Berlin, Komische Oper, Domingo, 13 de octubre de 2019

Hay palabras que empleamos poco, demasiado poco, como por ejemplo conmoción. Y sin embargo cualquier experiencia teatral debería estar encaminada a generar esa sensación, ese trastocamiento general en el espectador, de un modo tal que salga de la velada entre confundido, noqueado y emocionado. La Komische Oper de Berlín, liderada en estos últimos años por el director de escena Barrie Kosky, ha logrado posicionarse entre los mejores y más reputados escenarios internacionales. Y lo ha hecho apostando por un estilo propio, sin necesidad de recurrir al reclamo de grandes nombres en sus repartos, confiando en el talento de su ensemble de solistas y sus modestos aunque solventes cuerpos estables.

Representar una obra tan singular como Las bacantes de Henze en un teatro con una historia y unas dimensiones tan particulares era un gesto decidido y bien premeditado, con el que Kosky ha buscado llamar la atención, y sin duda lo ha conseguido. Estrenada en el Festival de Salzburgo en el verano de 1966, esta imponente partitura de Hans Werner Henze cuenta con un libreto en inglés, obra de W. H. Auden y Chester Kallman, a partir del original homónimo de Eurípides. La música del compositor alemán ‑concebida en cuatro movimientos, como si fuese una sinfonía- posee una intensidad y fuerza constantes, apenas sacudidas por instantes de un lirismo inquietante. La partitura busca desbocarse y con ello conmocionar al público, de una manera sumamente eficaz e impactante.

La vigorosa y abundante orquestación de esta partitura forzaba de hecho las costuras de la Komische Oper. De ahí que la solución escénica pergeñada por Barrie Kosky hiciera de la necesidad virtud, resolviendo la escenografía (obra de Katrin Lea Tag) con una gran escalinata (remedo de un anfiteatro clásico), donde se disponían parte de la orquesta y el coro (en movimiento, no estático), logrando ir más allá de una mera representación en concierto, al involucrar a toda la sala del teatro en el proceso mismo de la representación, dejando de hecho las luces encendidas casi por completo durante toda la velada, salvo los minutos finales, donde sobrevenía un contundente fundido a negro.

Hay algo de austero e inquietante en esta producción del director de escena australiano. Y es que tanto el juego cromático (básicamente en blanco y negro) como la iluminación (casi excesiva, todo está ante nuestros ojos) dejan entrever un entramado de tensiones latentes e impulsos contenidos, cuya precipitación parece que fuera a desatarse de un momento a otro, como de hecho sucede. Y es que también hay momentos de desenfreno dionisiaco y determinación fatal, como si el devenir de la acción fuera incontenible, sobre todo en la segunda mitad de la función, cuando se precipita la venganza de Dioniso. El trabajo de Kosky logra ser nítido, poético y espectácular, sin necesidad de recurrir a grandes ingenios técnicos ni fantasiosas soluciones escenográficas. Menos es más, sobre todo cuando los acentos están bien puestos y se subraya lo esencial.

Nada en esta función hubiera sido igual sin el admirable desempeño del coro titular del teatro. Su trabajo es encomiable, desde todo punto de vista. No solo porque cantan una partitura endiablada con asombrosa firmeza y convicción. Su trabajo, caracterizados sus integrantes de un modo muy plástico, subrayando la fuerza e intensidad visual de sus intervenciones, resulta fundamental para seguir el devenir de la acción, evocando Kosky con ello el papel original del coro en la tragedia griega, coordinados como un solo hombre, moviéndose arriba y abajo por esa gran escalinata como una masa uniforme e imparable. También es fundamental la contribución al espectáculo del cuerpo de baile, una decena de bailarines que llevan sobre sus hombros la responsabilidad de evocar esos rituales desenfrenados de las bacantes, tal y como los relata Eurípides en su tragedia homónima. Merece un gran aplauso la Komische Oper, por el modo en que sus

