En la rueda de prensa anterior al estreno, esta producción se había presentado como un alegato feminista, una interpretación interesante y pertinente para este momento, el segundo año después del Me Too. Con estas expectativas nos acercamos a lo que resultó ser una ópera de decorados. Una propuesta en la que las ideas y la creatividad parecen destinadas a la construcción de elementos escénicos y atrezo, en detrimento de indagaciones hermenéuticas y potencia dramática. Unos elementos escenográficos atractivos por momentos, pero con un protagonismo que, más que revelar, esconde: proyecciones que tras la sorpresa inicial emiten un aire pueril de salvapantallas, encuadres que evocan la versión low tech de las inquietantes imágenes de Caspar David Friedrich y unos trajes victorianos esmerados, pero históricamente arbitrarios. Y tras todo esto, un desarrollo puramente clásico, la anunciada promesa de emancipación femenina parece una afirmación interesada, que en la práctica se reduce a que Lucia vista unos pantalones de caza durante los primeros dos actos.

Afortunadamente, un destacado cartel de voces vino al rescate de la producción. Jessica Pratt es una Lucia de lujo digna de un gran fin de temporada, no en vano ha cantado el papel más de 150 veces, incluyendo los sanctasanctórum de Milán y Nueva York. Sin embargo, hubo que tener algo de paciencia para poder disfrutar de todo lo que esta soprano es capaz de ofrecer. En el inicio de la noche se mostró distante, más preocupada por los devaneos escénicos que por la emisión de una voz que parecía no venir del todo calentada. Un “Regnava nel silenzio” correcto, sin más, encendió la sospecha de que las limitaciones de la puesta en escena habían alcanzado también a los cantantes. Sin embargo, en su extraordinario tercer acto llegó la redención. Pratt construyó su escena de la locura sobre la base de magníficos pianissimi, introspectivos y conmovedores; filados fundidos irreprochablemente con silencios tensos e incontestables. Reservó los forte y sobreagudos para expresar sus delirios; la culpa y la paranoia se revelaron a través de fraseos impetuosos, de interjecciones de frenesí. En su Lucia final, el bel canto cedió paso al drama y creó una interpretación para el recuerdo.

A su lado, el tenor chino Yijie Shi ofreció un Edgardo sobresaliente desde el mismo momento de su aparición. La proyección sólida y un caudal sorprendente para un cantante que se supone ligero se complementan con un bello color, homogéneo a lo largo de los tres registros. Si a esto añadimos sensibilidad en el canto y una perfecta dicción en italiano, nos encontramos un Edgardo impecable. El Enrico de Alessandro Luongo fue la parte de más débil del reparto, vocalidad justa y teatralidad rozando lo histriónico. Dos secundarios de auténtico lujo completaron el cartel. Alexander Vinogradov, exhibió rigor y autoridad como Raimondo mientras que el Arturo de Xabier Anduaga, con tan solo unas frases, nos dejó con ganas de mucho más.

Roberto Abbado se despide con estas seis funciones de su etapa al mando de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Ha sido una época convulsa, llena de cambios dentro y fuera del foso tras los que, sin embargo, la calidad de la formación se ha logrado mantener. Su dirección de despedida fue enérgica y abultada –¿cómo irse sin hacerse notar?– pero respetando en todo momento el lucimiento y las necesidades del buen material que tenía sobre las tablas del foso. Para terminar, un teatro en pie al completo, se volcó en agradecimientos a unas voces de primera y a un maestro que ya es parte de su historia.

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