tosca real javier del real netrebko kaufmann

Tosca en el mercadillo de los bises

Madrid. 21 y 22/07/21. Teatro Real. Puccini: Tosca. Anna Netrebko / Sondra Radvanovsky (Tosca). Yusif Eyvazov / Jonas Kaufmann (Cavaradossi). Luca Salsi / Carlos Álvarez (Scarpia). Gerardo Bullón (Angelotti). Valeriano Lanchas (Sacristán). Mikeldi Atxalandabaso (Spoletta). David Lagares (Sciarrone). Inés Ballesteros (Pastor). Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica de Madrid. Paco Azorín, dirección de escena. Nicola Luisotti, dirección musical. 

"Mantener a la fauna de divos alejada del teatro es muy higiénico". No sé cómo se tomarán los divos y divas que pisan estos días el escenario del Teatro Real estas declaraciones de su director artístico, Joan Matabosch. El público, lo demuestra siempre, está siendo indulgente. Desde mi posición y como es mi obligación, planteo aquí el inicio de una reflexión (o varias), cuya conclusión es sólo vuestra, de los miles de lectores y lectoras que acudís a esta publicación diariamente. Lo apunto aquí porque no se trata de un titular aislado, sino de un tema recurrente en el gestor barcelonés: "El Real no es un desfile de divos mediáticos", "Estoy en contra de que las temporadas en los teatros sean un desfile de divos"... y así podríamos seguir. Luego, uno lee que vienen Anna Netrebko o Jonas Kaufmann a cantar sólo dos funciones cada uno, imponiendo repartos, subiendo los precios, sin ensayos o, lo peor de todo: ninguneando a la dirección escénica... y no sé qué pensar. Debo estar muy confundido, pero a mí me parece que el Real y Joan Matabosch están haciendo, precisamente, la corte al divismo. ¡Qué no tengo claro que sea algo malo!... ¡O sí! Lo que me desconcierta es esa contradicción constante en la que ha caído el coliseo madrileño en los últimos años, víctima de sí mismo, escogiendo sobrevivir como una gran empresa antes que como una casa de cultura con discurso artístico propio y de calado, acorde a sus capacidades. 

Y entiéndanme, la labor de Matabosch al frente del Teatro, en muchos aspectos, es impecable. Simplemente el hecho de poder traer a todo un ramillete de grandes estrellas de la lírica internacional es todo un mérito para su propia gestión y un hito en la programación del Real. Máxime con los años que llevamos encima, en los que el Teatro, me consta, ha bregado cada día contra el oleaje por poder abrir sus puertas. Esta Tosca es, pues, el cierre de una temporada titánica en la Plaza de Oriente, queriendo erigirse como faro lírico mundial. Un mensaje que es cierto y que ha calado en la sociedad y la política, aunque para ello haya habido que negar el pan y la sal a escenarios que también han estado abiertos, como el Liceu, la Ópera de Oviedo, Las Palmas de Gran Canaria, el Teatro de la Zarzuela o Les Arts.

tosca salsi netrebko javier del real 1

Para este merecido fin de fiesta, pues, el Real se despide hasta la temporada que viene con un título imprescindible en el repertorio: Tosca, de Puccini. Como principal reparto, la soprano Sondra Radvanovsky, el tenor Joseph Calleja y el barítono Carlos Álvarez. Para no extenderme aquí respecto a ellos, así como sobre la producción de Paco Azorín y la batuta de Nicola Luisotti, os invito a leer la crítica que realicé al respecto hace unos días: "La diva que necesitamos". En la función de este 21 de julio, Anna Netrebko ha venido a hacer su Tosca. No hay más. Es lo que se le ha pedido. Por ella misma, esta Tosca es estupenda. Así lo venimos contando en Platea desde su debut en Nueva York, hasta la apertura pre-pandémica en La Scala de Milán. Los medios cánoros de la soprano son excepcionales, con su siempre espectacular registro grave, su capacidad para atender dinámicas y realizar filados, o su acentuación en el fraseo. El agudo no se muestra descollante en su instrumento, pero en ella se disfruta de una auténtica paleta para colorear frases y sonidos. A ello hay que sumar su instinto escénico, de corte clásico y gran magnetismo desde que entra en la iglesia, aunque no tenga ni idea de cómo se abre la puerta de esta. Ese es el gran pero que puede ponérsele tanto a Netrebko como a su marido, Yusif Eyvazov (Mario Cavaradossi). Ambos se mostraron perdidos sobre el escenario en multitud de ocasiones. También con el foso, pero Netrebko y Luisotti son músicos muy inteligentes y supieron encontrarse en cada ocasión. Acudir a ver la función del día antes y ensayar unas horas entre orquesta y escenario no parece suficiente, ni siquiera para ella. Así, su Tosca no se desnuca en la mesa del pintor, canta Vissi d'arte de pie (con dudoso inicio) o se suicida saltando cual power ranger (sin miedo a morir porque sabe que va a rebotar en una colchoneta). Son tres ejemplos a los que quiero poner humor, pero hubo infinidad de ellos. Y esto, ya completamente en serio, me parece menospreciar la labor de la dirección escénica, en este caso de Paco Azorín, con la complicidad de la dirección artística del teatro. También a los artistas que han estado ensayando el tiempo necesario, entregándose a la concepción escénica, guste o no, pero creando. ¡Creando una propuesta artística!