Impecable el reparto reunido para la ocasión, en el que repetían algunos de los solistas que ya habían puesto en pie este título en Salzburgo, en el verano de 2018, como el tenor Sean Panikkar, la mezzosoprano Tanja Ariane Baumgartner o la soprano Vera-Lotte Boecker. Conviene seguir de cerca la trayectoria del tenor norteamericano Sean Panikkar (Pensilvania, 1981). De orígenes indios, su voz campanea fácil y lírica, al menos en una sala de las dimensiones de la Komische Oper de Berlín. Su adecuación al estilo de Henze, su impoluta y precisa articulación del texto en inglés y sobre todo su esforzada actuación en escena, redondearon una actuación sobresaliente. La misma entrega interpretativa, el mismo nivel de compromiso con el espectáculo, se advirtió en las citadas voces de Baumgartner y Boecker. La primera de ellas, como Agave, firma un cuadro poderoso y escalofriante, cuando aparece en escena ensangrentada, bajando la escalinata con la cabeza de su hijo entre las manos. Cabe destacar también el buen hacer de Günther Papendell como Penteo, exhibiendo un timbre firme y una insolente determinación en escena, sobre todo cuando debe aparecer vestido de mujer. Fantástico también en su pequeño pero relevante cometido el bajo Jens Larsen como Cadmo. Y sin duda a la altura del resto del elenco las voces de Ivan Tursic (Tiresias), Margarita Nekrasova (Beroe) y Tom Erik Lie, destacando el atinado histrionismo del primero, abriendo la representación.

Imponente, por su autoridad y firmeza, la dirección musical de Vladimir Jurowski, designado ya como próximo director musical titular de la Bayerische Staatsoper de Múnich. El maestro ruso sincroniza foso y escena con precisión de relojero, algo nada fácil en tanto en cuanto numerosos instantes de la acción suceden a su espaldas, en una suerte de pasarela situada a los pies de la platea, con intervenciones también desde algunos palcos. Jurowski hizo sonar la orquesta titular del teatro, una formación cumplidora pero modesta, como si se tratase de una orquesta de primerísimo nivel. Su dominio de la partitura fue apabullante, logrando además dotar a esta música de una teatralidad extrañamente natural.

Con esta producción Barrie Kosky parece haberse decidido a recuperar el espíritu original de la tragedia, que no era otro que el de sacudir las conciencias de los espectadores, conmocionarles, para que de un modo u otro ya no pudieran seguir siendo los mismos al salir del teatro. Su Komische Oper es hoy un espacio, y no solo por esta producción que nos ocupa, capaz de erigirse como un escenario dedicado por entero a esa transformación, ya sea por la vía de la tragedia o por la vía de la comedia.

 

 

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Hans Werner Henze (1926–2012)
The Bassarids (1966)
Opéra en un acte
Livret de W. H. Auden et Chester Kallman d'après la pièce Les Bacchantes d'Euripide (-405).
Création au festival de Salzbourg le 6 août 1966

Direction musicale : Vladimir Jurowski
Mise en scène : Barrie Kosky
Chorégraphie : Otto Pichler
Décors et costumes : Katrin Lea Tag
Dramaturgie : Ulrich Lenz
Chef des chœurs : David Cavelius
Lumières : Franck Evin
Dionysus : Sean Panikkar
Pentheus, roi de Thèbes : Günter Papendell
Cadmus, son grand-père : Jens Larsen
Tiresias, un vieux devin aveugle : Ivan Turšić
Le capitaine de la garde royale : Tom Erik Lie
Agave, fille de Cadmus et mère de Pentheus : Tanja Ariane Baumgartner
Autonoe, sa sœur : Vera-Lotte Boecker
Beroe, nourrice de Semele et de Penthée : Anna Maria Dur
Choristes de la Komische Oper Berlin
Vocalconsort Berlin
Orchestre de la Komische Oper Berlin
Danseuses :
Azzurra Adinolfi, Alessandra BizzarriDamian CzarneckiMichael FernandezPaul GerritsenClaudia Greco, Christoph Jonas, Csaba NagySara PamploniLorenzo Soragni
Berlin, Komische Oper, 13 octobre 2019

Il y a des mots que nous utilisons peu, trop peu, comme le mot chamboulement. Et pourtant, toute expérience théâtrale devrait viser à générer ce sentiment, ce traumatisme général dans le public, pour qu’il sorte de la soirée confus, assommé et excité. La Komische Oper de Berlin, dirigée ces dernières années par le metteur en scène Barrie Kosky, a réussi à se positionner parmi les scènes internationales les meilleures et les plus réputées. Et il l'a fait en optant pour son propre style, sans avoir recours à la prétention de grands noms dans ses productions, en s'appuyant sur le talent de son ensemble de solistes et de ses masses peut-être pas aussi exceptionnelles que d’autres, mais stables et efficaces.

