Roger Parker, además de autor de una guía de las óperas de Verdi, es el creador de una de las fórmulas más hermosas con las que se pueden resumir Falstaff. Para ello equipara este título a una de las fotografías del anciano músico de 1899, en la que aparece con sombrero negro ladeado, ojos achispados, pese a la edad, y media sonrisa, ufana y sabia. Solo le falta hacer un guiño. Y es que, después de toda una vida retratando la psicología humana desde su margen más oscuro, concluyó su carrera con esta comedia lírica, hilarante y mordaz. Un giro inesperado.

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Escena de Falstaff en Les Arts
© Miguel Lorenzo & Mikel Ponce | Les Arts

Para abordar la partitura, que comienza con un acorde a contratiempo, a modo de tropezón, Rustioni eligió unos tempi cómodos, lo que aseguró conjuntos inteligibles y, sobre todo, controlados. Pese a un inicio confuso (más de lo que requiere la obra), más gritado que cantado, el resto trascurrió con buenas maneras. Como dice el protagonista al interrumpir la descoordinada antífona que cantan Bardolfo y Pistola, el director supo “robar con garbo y a tempo” para dejar expresar a los cantantes, aunque le faltó cuidar algunos inicios de frase. En el segundo acto contribuyó, desde lo sonoro, a subrayar el vodevil desarrollado en escena, pero en otras ocasiones se echó de menos mayor detalle en la tímbrica onomatopéyica y atmosférica, me atrevería a decir modernista, que se demanda. Verdi y Boito, pues música y palabra son todo uno, enriquecieron este apartado con un constante juego de agravar por momentos algunas voces femeninas y en frecuentar el falsete en las masculinas.

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El elenco femenino Ainhoa Arteta, Sara Blach, Violeta Urmana y Chiara Amarú
© Miguel Lorenzo y Mikel Ponce | Les Arts

Del elenco hay que destacar la gracia con la que actuó y los buenos mimbres con los que fue armado. Sobresalió Ambrogio Maestri, pletórico de facultades de todo tipo, en su caracterización de viejo roquero (también con sombrero de ala ancha), de los que nunca mueren, aunque bien aleccionado en esta ocasión. Ainhoa Arteta lució color, calidez, proyección, fraseo y desparpajo. Sara Blanch y Juan Francisco Gatell formaron un candoroso dúo. Iluminaron y refrescaron un conjunto tendente a lo oscuro y a lo rotundo. La primera, de sonido bellísimo y musicalidad exquisita. Urmana estuvo un tanto desdibujada en la parte vocal, pero muy elocuente en la teatral. De Amarú, a falta de mejorar la proyección, nos quedamos con la calidad de su sonido. Luciano estuvo discreto, Rodríguez-Norton, bien, y cumplidores Williams y Di Matteo, un bajo profundo.

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Escena final de Falstaff
© Miguel Lorenzo & Mikel Ponce | Les Arts

Por último, si tuviéramos que medir la efectividad de los concertantes femeninos frente a la de los masculinos, podemos decir que la balanza se inclinó hacia los primeros por empaste y equilibrio. Un aspecto que nos lleva a hablar de la lectura del cineasta italiano Mario Martone del postrer título verdiano. En vísperas de la celebración del Día Internacional de la Mujer (8 de marzo), fue inevitable percibir un cuarteto femenino empoderado, que no escatimó esfuerzos por corregir y reprender al macho, borracho y crápula. Su castigo sucedió en un parque de Windsor convertido en un escenario sado. Antes, el estrato social de cada uno de aquellos grupos fue marcado por dos entornos diferenciados: un lujoso centro termal para las mujeres y una barriada de extrarradio para los hombres. En definitiva, un escenario cómodo y funcional que dejó fluir el canto y la diversión.

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