libro sobre esas mélodies, que en dos terceras partes compuso el músico para dar conciertos con Bernac. La proeza de hacer cantar a una madre superiora una prosa de Bernanos sin rincón lírico alguno (Diálogos de carmelitas) era una proeza que indicaba que Francis era capaz de hacer cantar cualquier secuencia de palabras. La voz humana se divide en momentos de cantábile sinuoso, un lirismo enamorado de angustia oculta; y, antes y después, los toques nerviosos, notas breves, violentas, staccatos, todo tipo de efectos para expresión de la angustia concreta y los choques repentinos, porque la angustia infinita tiene sentido en el desenlace, tanto en el de Cocteau como en el de Loy. Son incontables las sopranos que han cantado este personaje bello, vencido más que frágil, un tipo de mujer que, según sospechamos, acaso no exista ya. Entiéndame… Cocteau y Poulenc ponían mucho de su parte para construir el personaje de esta mujer. Actrices también, o sobre todo: Anna Magnani, Ingrid Bergman, Amparo Rivelles, Cecilia Roth, Tilda Swinton con Almodóvar. Asombrosa la pureza del texto seco, staccato ante las palabras del ausente al que oye pero no verá más, traducido en música plenamente tonal, diatónica. Asombrosa la capacidad de matices, de tesitura, de construcción del personaje por parte de Ermonela Jaho, que esta vez decidido prescindir de los grandes aparatos de vestuario propios de las heroínas, sufrientes o no, de la ópera italiana, para asumir una bella mujer cuya angustia la lleva a un final buscado por ella misma. No es trágico ese final, no hay fuerzas divinas o naturales con las que luchar. Ermonela Jaho extrae de su dramático repertorio el arsenal de conflictos internos, pero además sabe, sin duda con Loy, construir el gestus de este personaje que, a su angustia, añade la nuestra, porque es como esos personajes teatrales que, de niño, querías salvar del acecho de los malos.
¿Qué silencio?
El monólogo Silencio, de varios autores, sin música pero con Rossy de Palma… ¿Cuál es su sentido dentro del espectáculo? Otra mujer, sola; otra mujer, pero se diría que sin pesadillas, con ironía y hasta casticismo (¿es exportable esta parte de la función?). ¿Es una transición sobre todo humorística entre dos angustias? ¿Es una modulación de menor a mayor o al contrario? Una modulación entre dos tonalidades. De la voluntad plenamente diatónica de La voz humana a la poco menos que plenitud cromática de Erwartung. “Monólogos atravesados por el silencio”… evoca Christoph Loy. Sí, de acuerdo, pero Rossy no para de hablar, su transición no es precisamente silenciosa, si bien la orquesta se detiene, apenas surge una rangaine del foso. Rossy de Palma hacía antes el papel de Marta, ausente en el texto, presente con Loy; Marta, claro está, no habla, qué difícil es este papel, y qué bien resuelve Rossy. Por lo demás, Loy tiene sus razones para este intermedio, que es modulación. No lo acabo de entender, pero sé que el talento tiene razones que la razón desconoce. Confío en Loy, no sé ustedes.
Erwartung. El Romanticismo y el diván
Y llega el texto retorcido de Marie Pappenheim del que Schoenberg logró una estremecedora media hora de angustia. Loy, ya anunciábamos, descree de los exteriores, según declaró en su entrevista a Juan Lucas. Cuando el cine puede reproducir los exteriores y convertirlos en fuente de angustia mejor que unos decorados que hoy no nos van a convencer, Loy ve lógico desplazar el exterior inquietante de Erwartung a una habitación con ventanales y cama: “hoy en día la mayor parte de nuestros encuentros sociales se producen en espacios interiores”. Así, las cosas transcurren en un interior, y hay un jardín o un huerto ahí fuera, no un bosquecillo. Hay una cama, en la cama se duerme; en la cama se tienen pesadillas. Y la Mujer, die Frau, sufre una pesadilla intermitente. La tríada conflicto / crisis / catástrofe se resuelve en Schoenberg por una línea que lleva del crecimiento de la angustia al hallazgo del cadáver. En Loy el cadáver aparece pronto, pero no es cadáver… ¿Es proyección? Sí, sin duda. Pero a veces es demasiado cotidiano. A veces choca la solución vocal de Malin Byström con la imagen del actor. La ambigüedad viene a salvarlo todo, esa es una de sus virtudes: aparece vivo, vestido, con una cartera de trabajo: ¿lo acuchilla o se echa en sus brazos? Oscuro, apagón. Decía Byström, en privado: el papel más difícil de mi carrera. Sin duda, Malin, pero qué asombrosa manera de resolverlo, en voz, en proyección, como actriz, con la indefinición (furiosa) entre algún exceso de subjetividad (eso que llaman locura) y un toque realista de las cosas; solo un toque. Si estamos en Viena 1909, ha de notarse. Y Malin lo hace notar. Con Loy y con más luminosidad que Schoenberg, más oscuro, más tardorromántico y por ello voz primera de lo expresionista.
Loy descalza a sus mujeres. Princesas descalzas, signo de fragilidad, símbolo de “echar a volar”. ¿Vuelan las princesas cotidianas con alas eléctricas? Pero si esos pies necesitan base, ahí está el maestro Jérémie Rohrer para dársela. A ambas. Magistral batuta, espléndida orquesta que se multiplica en colores durante la pieza de Schoenberg.
Schoenberg, nacido hace 150 años (en septiembre los hará) ha estado presente en el Real con esta obra, y en su programación exterior con Pierrot Lunaire y el Cuarteto op. 10. Todas ellas han estado presentes en esta revista.
Santiago Martín Bermúdez
(fotos: Javier del Real)