Por su parte, el Cavaradossi de Eyvazov juega la baza del lirismo, con sus necesarios apuntalamientos veristas. Una propuesta que juega sobre seguro, ya que es lo que necesita el personaje, aunque actoralmente se mostrase ausente. El timbre, ya lo sabemos, no es especialmente bello ni el fraseo personal o atractivo, pero sus medios están bien afianzados técnicamente, el agudo se muestra desenvuelto y compone un pintor de calidad. Completaba el trío protagonista el Scarpia de Luca Salsi, barítono de cabecera de Netrebko para este tipo de apariciones fugaces. De nuevo ante la falta de ensayos, entiendo, su villano se mostró hierático, alejado de todo el entramado psicológico con el que Azorín pretende dotar al personaje. Lo hicieron a su manera. El forcejeo con Tosca en el segundo acto, por ejemplo, todo su encuentro en realidad, fue especialmente violento. La voz acompaña al italiano en el rol, desplegándola por encima del encendido foso de Luisotti, lo suficientemente noble y lo suficientemente oscura, con alguna frase descolocada, como para recrear un Scarpia de categoría.

Tosca radvanovsky alvarez javier del real 1

Si algo son Floria y Mario, por encima de amantes, artistas o revolucionarios, es cómplices. En ello radica, a mi entender, la genialidad y belleza de la obra pucciniana. Lo son hasta el último momento, cuando Tosca explica a Cavaradossi cómo debe morir en el fusilamiento. Esa es la relación que a mí me interesa aquí. Sin ahondar mucho en el análisis, se escucha ya en ese dúo inicial, una de las páginas más fascinantes de Puccini. A mi entender, no hay tantos celos como un juego entre la pareja, que se conoce bien. Las frases de Mario, construidas sobre amplios e intensos arcos melódicos reciben la inquisitiva, nerviosa entrada de Floria. El pintor es un seductor y un idealista. Nos lo está diciendo el compositor desde el minuto uno. Es un juego de atracción musical, recogido desde el Là ci darem la mano mozartiano, cuando Zerlina duda en el texto, aunque canta sobre las mismas notas con las que el crápula le hace su propuesta. Aquí no hay embustes, sino un abrazo del tenor, que es recogido por la soprano. Un maravilloso abrazo fundido en lirismo y, sí, excitante complicidad. Hasta ahora, no había visto mayor compenetración en la pareja que la mostrada por Netrebko y Eyvazov, hace tres años en Nueva York... hasta que he escuchado a Jonas Kaufmann y Sondra Radavnovsky en Madrid, el día 22. Por resumir: una auténtica gozada como artistas, en una noche de ópera, esta sí, redonda.