Avec l'aimable autorisation de Platea Magazine.
Article traduit par Guy Cherqui de l'original que vous pouvez lire en espagnol en cliquant sur le drapeau.

Günter Papendell (Penthée), chœur de la Komische Oper Berlin

Exécuter une œuvre aussi singulière que The Bassarids de Henze dans un théâtre d'une histoire et d'une dimension aussi particulières était un geste fort et bien pensé, avec lequel Kosky a cherché à attirer l'attention, et il y a sans aucun doute réussi. Créée au Festival de Salzbourg à l'été 1966, cette imposante partition de Hans Werner Henze présente un livret en anglais de W. H. Auden et Chester Kallman, d'après Les Bacchantes d'Euripide. La musique du compositeur allemand – conçue en quatre mouvements, comme s'il s'agissait d'une symphonie – possède une intensité et une force constantes, à peine ébranlée par des moments d'un lyrisme inquiétant. La partition cherche à déchaîner les passions et donc à heurter le public, d'une manière très efficace et violente.

L'orchestration vigoureuse et débordante de cette partition a en fait forcé les murs de la Komische Oper. Ainsi, la solution scénique adoptée par Barrie Kosky a fait de nécessité vertu, résolvant la scénographie (œuvre de Katrin Lea Tag) avec un grand escalier (mimétisme d'un amphithéâtre classique), où était disposé une partie de l'orchestre et du chœur (en mouvement), en impliquant l'ensemble de la salle de théâtre dans le processus même de la représentation, laissant en fait les lumières presque entièrement allumées tout au long de la soirée, à l'exception des dernières minutes au fondu noir total.

Il y a quelque chose d'austère et d'inquiétant dans la production du metteur en scène australien. Tant le jeu chromatique (essentiellement en noir et blanc) que l'éclairage (presque excessif, tout est devant nos yeux) laissent entrevoir un tissu de tensions latentes et d'impulsions contenues, prêtes à se déchaîner d'un moment à l'autre, comme c'est effectivement le cas. Et il y a aussi des moments débridés de transe dionysiaque et de détermination fatale, comme si le devenir de l'action était incontrôlable, surtout dans la seconde moitié du spectacle, lorsque la vengeance de Dionysos se déclare. Le travail de Kosky réussit à être clair, poétique et spectaculaire, sans avoir recours à une grande ingéniosité technique ou à des solutions scénographiques inattendues. C’est faire plus avec moins, surtout quand les accents sont bien placés et que l'essentiel est souligné.

Chœur et orchestre de la Komische Oper Berlin

Ce spectacle n'aurait pas été du tout le même sans l'admirable prestation du chœur de la Komische Oper, au magnifique travail à tous points de vue. Et pas seulement parce que les choristes chantent une partition diabolique avec une fermeté et une conviction étonnantes. Le travail de ses membres est marqué par son caractère plastique, soulignant la force et l'intensité visuelle de leurs interventions, et c’est fondamental pour suivre l'évolution de l'action, où Kosky évoque le rôle originel du chœur dans la tragédie grecque, coordonné comme un seul homme, qui monte et descend ce grand escalier comme une masse uniforme et irrépressible. Tout aussi fondamentale est la contribution au spectacle du corps de ballet, une douzaine de danseurs qui portent sur leurs épaules la responsabilité d'évoquer ces rituels débridés des bacchantes, comme le raconte Euripide dans sa tragédie du même nom. Les forces de la Komische Oper méritent d'être saluées pour la manière dont elles se sont acquitté de leur mission.

