Peculiar, cuanto menos, la versión del Orlando furioso que nos ofreció el Teatro Real para su estreno casi trecientos años después en la villa y corte.

Aunque no sé si quizás podríamos denominarlo “estreno absoluto”, pues se abusó de ciertas licencias creativas. No obstante hubo aciertos, como acortar una obra que, de forma íntegra, se alargaría hasta sobrepasar las tres horas y media. De hecho, el resultado no fue malo y consiguió varios objetivos que se deben valorar, tales como agilizar la compleja trama de la epopeya de Ludovico Ariosto. Sin embargo, también es cierto que se podría haber encontrado algún método para guiar mejor al espectador, por no hablar de que se echaron en falta varios números de conjunto que hubiéramos agradecido escuchar. No entiendo el porqué de su supresión, máxime cuando sí hubo hueco para incluir arias de otras óperas como fue el “Agitata da due venti” de la Griselda.

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El contratenor Max Emanuel Cenčić (Orlando)
© Javier del Real | Teatro Real

También entiendo que para una única función no se contrate a un director de escena para indicar a los cantantes cómo moverse por el escenario. Sin embargo, no creo que ese ahorro signifique un absoluto estatismo. Excepto el contratenor alemán Philipp Mathmann, que destacó precisamente por mostrar una gran simpatía en el escenario, y Max Emanuel Cenčić, que supo gesticular distintas emociones, el resto de intérpretes parecían tener los zapatos clavados al suelo, lo que no ayudó a seguir la ópera. Se notó especialmente en arias como “Tu sei degl’occhi mei” en la que Angelica canta tanto a Orlando como a Medoro. Julia Lezhneva hizo una interpretación vocalmente brillante, sin embargo, la falta de detalle que supone no reflejar esta característica del texto es grave en un género en el que se puede apreciar una gran influencia del madrigal.

Sí prestó atención a los detalles George Petrou, quien supo guiar bastante bien a una orquesta que, algo exigua en los graves, supo acompañar bien, aunque quedó algo floja a capella. La Sinfonia que Vivaldi compuso para preludiar la ópera fue sustituida por las Variaciones sobre 'La Follia', del mismo compositor. Un acierto, ya que cuando Orlando hace referencia a su follia (su locura) en el tercer acto, vuelve a sonar la melodía de esta popular danza barroca con toda la orquesta en pie. Pequeños detalles que, sin embargo, permiten a posteriori recordar esta interpretación en concreto. El maestro estuvo preciso en cada acento y símbolo de articulación, consiguiendo un sonido muy adecuado. Contó para ello con la excelente Armonia Atenea, en la que se echó de menos algún instrumento de viento más, ya que los dos únicos presentes, fagot y traverso, realizaron unas interpretaciones encomiables.

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Vesión de concierto de Orlando furisoso en el Teatro Real
© Javier del Real | Teatro Real

En cuanto a las voces, he hablado de Julia Lezhneva para comentar una de sus poquísimas faltas. En su favor he de resaltar que su voz destacó por unos adornos muy detallados y una recreación gozosa en el agudo que provocaba una agradable sensación de naturalidad a pesar de lo recargado del canto. Fue toda una muestra de destreza y ligereza vocal. Digno Orlando amante fue Max Emanuel Cenčić que se estrenó con un potente chorro de pirotecnia vocal en su primera aria “Nel profondo” en la que, además de su empuje, supo demostrar una gran flexibilidad. Una pena que no transmitiese con el mismo ímpetu al Orlando furioso. Los ejercicios de flexibilidad y pirotecnia vocal son exigidos a prácticamente todo el reparto que, en líneas generales, hizo un buen trabajo. En “Constanza tu m'insegni” pudimos escuchar un bello timbre ligeramente “abaritonado” en el agudo de Pavel Kudinov. También destacó por su timbre David DQ Lee, con mucho cuerpo en cualquiera de sus registros. Philipp Mathmann supo brindarnos, aparte de las capacidades actorales anteriormente mencionadas, una voz dulce y pura, muy acorde con su personaje, el tímido Medoro.

Esperaba más de Ruxandra Donose y Jess Dandy. La primera destacó más en los recitativos que en las arias, ya que le faltó apoyo para proyectar los numerosos adornos vocales que se le quedaron en el velo del paladar. Dandy también tuvo un problema similar, a pesar de que daba gusto escuchar un timbre de contralto tan puro, le faltó algo más de cuerpo. Echar la culpa al tamaño del teatro sería injusto para el resto del reparto.

Pero esto no desmereció ni mucho menos una agradable velada barroca, muestra de un creciente interés por la música antigua. Camino que, sin duda, recorreremos con mucho gusto.

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