El público del Liceu enloquece con la soprano Anna Pirozzi

Ópera. Estreno en el Gran Teatre

La cantante napolitana sustituía a la sueca Iréne Theorin en ‘La Gioconda’ de Ponchielli

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Anna Pirozzi en el papel de Gioconda (de azul) y María José Montiel, en el papel de la madre ciega, en el estreno del Liceu

A BOFILL

La napolitana Anna Pirozzi salió este lunes al escenario del Liceu dispuesta a defender el estreno de La Gioconda, de Amilcare Ponchielli, en lugar del segundo reparto que le había sido asignado. La soprano italiana sustituía in extremis a Iréne Theorin, la diva de esta producción. Pero arrancó los mayores bravos y los más largos aplausos (diez minutos en total) que se han dedicado a una soprano en mucho tiempo en este coliseo lírico.

Iréne Theorin, muy estimada por el público del teatro de la Rambla, se está recuperando de una pulmonía, según indicó Christina Scheppelmann, directora artística del Gran Teatre, antes de dar comienzo la ópera. Algunos asistentes respondieron con silbidos, y la directora les espetó: “Antes de silbar esperen a ver la función porque la señora Pirozzi ha accedido a adelantar un día su intervención y le estamos muy agradecidos”. Y el teatro aplaudió.

Ya es mala pata que el Liceu reponga esta producción de La Gioconda para que la soprano sueca cumpla su deseo de debutar este papel protagonista, y ésta sufra una indisposición que le impide actuar el día del estreno. No obstante, está previsto que Theorin reaparezca a partir de la función del día 4.

Esta producción es una reposición del montaje que firma el reconocido director y escenógrafo italiano Pier Luigi Pizzi, que ya se vio en el 2005 en el Liceu. El público del estreno se quedó con las ganas de asistir a la pirueta vocal de una voz wagneriana como la de Theorin llevando adelante un papel de tal italianità. Pero por el contrario, disfrutó de una Pirozzi que es acaso la soprano italiana del momento más indicada para este rol lírico dramático.

La Gioconda, estrenada en la Scala en 1876, es una obra emblemática del periodo que va de la madurez verdiana al verismo incipiente. Y el libreto de Arrigo Boito es una adaptación libre del drama de Victor Hugo Angelo, tyran de Padoue. Boito, como Ponchielli, formaba parte de la scapigliatura, un movimiento progresista e iconoclasta que se rebelaba contra el estilo imperante. Trasladó la acción de la Padua del siglo XVI a la Venecia del XVII, y acentuó el romanticismo para acabar escribiendo un drama macabro en el que la muerte acecha, a los amores y desamores.

Nadie como el reggista Pier Luigi Pizzi, de 88 años, para recrear un carnaval en la Venecia de los canales –los que él mismo ve desde su palaciega morada veneciana–. Ahí es donde se desarrolla esta triste historia de una cantante ambulante, la Gioconda (Pirozzi), que se enamora de un noble, Enzo (fabuloso el tenor estadounidense Brian Jagde) que no le corresponde.

Por otra parte, La Gioconda es víctima del asedio lujurioso de Barnaba, un espía de la Inquisición al que aquí da vida el barítono Gabriele Viviani que en su muy temible papel hace honor a lo que se dice de este personaje, que es un precedente del Otello que Verdi escribiría después.

Este es de los pocos títulos operísticos que tiene seis personajes de distinta tesitura vocal y cada uno con su correspondiente aria. La primera en lucir la suya fue la contralto María José Montiel, en el papel de la madre ciega de La Gioconda. Ella arrancó el primer “¡brava!” del público del Liceu.

A partir de aquí todo iría musicalmente en aumento. Pirozzi debutó el papel con naturalidad, haciendo gala de una resistencia y una bravura encomiables –es agotadora la parte grave de “Suicidio!”–, y también de la ligereza de su última intervención.

A su vera, la mezzo Dolora Zajick, de 67 años, hizo una Laura notable en lo vocal, aunque difícilmente creíble en el papel de joven enamorada del tenor al que ama Gioconda. Y no se puede ignorar la labor del gran bajo-barítono Ildebrando D’Arcangelo, aquí en el papel de duque despechado por su esposa Laura. Esto es, la guinda de una grand-opéra pasional y dramática.

El ballet del tercer acto, con coreografía de Gheorghe Lancu, el mismo que hace 14 años protagonizó Ángel Corella en el Liceu, lo bailan esta vez Alessandro Riga (un demasiado musculado miembro de la Compañía Nacional de Danza) y Letizia Giuliani, más un cuerpo de baile escogido para la ocasión, mitad italiano mitad catalán.

Es curioso comprobar cómo el público del Liceu disfruta especialmente de los momentos de un buen ballet. Máxime cuando este fragmento de la partitura es ya archi conocido. A la batuta estuvo muy fino el maestro Guillermo García Calvo, que recientemente recogió en este mismo teatro uno de los premios otorgados por Ópera XXI, la asociación de teatros de ópera y festivales de España.

En cuanto a la presencia de autoridades, es curioso leer en la hemeroteca que en el estreno del 2005 acudieron el entonces presidente de la Generalitat Pasqual Maragall, y el alcalde Joan Clos. Pero en este estreno, la alcaldesa Ada Colau se cayó del cartel a última hora y el presidente de la Generalitat envió a la directora general de Cooperació Cutural como su representante.

Por último, señalar que la única ventaja de que Theorin haya tenido que ser sustituida el día del estreno de La Gioconda, es que los que asistan el martes día 2 al segundo reparto se encontrarán con la sustituta de la sustituta: ¡Saioa Hernández!, la soprano madrileña que fue aclamada en la prima de la Scala del pasado diciembre en Attila.. Este será su debut en el Liceu.

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