Günter Papendell (Penthée) Sean Panikkar (Dionysos)

La distribution pour l'occasion a été sans reproche, où l’on retrouve certains des solistes qui avaient déjà participé aux représentations de Salzbourg l'été 2018, comme le ténor Sean Panikkar, la mezzo-soprano Tanja Ariane Baumgartner ou la soprano Vera-Lotte Böcker. La carrière du ténor américain Sean Panikkar (Pennsylvanie, 1981) doit être suivie de près. D'origine indienne, sa voix lyrique sonne facilement au moins dans une salle de la taille de la Komische Oper à Berlin. Son adaptation au style de Henze, son articulation impeccable et précise du texte anglais et surtout son travail acharné sur scène complètent une performance exceptionnelle. Le même engagement interprétatif, le même niveau d'implication dans le spectacle ont été remarqués dans les voix mentionnées ci-dessus de Baumgartner et Böcker.

Tanja Ariane Baumgartner (Agave), chœur de la Komische Oper Berlin

La première d'entre elles, qui chante Agave, dessine un tableau puissant et effrayant, lorsqu'elle apparaît dans la sanglante scène où elle descend les escaliers avec la tête de son fils dans ses mains. À noter également le bon travail de Günther Papendell dans le rôle de Penthée, avec un timbre ferme et une détermination insolente sur scène, surtout lorsqu'il doit apparaître habillé en femme. Fantastique aussi la basse Jens Larsen dans le petit rôle (mais important) de Cadmus, et les reste de la distribution est à la hauteur avec les voix d'Ivan Tursic (Tirésias), Margarita Nekrasova (Beroe) et Tom Erik Lie, avec une mention particulière sur l'histrionisme raffiné du premier qui ouvre la représentation.

Ivan Turšić (Tiresias), Jens Larsen (Cadmus), Tanja Ariane Baumgartner (Agave), Margarita Nekrasova (Beroe), Chœur et orchestre de la Komische Oper Berlin

La direction musicale de Vladimir Jurowski, futur directeur musical titulaire de la Bayerische Staatsoper à Munich, s'impose par son autorité et sa fermeté. Le maître russe synchronise la fosse et la scène avec une précision d’horloge, ce qui n'est pas facile car de nombreux moments de l'action se déroulent derrière son dos, dans une sorte de défilé au milieu des fauteuils d’orchestre, avec des interventions également dans quelques loges. Jurowski a fait sonner l'orchestre titulaire du théâtre, une formation accomplie mais qui ne compte pas parmi les meilleures formations berlinoises, comme un orchestre du plus haut niveau. Sa maîtrise de la partition est écrasante, réussissant aussi à doter cette musique d'une théâtralité qui paraîtrait presque naturelle.

Avec cette production, Barrie Kosky semble avoir décidé de retrouver l'esprit originel de la tragédie, qui n'était autre que de secouer la conscience des spectateurs, de les choquer, de sorte que d'une manière ou d'une autre ils ne puissent plus être les mêmes en sortant du théâtre. Sa Komische Oper est aujourd'hui un espace, et pas seulement grâce à cette production, capable de s'ériger en scène entièrement dédiée à cette entreprise cathartique du spectateur, que ce soit par la tragédie ou la comédie.

Günter Papendell (Penthée), Chœur, orchestre et danseurs de la Komische Oper Berlin 

 

 

Alejandro Martinezhttp://www.plateamagazine.com
Alejandro Martínez (Saragosse, 1986). Diplômé en histoire et titulaire d'un Master de Philosophie de l'Université de Saragosse, il est le fondateur et directeur de la revue madrilène Platea Magazine. Au 1er janvier 2018, il prendra ses fonctions de président de l'association aragonaise pour l'Opéra. En 2016 il a publié avec Sergio Castillo, la première biographie dédiée à la soprano (NdT : aragonaise)Pilar Lorengar. Una aragonesa de Berlín (Saragosse, Presses de l'université de Saragosse, 2016). Ils travaillent tous deux actuellement à une biographie du ténor espagnol Miguel Fleta, pour les 80 ans de sa mort.
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1 COMMENTAIRE

  1. A Salzburg Warlikovski n avait jamais dépassé le décoratif dépassé par l oeuvre et le felsenreitschule.
    Kosky retrouve l essence même de la tragédie grecque. Panikkar à Salzburg etait seul et isolé.
    A Berlin sa confrontation avec Papendell autre chanteur génial propulse l oeuvre à un niveau rarement atteint.

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