La Calisto llega a Madrid y lo hace de una forma grotesca. Sí, grotesca es la palabra, por muy fuerte que suene a los más puritanos no hay otra forma mejor de definirlo. Sin embargo, no cometan el error de interpretarlo de forma peyorativa ya que, precisamente, ese sentimiento de ridículo y extravagancia que provoca lo grotesco es lo que busca David Alden con un montaje que coloca monstruosidades mitológicas sobre un escenario que mezcla el estilo art déco de las décadas de 1920 y 1930 con la psicodelia de los sesenta. Lo cierto es que logra que el público se carcajee de elementos tan dramáticos que incluye el libreto de Giovanni Faustini como son la violación de Calisto o la tortura de Endimione, haciéndonos sentir a los espectadores, durante las dos horas y media que dura aproximadamente el espectáculo, como auténticos dioses olímpicos que observan con indiferencia los devaneos de razas tan grotescas como los sátiros o los humanos, mientras satirizan a las divinidades que se dejan conmover por las emociones impropias de su estatus. Si es esa la intención de Alden y, con recatada modestia me atrevo a aventurar que probablemente sí, no cabe crítica negativa a unos decorados y trajes muy elaborados y a un movimiento escénico impecable.

Hasta aquí todo muy bien si La Calisto fuese una obra teatral de Faustini, pero es un dramma per musica y claro, el compositor, Francesco Cavalli, que vivió unos cuantos años antes que el director de escena, tenía una visión ligeramente diferente o al menos, eso nos da a entender su música.

Como era tradición en la época, y eso cambió muy poco hasta el siglo XX, la escena la conforman tres parejas, la más noble corresponde a la casta Diana interpretada por Monica Bacelli y al pastor Endimione al que le dio voz Tim Mead. El contratenor destacó desde su primera aria por la dulzura de su voz, la delicadeza con la que acometía los mesa di voce y su gran fiato. Sin embargo, cuando apareció Diana la dulzura de la escena pastoril del “Serenati o core” se vió truncada por una actuación cómica en exceso, burlesca y que desentonaba con las notas que les escribió Cavalli y el texto que recitaban, de igual manera ocurrió en el dúo final de esta pareja, sus voces encajaron perfectamente, pero la escena no se correspondía con el canto.

La segunda pareja es la protagonista, la prima donna Louise Alder en el papel de Calisto, Luca Tittoto como Giove (Júpiter) e interpuesta entre ellos la celosa –y con razón– Giunone (Juno) interpretada por Karina Gauvin. Alder mostró desde su primer aria “Piante ombrose” unos agudos bien colocados y unas coloraturas bien ejecutadas y mantuvo el nivel durante los tres actos hasta el precioso final con el “Coro di Menti celesti”. Pero el tercer acto también guardaba la música sublime del dúo “Mio foco fatale”, sin duda a la altura de los más grandes números de la historia de la ópera con una orquestación sublime, virtuosismo –pero no en exceso– en las cuerdas de la Orquesta Barroca de Sevilla y el bajo a cargo del Monteverdi Continuo Ensemble. Ambos fueron dirigidos de forma impecable por un entregado Ivor Bolton que ya conocía la obra tras haberla estrenado él mismo en Múnich en 2014. Sobre esta envidiable música, las voces de Louise Alder y Luca Tittoto. El bajo italiano, a pesar de su aún corta trayectoria, mostró la flexibilidad de su voz en la divertida “Chi condusi costei” con una pronunciación impecable en italiano –que aunque sea su lengua madre, no suele ser algo habitual– pero le faltó algo más de expresividad en el romántico dúo “Mio foco fatale”. De todas formas, teníamos el corazón ya enternecido cuando llegaron los amantes a declararse su amor ya que, justo antes, la antagonista, Giunone, había interpretado su aria: “Racconsolata e paga”. Karina Gauvin, que se había mantenido con una voz empequeñecida en sus anteriores apariciones, mostró en su momento estrella todo su potencial con una expresividad tal, que todo el Teatro Real quedó acongojado ante la delicadeza de su canto.

La última pareja corresponde a Guy de Mey (Linfea) y Dominique Visse (Satirino). Ambos mostraron unas voces flexibles y excelentes para acompañar las actuaciones cómicas que correspondían a sus papeles. Los cómicos balidos de Visse fueron la anécdota de la noche. Del resto de personajes que completan este gran reparto: Nikolay Borchev (Mercurio), Ed Lyon (Pane) y Andrea Mastroni (Silvano) cabe destacar la amplitud vocal de Lyon y el cálido timbre de bajo de Mastroni.

En definitiva, una nueva producción en el Real que rescata una obra extravagante y llena de lujuria que supone un buen entretenimiento y que consigue su objetivo haciéndonos sentir no solo como dioses del Olimpo, sino también como los venecianos de aquella ciudad de depravación que vio, tal vez no nacer, pero sí crecer y convertirse en lo que hoy en día es a este peculiar género tan falto de moral cristiana al que llamamos ópera.

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