VALENCIA / Contra viento y marea
Valencia. Palau de les Arts. 28-IX-2020. Mozart, Così fan tutte. Federica Lombardi, Paula Murrihy, Marina Monzó, Anicio Zorzi Giustiniani, Davide Luciano, Nahuel Di Pierro. Coro de la Generalitat Valenciana. Orquesta de la Comunidad Valenciana. Dirección musical: Stefano Montanari. Concierto escénico: Silvia Costa.
Contra viento y marea, y con ejemplar control del movimiento de espectadores y medidas de seguridad, el Palau de les Arts y su director artístico, Jesús Iglesias, no se han amedrantado ante la pandemia y han mantenido la inauguración de la temporada. No ha podido ser con el previsto montaje del Requiem de Mozart concebido por Romeo Castellucci y estrenado el pasado año en el Festival de Aix-en-Provence, pero sí se han ‘reutilizado’ algunos de los cantantes ya comprometidos para este nuevo Così fan tutte semiescenificado. También se ha mantenido al director musical, el singular y reconocido Stefano Montanari (1969), mientras que para la escena se ha recurrido a la italiana Silvia Costa, que ha salido del paso con un trabajo muy elemental, escueto y casi minimalista, cuyas cortas cualidades quedan empañadas por la mortecina y básica iluminación de Marco Giusti.
En el foso, entre un mar de mamparas y distancias de seguridad, la Orquesta de la Comunidad Valenciana sonó estupendamente bajo la guía vertiginosa de Montanari, que ya desde el inicio, con una obertura dicha a mil por hora que anunciaba lo que se avecinaba a lo largo de las dos horas y media cortas que duró este recortado Così fan tutte, dejó claro que su versión iba a estar fuertemente adjetivada por el capricho de una batuta que dominaba de pe a pa la partitura, que sabía lo que quería, y también cómo conseguirlo. Una batuta que iba a la suya, segura como pocas, pero también desquiciada como ninguna otra, que volaba de la boca del caricaturesco maestro a su espalda, donde se la clavaba cada vez que le salía de las narices, cual estoque torero, entre la camiseta –nada de frac, of course– y la columna vertebral, dejando asomar la empuñadora sobre el cogote del singular maestro-Miura. Cuarto y mitad. Un numerito, desde luego, nunca visto.
Además del mal gusto y la guarrería de meterse la batuta en la boca, tuvo la descortesía de dirigir sin mascarilla, mientras todos los instrumentistas –salvo los del viento, naturalmente- iban con su correspondiente tapabocas. Las payasadas también llegaron ante el teclado, donde en recitativos y demás improvisaba morcillas de gusto tan dudoso como su adecuación a la dramaturgia de un dramma giocoso que va bastante más allá de su bufa epidermis. La bufonería se impuso sobre los sentimientos recónditos -celos, amor, amistad, honor, filosofía…- que vierten Mozart y su genial libretista Lorenzo da Ponte. Fue una lectura superficial, ligera, animada hasta el vértigo, aunque en los grandes momentos cantables sí supo contener el tempo y centrarse en su fascinación melódica, aunque el gesto mantuviese siempre su nada elegante y en ocasiones hasta grotesca apariencia.
Entre tantos impulsos, morcillas y caprichos de la batuta, y la ausencia de un sobresaliente nivel vocal, apenas se produjeron momentos ‘mágicos’ en una ópera generosa en ellos. Destacó el barítono Davide Luciano, con un bien cantado Guglielmo, mientras que el tenor Anicio Zorzi Giustiniani fue un discreto Ferrando que, sin embargo y a pesar de una vocalidad en absoluto bella, salió inesperadamente airoso de algunos de los grandes momentos que le regala la partitura, como el milagro del aria Un’aura amorosa. Entre los números que también alcanzaron vuelo destacó el sublime terzettino Soave sia il vento, que cantan Fiordiligi, Dorabella -la mezzo irlandesa Paula Murrihy- y Don Alfonso en la segunda escena del primer acto. La soprano Federica Lombardi las pasó canutas en un destemplado Come scoglio que rozó en ocasiones el alarido, y a la voz de la Murrihy le faltó cuerpo y densidad, con lo que su voz contrastaba muy poco con la Fiordiligi de Federica Lombardi.
El bajo Nahuel Di Pierro –un veterano del Palau de les Arts, donde ya cantó el Segundo prisionero en el Fidelio inaugural, en octubre de 2006- fue un Don Alfonso con más aires de Don Giovanni que de un curtido y sabio filósofo, mientras que la pizpireta Despina –alter ego de nuestra Menegilda, pero sin tango- de la soprano valenciana Marina Monzó triunfó con su jocosa encarnación de la astuta y mutante sirvienta, a pesar de pasarse ‘tres montes’ en su caricatura del notario, que sonó más al Trujamán del Retablo de Manuel de Falla que al personaje que supuestamente casa a los cuatro cornudos de Así hacen todas. El Coro de la Generalitat lució sus acostumbradas calidades en las contadas intervenciones, como en el conocido Bella vita militar y su sobresaliente intervención en el Benedetti i doppi coniugi del segundo acto.
Justo Romero