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Todos somos víctimas, todos somos culpables

Aix-en-Provence. 10/07/2021. Grand Théâtre de Provence. Festival de Aix-en-Provence. Saariaho: Innocence. Magdalena Kozená (La camarera). Sandrine Piau (La suegra). Tuomas Pursio (El suegro). Lilian Farahani (La novia). Markus Nykänen (El novio). Jukka Rasilainen (el clérigo). Coro de cámara de la Filarmonica de Estonia. Orquesta Sinfónica de Londres. Simon Stone, dirección de escena. Susanna Mälkki, dirección musical.

Ponernos todos ante el espejo. Enfrentarnos con el mundo en el que vivimos, donde, en el fondo, cuando sabemos la verdad, no hay víctimas o verdugos, o al revés, todos somos víctimas y más o menos verdugos. No hay que buscar la violencia en mundos marginales o en países lejanos. Está en nuestras calles, en nuestras escuelas e institutos, en nuestras propias casas.

Innocence, la ópera que ha estrenado mundialmente la gran compositora Kaija Saariaho en el Festival de Aix-en-Provence, con un proverbial libreto de su compatriota, la escritora Sofi Oksanen, nos obliga desde la primera nota del preludio a enfrentarnos a una realidad que tiene muchas más facetas, muchas más aristas, de las que normalmente queremos admitir. La ópera, de cinco actos, representados sin descansos, se desarrolla en dos planos simultáneos. En el plano actual, la boda de un joven finlandés con una chica rumana que ha conocido en un viaje a Bucarest, y en otro plano los sucesos ocurridos hace diez años con el asesinato de varios estudiantes y profesores por un alumno en un instituto multilungüe del país nordico. A lo largo de casi dos horas, siempre con el corazón en un puño, iremos conociendo a los protagonistas de la tragedia, tanto a alguno de los supervivientes de la matanza como a los padres y hermano del asesino, precisamente el novio. Pero sobre todo, nos enfrentaremos al dolor de la madre de unas víctimas, que casualmente es camarera en la boda. Tereza no ha superado la muerte de su hija Markéta  y ver la felicidad de la familia de su ejecutor le revuelve todo su ser y hace que se enfrente a ellos. Ese desencadenante nos revelará que realmente la historia no era totalmente como nos habían contado, que todos, salvo quizá la novia rumana que sólo quería buscar la felicidad que se le negaba en su país, sufren por lo ocurrido pero también colaboraron por acción u omisión en el tremendo acto del asesino. Nadie se salva de la culpa, sólo la camarera, que no ha pasado aún el duelo por la muerte de su hija y cuyo fantasma le acompaña toda la obra, parece emprender algo parecido al consuelo cuando Markéta, en la última frase de la obra, le dice: “Mamá, déjame marchar”.

Esta impactante historia no lo sería tanto sin la impresionante traducción musical que nos ofrece Saariaho. Desde el primer momento, y salvo algún momento lírico unido a algunos recuerdos de la camarera y los cantos de Markéta basados en el mundo folklórico finés, la dureza, la fuerza y el impulso de la música es absoluto y no da respiro al oyente. Saariaho, jugando como ella sólo sabe entre la tonalidad y el atonalismo, presenta una partitura donde la percusión es una parte fundamental de la partitura, a la misma altura protagonista que el resto de las familias orquestales. Es una música que refleja perfectamente cada situación, cada sentimiento, todas las frustraciones y las pocas esperanzas. El libreto, transformado por Aleski Barrie en multi idiomático, es cantado por todos los personajes del plano actual y por Markéta (amplificada como todos los demás personajes del plano pasado. La profesora y los alumnos supervivientes declaman. El juego de los idiomas (finés, inglés, checo, rumano, francés, sueco, alemán, español y griego) en el que se canta o se habla es parte fundamental de la obra. Es una declaración de que todos formamos parte de la historia que se está contando, que a todos nos puede pasar lo mismo que a los protagonistas de Innocence. Porque esta es una ópera eminentemente coral, donde todos son protagonistas aunque significativamente cada uno tiene su propio momento.

