Andrea Chénier en La Maestranza: lirismo y amor en la Revolución Francesa

Andrea Chénier en La Maestranza

El Teatro de la Maestranza cierra su temporada con la ópera de Umberto Giordano Andrea Chénier, sin duda una de las páginas más destacadas del verismo que ha contribuido a perpetuar al autor en el parnaso de la lírica. Esta ópera, ambientada en la Revolución Francesa, utiliza los escenarios del terror de París a finales del siglo XVIII para situar una historia de amor entre el poeta Andrea Chénier y la aristócrata Maddalena de Coigny, espléndidamente representados por el dúo protagonista formado por el tenor Alfred Kim y la soprano Ainhoa Arteta. A ellos se sumó un elenco equilibrado y de calidad que contribuyó al éxito rotundo de la representación, en una coproducción con el Festival Castell de Perelada. 

La presencia de Ainhoa Arteta en la Maestranza viene siendo garantía de éxito, a juzgar por la buena acogida de crítica y público que ha tenido en las últimas temporadas. Esta vez no fue una excepción; la soprano llenó el escenario con su voz timbrada de gran belleza y sus dotes actorales, pese a que el papel de Maddalena de Coigny la situaba por momentos en tesituras graves no idóneas para su lucimiento. Aún así, su realización de la aristócrata que ve destruido su universo y que finalmente se sacrifica por amor fue de lo más acertada. La naturalidad de su canto y al expresividad de su interpretación se pusieron al servicio del personaje, entendiendo a la perfección la acción dramática con trazas de espontaneidad y una credibilidad absoluta que llenaron el escenario. En lo vocal, desde los diálogos del primer cuadro hasta el sentido dúo final “Vicino a te s’acquesta” su timbre destacó sobre el complejo tejido orquestal, particularmente en la bella realización de los agudos, que son una característica propia de la intérprete; muy aplaudida fue el aria del tercer cuadro “La mamma morta”, resuelta magistralmente en lo técnico y en lo actoral, demostrando el buen momento en el que se encuentra la cantante. 

Junto a la soprano hay que destacar dos voces masculinas de gran solvencia y fuerza interpretativa. Por un lado, el tenor coreano Alfred Kim como Andrea Chénier demostró un dominio espléndido de la interpretación en su versión contenida pero rotunda del personaje. El brillo de sus agudos, desplegados en el aria “Un dì all’azzuro spazio” o en la romanza “Come un bel dì di Maggio”, fue solo comparable a la emotividad de sus múltiples parlamentos, particularmente en los diálogos con Gérard; cabe destacar su intervención del tercer acto, durante su confesión ante el tribunal, donde entonó con gran perfección técnica el fragmento “Passa la vita mia”. La otra gran voz de la noche fue la del barítono Juan Jesús Rodríguez encarnando a Gérard, un sirviente de pensamientos revolucionarios que se convierte en juez y verdugo del protagonista, si bien su amor hacia Maddalena finalmente le lleva a interceder por él. Su timbre poderoso y rico en armónicos, su técnica depurada y su capacidad expresiva se demostraron en fragmentos como la dramática romanza del primer cuadro “Son sessant’anni”, o en su profundo monólogo del tercer cuadro “Nemico della patria?”. 

Junto al trío protagonista hay que mencionar un elenco de personajes secundarios de igual calidad interpretativa. Empezaremos por la mezzo Mireia Pintó, que bordó su papel de Bersi con grandes dotes para la actuación y una bella y timbrada voz. Así mismo, la mezzo Marina Pinchuk encarnó el doble papel de Condesa de Coigny y de la vieja Madelon, cuya intervención del tercer cuadro le valió el reconocimiento del público. En la parte masculina, el bajo Fernando Latorre como Roucher y el barítono David Lagares en el doble papel de Fléville y Fouquier-Tinville tuvieron intervenciones muy oportunas; también destacó por su dramatización del sans-culotte Mathieu el barítono Alberto Arrabal, y el tenor Moisés Marín, que demostró la belleza de su voz en su doble realización del Abate Chénier y de un Incredibile. 

Andrea Chénier en La Maestranza
Andrea Chénier en La Maestranza

En la parte escénica, hay que reconocer el gran acierto que supuso el diseño y versatilidad del decorado: un salón de la nobleza en el primer cuadro que se va transformando en barricada, tribunal y prisión en cada cuadro sucesivo. La dirección y puesta en escena de Alfonso Romero Mora y Ricardo Sánchez Cuerda  fue sencillamente impecable y de gran originalidad. El techo del palacio, con una gran lámpara de araña colgando de él, evidenciaba desde el principio cierto estado de degradación, metáfora inequívoca del estado terminal del antiguo régimen que representa la Condesa de Coigny y sus invitados; en los actos sucesivos la araña está caída en el suelo, y la cubierta quebrada y parcialmente descolgada, dejando intuir un supuesto cielo nocturno. Por su parte, los paramentos laterales de espejo del salón de baile van desapareciendo y mutando en las galerías del tribunal popular o las paredes de una improvisada prisión. A ello hay que unir un uso muy acertado de la luz y del mobiliario, que articulaban de manera efectista el movimiento escénico, unido todo ello a un inteligente vestuario de época de Gabriela Salaverri.

En la parte musical, Pedro Halffter  repetía una vez más al frente de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, con una dirección precisa que resaltó sobremanera los múltiples pasajes melódicos de la partitura, sin sacrificar la riqueza tímbrica de la música de Giordano. En un momento en el que la institución pasa por grandes dificultades, hay que resaltar el alto estándar de calidad de la orquesta de Sevilla y la importante labor que hace desde el foso de la Maestranza, aunque sea sólo una de las múltiples facetas artísticas que la ciudad de Sevilla debe agradecerle. El sonido de la parte orquestal fue espléndido, y el director realizó un balance entre los efectivos tímbricos preciso y acertado que contribuyeron a que la representación de Andrea Chénier fuese simplemente sublime. 

Finalmente, pero no por ello menos importante, hay que reconocer el mérito de Íñigo Sampil en la dirección del Coro de la Maestranza, representando el pueblo que tan importante resulta en el desarrollo de la trama. Las continuas y oportunas intervenciones en el segundo y tercer cuadro ayudaron a dinamizar la acción, comportándose siempre con profesionalidad escénica y desplegando una calidad vocal que lo sitúan al nivel de los mejores coros de ópera nacionales. 

Gonzalo Roldán Herencia