Poética desnuda y buena lírica: Peleas y Melisande en la Opéra national du Rhin

Peleas y Melisande en la Opéra national du Rhin
Peleas y Melisande en la Opéra national du Rhin. Foto: Klara Beck

La Opéra National du Rhin trae a Estrasburgo un desnudo y emotivo Peleas y Melisande creado en la Komische Oper de Berlin, de la mano de Franck Ollu, Barrie Kosky y un reparto excepcional.

Hay siempre algo de nostálgico en las obras que están a caballo entre dos estilos. A la búsqueda de ruptura con el pasado se superpone sin remedio la preservación de parte del antiguo zeitgeist. El resultado de este conflicto suele considerarse como démodé por los verdaderos rupturistas, que injustamente olvidan cuánto deben a estas obras de transición. Un ejemplo de este tipo de obra es Peleas y Melisande, la única ópera firmada por Debussy, representada estos días en la Opéra National du Rhin (OnR) bajo la batuta de Franck Ollu.   

En Peleas y Melisande, el simbolismo y decadentismo del texto de Maurice Maeterlick, una relectura de la historia de Francesca de Rímini y de la de Tristán e Isolda, choca con la modernidad musical de Debussy. El resultado es una pieza moderna pero exenta de ironía, un drama que retoma el clásico conflicto entre convenciones sociales y amor sobre una lírica que se desliga del canto y se va asemejando al habla. El virtuosismo lírico da paso a la exploración de las inflexiones del canto y de la prosodia de la lengua francesa. Esto permite seguir mejor las preciosas metáforas de Maeterlick, que giran en torno a la repetición de símbolos: los cabellos, el mar, la torre, los ciegos. La intención de Barrie Kosky, a cargo de la puesta en escena, es preservar la poética de Maeterlick y forzar al espectador a concentrarse en la evocación del texto y la música. Para ello recurre a una escenografía de una sobriedad extrema, absolutamente carente de objetos. Los intérpretes sugieren todo, con sus gestos o con las imágenes del texto. Las miradas se dirigen casi siempre al público, aún en los diálogos. Esto pone aún más de relevancia las expresiones de los cantantes, forzadamente exageradas, que complementan también el texto y evidencia las articulaciones del canto. El espacio es pequeño y opresivo, cerrado por un inmenso marco de tonos grises que se asemeja al de un teatro de guiñol o al de las primeras salas de cinematógrafo. Y es que hay algo de inspiración de la primera época del cine mudo en cómo se mueven los intérpretes, que se hace evidente cuando Kosky proyecta sobre la escena una iluminación que simula las inevitables manchas y cortes de las películas de celuloide. En este espacio cerrado los personajes se distribuyen en varios escalones que giran para hacerles entrar o salir de escena, lo que enfatiza su carácter de autómatas de caja de música, de guiñoles al servicio del Destino y las pasiones, puestos ahí por alguien para vivir una vida que no entienden.

Peleas y Melisande en la Opéra national du Rhin. Foto: Klara Beck

A nivel lírico el reparto es excepcional. Anne-Catherine Gillet nos ofrece una Melisande magnífica. Su timbre cuidado y su delicadeza en el fraseo y los trémolos son conmovedores, sobre todo en el breve fragmento a capela que abre la descripción de sus cabellos descendiendo desde la torre o en el dueto en el que declara su amor a Peleas. Jacques Imbrailo, que interpreta a éste último, nos ofrece una voz dulce y precisa en la articulación, aunque insiste demasiado en el carácter retraído del personaje, que roza lo cómico y lo hace menos convincente en su pasión por la extraña Melisande. La estrella es sin duda Jean-François Lapointe, capaz de poner cada sílaba en su sitio preciso con una fuerza y carácter muy propios del Golaud que encarna. Su voz es especialmente imponente cuando su personaje está furioso, desbordando la escena sin perder la exactitud del fraseo en ningún momento. Así mismo, mantiene su calidad en los momentos más emotivos, especialmente cuando en el acto V suplica el perdón de Melisande. Por su parte, Vincent Le Texier compensa su carencia en la vocalización con una voz de bajo-barítono potente, de sonidos redondos, muy en consonancia con su rol de Arkel, el rey de Allemonde. Marie-Ange Todorovitch, en el papel de Geneviève, muestra una voz de graves bien marcados que nos deja con ganas de más, dadas las pocas frases de su personaje. Por último, Gregor Hoffmann, miembro del prestigioso coro de niños de Tölz, interpreta al pequeño Yniold con desenvoltura de adulto.

Con este magnífico reparto, Franck Ollu y Barrie Kosky han conseguido un Peleas y Melisande emotivo y minimalista, idóneo para la escucha de la obra. Esto no quiere decir que Kosky no se permita ciertas licencias, como hacer que Melisande se trague el anillo que supuestamente se pierde en el lago o convertir su parto en una sangría a lo Dario Argento. Pero estos detalles no ensombrecen la presentación de la poética del libreto, que en su mayor parte se ofrece desnuda al espectador. Kosky sabe que ningún elemento escénico podrá mejorar la evocación del texto de Maeterlick. Y bien que se lo agradecemos.

Julio Navarro