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Cierre ideal

Oviedo. 23/01/2020. Teatro Campoamor. Gaetano Donizetti: Lucia di Lammermoor. Jessica Pratt y Sara Blanch (Lucia), Celso Albelo y Alejandro del Cerro (Edgardo), Andrei Kymach y Gustavo Castillo (Ashton). Simón Orfila y Francisco Crespo (Raimondo), Albert Casals (Arturo). María José Suarez (Alisa). Orquesta Oviedo Filarmonía. Nicola Berloffa, dirección de escena. Giacomo Sagripanti, dirección musical.

Tras una temporada ciertamente curiosa en la Ópera de Oviedo, marcada por el fin de la tetralogía wagneriana, un Rinaldo realmente llamativo, un Ballo in maschera llamativo por la presencia de José Bros en el papel protagónico y un doble programa muy poco frecuente nacido de la consecución de Pagliacci y Una tragedia florentina, la institución decidió cerrar la temporada con uno de sus títulos más programados: la celebérrima Lucia di Lammermoor del genio de Bérgamo. 

Así es que la programación de dicha obra, contando con la presencia de dos intérpretes de referencia en sus respectivos roles, parecía una manera ideal de cerrar una temporada que, por lo demás, se alejaba bastante de lo habitual.  Desde el punto de vista de la escenografía, quizás lo menos reseñable de la noche, se confió para la producción en el trabajo de Nicola Berloffa, quien apostó por una estética trasladada a la Escocia de mediados del siglo XX, sin buscar con esta traslación temporal ningún otro tipo de conexión o interés más allá del puramente estético. Un trabajo un tanto aburrido, quizás, que no pareció aportar valor añadido a lo originalmente dispuesto en el libreto, generando incluso algún momento de distracción al apostar por rotar sobre sí misma toda escenografía durante la famosa escena de la locura de Lucia, obligando a su intérprete a caminar por todo el escenario para evitar salirse de la escena.

Mucho más satisfactorio fue abordar la obra desde el punto de vista vocal, contando así con la posibilidad de escuchar a Jessica Pratt en el rol protagonista que cubrió con la solvencia y la agilidad requeridas aunque se echara en falta por algunos momentos algo de pasión y simulada espontaneidad que alejasen al prototipo romántico que es Lucia de una interpretación excesivamente calculada. Algo fácil de escribir, no obstante, pero difícil de conseguir cuando todo el público espera de ti que deslumbres vocalmente en un rol tan comprometido como exigente. En este sentido, fue gratificante escuchar la fresca interpretación de la catalana Sara Blanch, quién cantó con entrega durante toda la representación del pasado viernes, haciendo gala de un timbre carnoso que se fue desenvolviendo bajo la dirección de una batuta de tiempos algo más pausados que en las noches anteriores y que hicieron pensar si realmente este rol, que requiere de tanta agilidad, es verdaderamente el ideal para Blanch o, por le contrario, resulta más gratificante escucharla en otros roles de corte algo más lírico, donde le resulta posible esgrimir todas sus capacidades.

En cuanto a su ardiente amante, Edgardo, el rol estuvo cubierto en el primer reparto por Celso Albelo, quien se demostró a gran nivel haciendo gala de un timbre verdaderamente bello, denso y amplio en el registro medio y perfectamente timbrado en el agudo. Fue un placer escucharle durante la conocida “Tombe degli avi miei” que precede al final de la obra. Por otra parte, durante la noche del reparto joven, el rol recayó en Alejandro del Cerro que, amén de un entregado fraseo y una excelente disposición, se encontró más centrado en sobrevivir al rol que en interpretarlo. No es sencillo abordar un rol como el de Edgarlo y menos aún lo es cuando se tiene una mala noche o no se cuenta con una técnica totalmente sólida que respalde la interpretación.

En el papel de Ashton se contó con Andrei Kymach para el primer reparto, quien abordó el rol con gusto y acierto, aunque lastrado por una proyección no especialmente generosa, y con Gustavo Castillo para el reparto joven, cuyos medios, como sucedió en el caso de del Cerro, se demostraron ciertamente limitados para abordar un rol de tal enjundia.

Simón Orfila, por su parte, esgrimió unos medios rotundos, casi desproporcionadamente enérgicos, en el cierre de algunas frases como Raimondo, rol que abordó además con gran aplomo escénico. En la interpretación del mismo rol por parte de Francisco Crespo, por el contrario, se desprendieron buenas intenciones, pero una presencia insuficiente en algunos momentos que, en todo caso, fue en consonancia con las capacidades de buena parte del mencionado reparto.

Cerrando el elenco, se demostró efectivo, tanto vocal como escénicamente, el trabajo de Albert Casals abordando el rol de Arturo, mientras que el desempeño vocal de María José Suarez nos resultó realmente limitado y caracterizado por un color vocal no excesivamente amable.

Desde el foso del Campoamor, la Oviedo Filarmonía interpretó la obra con corrección, guiada por las instrucciones del maestro Giacomo Sagripanti que, si bien no consiguieron legarnos una Lucia reseñable desde el punto de vista musical, lograron a llevar a buen puerto la obra y abrir así la puerta a los títulos de la nueva temporada, cuyo reparto, aún desconocido, será comunicado por la Ópera de Oviedo en las próximas semanas. Resta ahora, para el público ovetense, fijar la atención en el Festival de Teatro Lírico, que arrancará el próximo 27 de febrero con El barberillo de Lavapiés.

Foto: Iván Martínez / Ópera de Oviedo.