Por el dramatismo de su personaje y por la calidad con la que cantó habría que destacar en el amplio plantel la camarera de Magdalena Kozená. Estuvo soberbia en la construcción de la madre atormentada por diez años de añoranza de su hija que se ve cara a cara con la familia del asesino de esta. Su voz, como ya comenté en la crónica de La canción de la Tierra en este mismo festival, está en plena forma, y dominó toda la tesitura con maestría. También a gran nivel, defendiendo una escritura musical de extremada dificultad, sobre todo en el agudo, estuvo Sandrine Piau en el papel de la suegra, una mujer que no quiere entender por qué la vida no puede ser igual ahora que su hijo, menor de edad cuando cometió los asesinatos, no puede incorporarse a la vida familiar, participar en la boda como uno más. Es su marido, al que da vida el barítono finlandés Tuomas Pursio, el que le hace ver que no se puede cambiar ya. Con una voz bien timbrada y con una seguridad evidente, Pursio transmite con su canto la culpabilidad del padre que por diversión enseñó a su hijo a usar armas. Estupenda  Lilian Farahani como la novia, víctima de un mundo que no entiende. También a muy alto nivel el novio de Markus Nykänen, un tenor con instrumento de gran proyección, con mucha seguridad en el agudo y con buenas maneras actorales. El escaso volumen lastró la actuación de Jukka Rasilaien como el clérigo. Admirables las prestaciones de la joven Vilma Jää como Markéta. No es nada fácil cantar las canciones folklóricas, con agudos de gran dificultad, adaptadas por Saariaho para la ópera. Los actores-declamadores, supervivientes de la masacre realizaron un trabajo de altísimo nivel, diciendo sus textos con un estilo diferente cada uno, en su propio idioma, transmitiendo perfectamente el dramatismo del texto. Es obligatorio reseñarlos aquí a todos: Lucy Shelton, Beate Mordial, Julie Hega, Simon Kluth, Camilo Delgado Díaz y Marina Dumont. El ya reseñado carácter coral de ópera se ve resaltado por la constante presencia del coro, fuera de escena, contrapunto y complemento a la vez y que es un instrumento más, bellísimo, del entramado musical creado magistralmente por Saariaho. Impresionante el Coro de cámara de la Orquesta Filarmónica de Estonia en este fundamental menester.

Todo el entramado musical se sostiene en una impecable dirección de Susanna Mälkki, que conecta perfectamente con el alma de la obra. Atenta siempre al escenario supo llevar a buen puerto una partitura arriesgada, valiente y con muchos recovecos que sirven para expresar los diversos sentimientos de los protagonistas. Gran trabajo, así mismo de una London Symphony Orchestra que está muy familiarizada con este tipo de repertorio y que estuvo impecable en todo momento, sin desfallecer pese a ser una ópera sin descansos. Bravo por ellos.

El polifacético Simon Stone (director de cine y escena, actor, escritor) firma una producción certera y muy bien estructurada, adaptada al máximo a lo narrado en el libreto, en lo cantado o declamado en cada momento. Stone no busca protagonismo. Se pone al servicio de la historia, buscando, además de traducir los deseos de la compositora, facilitar al máximo al público el entendimiento completo de la acción. Concibió, con la inestimable colaboración de una excelente escenografía de Chloe Lamford, un prisma que giraba casi constantemente sobre sí mismo y en el que, a dos alturas, se distribuían los espacios que aparecen en el libreto. Estos espacios se convertían en salón de banquetes, cantina de instituto, restaurante, aula, cuarto de escobas…. Hay que poner en valor el ingente trabajo del cuerpo técnico que consiguió estos cambios en fracciones tiempos mínimas. Stone, con precisión milimétrica utiliza cada metro de ese espacio para colocar a los personajes, siempre de forma natural, sin forzar situaciones, con un trabajo que requiere talento y oficio. Magnifico.

Además de a los cantantes, músicos, actores y técnicos que participan en la obra, tuvimos la ocasión de aplaudir a Simon Stone y sus colaboradores y aclamar a Kaija Saariaho, la artífice de esta joya que tanto conecta con el mundo actual, que tanto nos hace pensar y que tan bella es.

Foto: Festival Aix-en-Provence.