El incombustible Don Giovanni está agonizando. Así se presenta, desde los compases de la obertura, como si se hubiera quebrantado su particular retrato de Dorian Gray, el arriesgado vividor, el antihéroe cínico de una de las cumbres operísticas de Mozart. Herido de muerte en el duelo con el Comendador, la acción transcurre en tiempo real mientras su protagonista se desangra, literalmente. Esta es la apuesta del bien conocido montaje de Claus Guth, que se estrenó en 2008 y que llega como tercer título de esta temporada en el Teatro Real.

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Adrian Eröd (Don Giovanni), Marina Monzó (Zerlina), Cody Quattlebaum (Masetto)
© Javier del Real | Teatro Real

Es el típico montaje que enciende la eterna polémica sobre las modificaciones de los libretos (que aquí en realidad no hay) o la introducción de elementos ajenos al contexto. Si además le sumamos algunos componentes sórdidos, no tomar partido es imposible. Lo cierto es que este tipo de producciones también tienden a envejecer con más facilidad, especialmente hoy en día, cuando ya nada es capaz asombrarnos realmente. Pero la puesta en escena de Guth se sustenta sólidamente en el libreto, le da profundidad a través de unos recitativos bien trabajados y construye analogías en algunos elementos escenográficos, pero sin mutar realmente su significado. En suma, es una apuesta ganada que empero exige suma atención a los intérpretes en el plano actoral, algo que por lo general fue satisfactorio, también en el ya mencionado aspecto de los recitativos que imprimieron coherencia y dinamismo a la escena.

La orquesta, bajo la batuta de Ivor Bolton, desgranó texturas contundentes, ricas de efectos, pero sin excederse, un color vívido que contrarrestaba la lúgubre escena, unos tempi sostenidos sin ser desbocados y un fraseo bien marcado. Y más allá de la obertura o el final (el cual fue el de la versión de Viena, en que Don Giovanni desciende al infierno), en general la orquesta estuvo siempre presente sosteniendo con continuidad lo que sucedía en la escena.

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Marina Monzó, Cody Quattlebaum, Airam Hernández, Adela Zaharia, Federica Lombardi y Adrian Eröd
© Javier del Real | Teatro Real

En cuanto al reparto vocal, cabe decir que no llegó al nivel de homogeneidad esperado. Destacaron especialmente las voces femeninas, mientras que ellos, a excepción del Leporello de Marko Mimica, no convencieron del todo. Al Don Giovanni de Adrian Eröd, aunque de buena presencia escénica y de voz agradable, le faltó un poco de gravedad y potencia, quedando un poco opacado en algunos momentos decisivos, como en la escena final, donde tampoco el Comendador de Goran Jurić brilló especialmente. Sin embargo, Eröd interpretó con gusto pasajes icónicos como el duetto "Là ci darem la mano" (con Zerlina) o la serenata "Deh, vieni alla finestra".Adela Zaharia puso voz a una Donna Anna dramática y noble, con una voz de tintes cristalinos, excelente afinación y entrega en la escena. Salvó muchos de los momentos con Don Octavio, en los que Airam Hernández, a pesar de plasmar muy bien el personaje, vocalmente tuvo ciertas dificultades. La soprano rumana se llevó un merecido aplauso en el segundo acto con "Non mi dir, bell'idol mio".  

Marko Mimica dio vida a un Leporello desquiciado, enajenado, incapaz de rebelarse a su señor. El bajo-barítono croata tuvo momentos de protagonismo como en la célebre "Madamina, il catalogo è questo" con una voz rotunda y suficientemente versátil dado el registro. Donna Elvira es probablemente el personaje más complejo del drama, con sus sentimientos encontrados y su cordura en vilo. Federica Lombardi lo dotó de intensidad y una voz más grave que la de Donna Anna. Tuvo además la ocasión de lucirse en el "Mi tradì quell'alma ingrata", de esta versión vienesa. La Zerlina de Marina Monzó, aun siendo una voz más ligera y de no demasiado caudal, encontró su lugar en los conjuntos y se mostró resuelta en arias como "Batti, batti, oh bel Masetto" o "Vedrai carino", mientras que el Masetto de Cody Quattlebaum fue correcto, pero no dejó una impresión especialmente notable.

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Adrian Eröd (Don Giovanni) y Airam Hernández (Don Ottavio)
© Javier del Real | Teatro Real

Más allá de las singularidades, Don Giovanni se caracteriza por conjuntos magníficos, la variedad de los mismos y su diverso empaste sonoro; y en este aspecto, hubo momentos excelentes como el final del primer acto, el cuarteto "Non ti fidar, oh misera", el terceto "Protegga il giusto cielo" o el sexteto "Sola sola, in buio loco". Realmente es en estos momentos donde la dirección musical y la escénica aunaron esfuerzos y sacaron lo mejor de los cantantes, transmitiendo un resultado globalmente bueno y salvando las carencias mostradas a título individual.

Faltó algo en las voces para que fuera una velada memorable, pero, volviendo al origen, a ese Don Giovanni que pierde el equilibrio en la cuerda floja tendida entre eros y thanatos, no cabe duda de que la producción de Guth es capaz de explicitar (más que actualizar) un universo que no se agota, que lacera tanto a los intérpretes como al espectador, porque remueve los ejes de conducta moral y abre un vórtice que lleva directo a los abismos de lo humano. 

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