Jessica di Oviedo

 

Lucia de Lammermoor en Oviedo
Lucia de Lammermoor en Oviedo

La Ópera de Oviedo clausura su temporada con Lucia de Lammermoor, coproducción con la Ópera de Tenerife y el Teatro Colón de Buenos Aires con la dirección escénica de Nicola Berloffa y musical de Giacomo Sagripanti. Jessica Pratt fue la gran triunfadora de la noche con una Lucia muy aplaudida por el público ovetense.

Agorafóbica Lucía la que propone Nicola Berloffa, donde toda la escena se traslada al interior del castillo de Ravenswood, aquí más un trasunto de palacio, y donde desaparecen las tumbas, las fuentes y los parques con lo que, como siempre, se producen evidentes discordancias entre lo que se canta y lo que se ve, aunque en este caso resultan anecdóticas. Porque la propuesta alcanza su nivel álgido, y por ende se explica su apuesta, a la hora de desarrollar la escena de la locura, extremadamente dinámica, moviendo a todos los personajes de habitación en habitación mientras siguen horrorizados a Lucia en sus ensoñaciones. Un giratorio va presentando nuevos escenarios a medida que cruzamos puertas en una dificilísima coreografía que demuestra una excelente planificación técnica y una gran habilidad para mover grandes masas de gente.

Jessica Pratt era la estrella de la noche y ejerció como tal. No defraudó su potencia canora (que causó más de un problema al resto de sus compañeros a la hora de concertar) ni su facilidad tanto en las gimnásticas agilidades como en los filados. Su sensibilidad a la hora de construir un personaje lleno de matices fue premiada sobradamente con largas ovaciones en cada una de sus intervenciones por un público entregado.

A su lado Celso Albelo defendió un Edgardo que se favorece de una voz que ha ganado cuerpo y presencia en los graves, pero que se presentaba algo velada y con suciedad en los agudos, restando brillantez a su sonido, que por otro lado siempre desplegó la elegancia belcantista heredera de la escuela Krausiana.

El Ashton de Andrei Kymach adoleció de agudos cerrados e incluso problemas en las afinaciones de sus cadencias, si bien ganaba enteros cuando se veía arropado en los números concertantes, lo que deja su actuación en correcta.

Sorprendió muy positivamente el Raimondo de Simón Orfila, con una voz que poco a poco va alcanzando un asentamiento baritonal y un color que le permite afrontar esta clase de papeles de bajo con garantías e incluso momentos de gran calidad como en el celebérrimo “Dalle stanze”.

El papel de Arturo, breve pero tremendamente importante, se mostró algo grande aún para el joven Albert Casals, y tanto María José Suárez (Alisa) como Moisés Marín (Normanno) defendieron sus papeles con solvencia.

Giacomo Sagripanti dirigió a la Oviedo Filarmonía en un tempo ágil, buscando siempre favorecer los colores de la orquestación de Donizetti y respetando a los cantantes en sus necesidades a la hora de enfrentarse a las mayores dificultades.  Sonido pleno de la OFil que siempre es garantía en el foso del Campoamor, con mención especial para sus solistas, Mercedes Schmidt (flauta) y Gabriel Ureña (violoncello), con los que se tuvo el bonito detalle de sacarlos al escenario para los saludos finales al terminar la ópera.

El coro de la Ópera de Oviedo fue de menos a más, con un comienzo dubitativo (realmente el primera escena fue una concatenación de desajustes entre foso y escenario de la que no se libraron si solistas, ni orquesta, ni coro) que rápidamente fue solventado sobre todo en los números de conjunto, donde, como siempre, hicieron gala de su empaste, musicalidad y presencia escénica.

Alejandro G. Villalibre