Segundo reparto de Il Trovatore en el Teatro Real: triunfa Leonora

Segundo reparto de Il Trovatore en el Teatro Real
Segundo reparto de Il Trovatore en el Teatro Real

Se ha dicho hasta la saciedad que la ópera Il trovatore (segunda de la trilogía popular de Giuseppe Verdi) necesita los cuatro mejores cantantes del momento, pues es una ópera en la que si no despunta con holgura el canto de los cuatro protagonistas la función está perdida. El Teatro Real, en coproducción con la Ópera de Monte Carlo y la Royal Danish Opera de Copenhague, ha elegido este título tan célebre para despedir su temporada con dos repartos y medio, pues el llamado tercero no llega a estar tan definido como los dos principales. En el segundo que nos ocupa, se pudo disfrutar de buen canto italiano, pero con matices.

Hablemos antes de la oscura puesta en escena de estética minimalista, bajo la régie de Francisco Negrín, que presenta un escenario abierto e inclinado flanqueado por paneles y una iluminación débil y oscura, con primacía de tonalidades grises y negras, en el afán por resaltar el tenebrismo de la ópera. Los casi únicos destellos de luz son las llamas de fuego que emergen del suelo por doquier, representando simbólicamente a uno de los componentes de la propia ópera, la hoguera, que no terminan de aportar demasiado a una ópera donde se han  las luchas a espada entre las dos facciones rivales al modo convencional. El montaje juega con la fantasmagoría, presentando en ciertos momentos los espectros de la madre y el hijo muerto de Azucena. Inexplicablemente, al coro se le hace cantar distribuido desde los diferentes huecos que rodean el espacio escénico como si fueran madrigueras y la torre desde la que yacen prisioneros Manrico y Azucena es una plataforma cilíndrica que sube y baja para mostrar u ocultar su contenido.

Al margen de las veleidades de la escena, lo verdaderamente importante en Il trovatore, ópera heredera del belcantismo, son las voces. Y en este segundo elenco podemos decir que el personaje que se impuso con amplia diferencia sobre los demás fue el de Leonora, gracias a la magnífica aportación de la soprano ruso-abzaja Hibla Gerzmava. Por color vocal y registro –los agudos brillantes y limpios, el carnoso centro- era la Leonora deseada. Su hermosísimo canto encandiló desde su primera gran escena del primer acto (“Tacea la notte placida”), demostrando una gran cantidad de armónicos en una voz inteligentemente manejada y con entera musicalidad. Lo sorprendente es que su volumen vocal y el encanto de su instrumento hizo dejar en un segundo plano a sus compañeros masculinos al final del espléndido concertato del acto segundo, donde el modélico discurrir melódico de sus espléndidos agudos dejaba literalmente sin aliento. Todo el acto cuarto fue plenamente para disfrutar de la morbidez y la intachable línea de canto que nos regalaba esta sensacional cantante, bastante cómoda asimismo en las agilidades de su dúo con el conde (“Contende il giubilo”). Fue más que merecida la entusiasta ovación que cosechó, superando en bravos al resto del reparto.

De atractivos medios vocales partía el tenor Piero Pretti (uno de los Rodolfos de La bohème vista últimamente en este mismo teatro), pues el italiano posee todo el brillo y fulgor de las voces mediterráneas. Pese a buenos mimbres, su canto no fue todo lo refinado y variado que se esperaba. Si bien cantó muy dignamente, incluido el aria “Ah, si ben mio”, su “Pira” pasó sin mayor interés, máxime a la velocidad que se le imprimía desde la batuta. En su dúo con Azucena del cuarto acto tendió a reducir la proyección, cantando en una delicada media voz. Más que mezzo es la cantante Marie-Nicole Lemieux, pues su penetrante tesitura es la de contralto, dando vida a la gitana Azucena, una gran artista que defiende su papel con todos los recursos expresivos que tiene a su alcance, pero cuya realización vocal cae en la estridencia y el grito en cuanto a agudos se refiere. No obstante, sus tremebundos graves son auténticamente heladores. Completando el cuarteto encontrábamos al barítono Artur Rucinski como el malvado Conde de Luna, de un color vocal que no se presenta demasiado oscuro para el personaje, pero que canta con gusto y suma intención su parte, como lo atestiguó su “Il balen del suo sorriso”. Es todo un lujo contar con el Ferrando del timbrado bajo Roberto Tagliavini, todo un ejemplo de buen cantar y decir que aquí en esta producción dirige su raconto a los niños. Igualmente son destacables las aportaciones de Cassandre Berthon como una abnegada Inés y las de Fabián Lara y Moisés Marín como Ruiz y un mensajero. El trabajo del Coro Titular del Teatro Real raya a una altura difícil de superar, al igual que la dirección musical del maestro Maurizio Benini, que sabe acompañar a los cantantes pese a algún exceso de fuego y vigor dramático, que también lo requiere este drama tan netamente español que sedujo a Don Giuseppe, y que se sirvió con creces desde un foso experto

Germán García Tomás