Desde luego, el tenor alemán se mostró muchísimo más implicado en la escena, a pesar de, imagino, no haber contado con mucho más tiempo para ensayar que Netrebko y Eyvazov. Su Cavaradossi fue completamente creíble al lado de Radvanovsky. ¡Qué inteligencia la de ambos, qué musicalidad! ¡Qué complicidad! Su voz es oscura, con ataques guturales y ciertas tensiones musculares, al mismo tiempo que presenta un fraseo de relieve, un agudo seguro y poderoso, y una sensibilidad para colorear y crear atmósferas en sus páginas solistas. Busca el matiz, el acento, la inflexión. Así lo demostró en su Adiós a la vida, donde llegó un bis que parecía ya asegurado, máxime con el zumbido de un micrófono acoplado que desquició a Luisotti en el foso. Por otro lado, la intervención de Carlos Álvarez me pareció aún más categórica que la noche del 7 de julio, más perfilada, interiorizada. Me sigue maravillando Gerardo Bullón como Angelotti y encuentro muy acertado el Sacristán de Valeriano Lanchas. Y luego, bajo una batuta de Nicola Luisotti igualmente efusiva, pero más comedida, con una Sinfónica de Madrid a un gran nivel, estaba ella: Sondra Radvanovsky. Una de las mejores voces, de las mejores artistas que se pueden escuchar en un escenario. A lo largo de todo el mundo. De cualquier escenario. Lo vuelvo a escribir: la suya es "una Tosca de medios apabullantes, de insultante seguridad en los tres registros, increíble control de dinámicas y una espectacular proyección. Una voz tan bella como poderosa. De una intensidad dramática y cánora de aquellas que uno sólo puede disfrutar veces contadas. Vocalmente, su tercer acto es una maravilla, con la caída del castillo más espectacular y real que he visto sobre un escenario. Los pelos de punta".

Por supuesto, ella también bisó su aria, otra noche más. Su arte lo merece, pero las condiciones en que se dan, sobre todo con los precedentes del Teatro Real, me hacen dudar (a mí y a muchos, pero yo lo escribo buscando la reflexión) de estos momentos en el coliseo madrileño. Y es una pena. Realmente, se me ocurren dos razones por las que esto esté pasando (y no se me ocurren porque sí, entiéndanme). Las dos, obviamente, sin menoscabar la absoluta entrega, profesionalidad y belleza del arte de Sondra Radvanovsky o Jonas Kaufmann, quienes vuelven a ser el instrumento una vez más en el Real, no ya musical, sino de marketing. La primera, que sea una visión desaforada más del director de orquesta, Nicola Luisotti, queriendo establecer algún tipo de récord personal. Una marca que le pueda resultar útil a él… y al Teatro, a la que, por cierto, Netrebko se ha negado a participar. La segunda es que, una vez más, el Real haya “ayudado” a conseguirlos, convenciendo al director para que convenciese a los cantantes. Y no lo digo yo, sino que en anteriores ocasiones así me lo han confirmado desde el Real y los propios implicados. Y es que, sea como fuere, de los ya muchos bises que se han dado en los últimos años del Real, sólo dos parecen haber seguido su cauce natural: Lisette Oropesa en Traviata (discutible si fue bis, en cualquier caso) y Javier Camarena en su única noche cantando L’elisir d’amore. El resto, Nucci porque los lleva de serie en Rigoletto, las octavillas en La fille du régiment con Camarena o el mexicano (y de nuevo las octavillas) en el Sexteto de Lucia di Lammermoor (él mismo me contaba en público que no lo hubiese dado), han sido más ficticios que el salto de Tosca.

Desde el Teatro Real han sustraído toda emoción, todo valor al bis. A todo lo que conlleva, a su por qué y a quienes los realizan. Cantar un bis en el Real es como sacarse el carné de conducir en Cuenca. Ahora anuncian otra noche histórica: por primera vez, dos bises en la misma noche. Exactamente dos minutos me ha llevado encontrar que Tito Schipa llegó a cantar hasta tres veces E lucevan le stelle en el Real, en una sola velada. Veo, incluso, funciones de La bohème con cinco bises diferentes. Todo es histórico, desmesurado y extraordinario en estos tiempos del Real. Empezando por su memoria selectiva. En 24 años que llevo acudiendo a la Plaza de Oriente - de los 25 que lleva abierto desde su reapertura -, he vivido noches memorables ahí dentro. Sublimes. ¿Qué necesidad hay de forzar las cosas, de falsearlas? Y no hablo ya sólo de bises, sino de formas y estrategias... ¿Y los medios? ¿Qué estamos haciendo los supuestos medios sin contrastar, sin comprobar? ¡Abramos la ventana a ver si llueve!

Esto es un mercadillo. Y los mercadillos son maravillosos, pero siendo conscientes de lo que son. Y es todo una pena. ¿Qué valor le damos al arte, a la creación, a la música? Enlazo con lo que decía al final de mi primer párrafo. La imagen que se está creando del Real, y lo digo con cariño, se está alejando demasiado de la de una casa de cultura. En este sentido y dándole la vuelta, es de justicia reconocer que el coliseo madrileño es una perfecta empresa económica. Estoy seguro de que, si Gregorio Marañón se lo propusiese, el Teatro Real cotizaría en el Ibex35.

Fotos: Javier del Real.