Una sobrecogedora ‘Madama Butterfly’ en Les Arts

Madama Butterfly en Les Arts Por Pedro Valbuena

No comparto demasiado aquello de que menos es más, especialmente en cuestiones artísticas, pero esta vez el minimalismo ha funcionado. Mediante la contención y la sencillez de un montaje basado en la excelencia musical, con una escena digna, y sin excesos ni recursos innecesarios, Les Arts ha recuperado en la tarde de hoy esta producción propia con un resultado excelente. Madama Butterfly en Les Arts

Madama Butterfly es una de las óperas más recurrentes, más exitosas y, por qué no decirlo, más rentables. Desde su estreno en 1904, y a pesar de su fracaso inicial, ha ido escalando posiciones en todos los rankings, y en la actualidad, no hay teatro que se precie que no la incluya en su programación de forma más o menos regular. Se trata también de una forma de garantía respecto al público musicalmente más conservador, al que conviene fidelizar y que, finalmente, constituye el punto de apoyo de cualquier teatro. Damos todo esto por bueno si, como ha ocurrido hoy, las cosas se hacen bien.

La partitura de Puccini es excelente, pero no exenta de aristas. Su grado de exigencia es muy alto, no sólo para las voces principales sino también para la orquesta. Una escritura preciosista, llena de matices, concebida con claridad y varias veces revisada, da como fruto una obra magnífica, sutil y novedosa que, sin embargo, deja poco margen al error. La escritura orquestal recurre a continuos cambios de compás, figuras irregulares y a prácticamente todas las tonalidades, incluidas aquellas que se consideran casi exclusivamente teóricas, como la de la famosa aria del acto segundo ‘Un bel di vedremo’, escrita con seis incómodos bemoles. También abundan los pasajes sobreagudos, divisi, unísonos y todos los recursos exigibles a una orquesta de gran nivel.

De izq. a der.: Marcelo Puente (Pinkerton), Marina Rebeka (Cio-Sio-San) y Cristina Faus (Suzuki) © Miguel Lorenzo – Les Arts 2021

Menos admiración me despierta el texto, que ni siquiera huye de estereotipos, ya tan superados en esa época, como un puñal con inscripción premonitoria, una escena del sueño, etc.

Comenzó la representación con el breve fugato introductorio, en el que se oyó un roce momentáneo de la cuerda que hizo que me recolocase en la butaca temiendo un viaje incierto. Afortunadamente, todo quedó ahí. Durante el resto de la interpretación la Orquesta de la Comunitat Valenciana estuvo sencillamente magnífica. Afinada, empastada, equilibrada y sosteniendo a los cantantes de forma efectiva. Los fraseos fueron deliciosos, los matices, perfectamente observados, subrayaron las escenas con gran plasticidad, y todo parecía flotar en una atmósfera de ensueño.

Antonino Fogliani fue el responsable de que orquesta y cantantes se pusieran de acuerdo. A veces las representaciones operísticas carecen de la sintonía necesaria entre foso y escena, y acaban pareciendo más un encontronazo que otra cosa. En esta ocasión el ensamblaje fue perfecto gracias a las energéticas instrucciones que el siciliano prodigó con precisión y buen gusto. Ni siquiera encontré desbordada la percusión, que a veces, en este teatro queda sobreelevada, destacando demasiado en la textura. La parte coral estuvo interpretada con la calidad a que nos tiene acostumbrados el Cor de la Generalitat Valenciana. Estuvo afinado y empastado, que son sus puntos fuertes, pero además no se detectaron imprecisiones métricas, ya que gran parte de su actuación se desarrolló fuera de escena, cosa que facilita mucho su trabajo. Muy bien conseguido estuvo el efecto exigido en la partitura de voces lejanas a diferentes distancias.

Protagonista indiscutible de la noche fue Marina Rebeka. Una Butterfly de voz rotunda, potente y extraordinariamente homogénea, que defendió el papel sin aparente esfuerzo. Tan sólo percibí una entrada algo precipitada al inicio del segundo acto, pero el conjunto de su actuación fue tan bueno que esto debe considerarse como una mera anécdota. En escena resultó de una nobleza excepcional. Su personaje, ultrajado hasta el extremo por un botarate inseguro y egoísta, es difícil de defender en lo dramático. Su historia es un repertorio de formas de violencia machista, vicaria, xenófoba y aporofóbica que al espectador contemporáneo se le hace verdaderamente difícil de digerir. Pero Rebeka cantó transmitiendo un dolor adecuado, intenso, asfixiante y su movimiento escénico parecía justificado en todo momento. Dar la espalda al público en el momento fatal no me pareció un recurso acertado. Madama Butterfly en Les Arts

Marina Rebeka en el rol protagonista de Madama Butterfly    © Miguel Lorenzo – Les Arts 2021

Su complemento perfecto fue la Suzuki de Cristina Faus. En lo escénico anduvo algo paralizada, pero con su voz oscura, cálida y bien apoyada hizo un trabajo excepcional. Algún pasaje a dúo con  Rebeka no empastó del todo,  quizá porque la afinación se empañó en algún momento, aunque en realidad, considero que estas cosas son prácticamente inevitables. A pesar de ello, el personaje se sostuvo a buen nivel a lo largo de toda la representación. Conmovió con su gestualidad y destacó por encima de la orquesta, incluso en los momentos en que su voz debía desplazarse al registro grave, en el que es más fácil perder fiato. Madama Butterfly en Les Arts

El programa de mano que se nos facilitó a la entrada incorporaba una cuartilla suelta en su interior. Este tipo de diseño apresurado no suele anunciar nada bueno. Marcelo Puente hubo de sustituir, de forma más o menos repentina, al tenor titular del estreno, que sufría de faringitis. Creo que la premura de la situación desconcentró a Puente, que cantó con timidez y con un caudal de energía algo escaso. Otros dirían que fue prudencia. La cosa no era para menos, Pinkerton es el americano cantamañanas que hace las veces de malo en esta historia, aunque finalmente se redima en parte. Se trata de un personaje complicado en lo escénico, y no digamos ya en lo musical, para el que un diabólico si bemol parece ser seña de identidad. Para hacer un buen Pinkerton, hace falta una voz heroica, un punto chulesca, y esta noche tan sólo hemos escuchado un buen tenor de oratorio. Quizá, roto el hielo de la primera noche, el excelente Marcelo Puente halle el matiz adecuado para este personaje.

También fue sustituido, in extremis, el encargado de hacer de Goro, y por ello Mikeldi Atxalandabaso tuvo que subir a escena antes de lo previsto. En su caso el peligro era menor ya que el personaje tiene peso relativo únicamente durante el primer acto. Se salió del atolladero sin sobresaltos y Goro cantó con seguridad y desparpajo, aunque es posible que en futuras representaciones gane en presencia escénica, y sus movimientos resulten algo menos rígidos. Su voz sonó en el volumen correcto y su dicción fue clara. Àngel Òdena fue Sharpless, y a mi juicio de lo mejor de la noche. Su voz redonda y cavernosa dio el punto de solemnidad que este personaje requiere. Llamó la atención del público con su perfecta afinación y fue creíble en lo dramático.

Marcelo Puente (Pinkerton) y Marina Rebeka (Cio-Cio-San)    © Miguel Lorenzo – Les Arts 2021

Fernando Radó irrumpió en escena con su zio Bonzo, y aportó la energía necesaria para desencadenar la escena de caos que arruina la fiesta de compromiso. Por su parte, el Yamadori de Tomeu Babiloni fue interpretado con total corrección, ayudando bastante su presencia en el escenario, que era la de un verdadero príncipe. El resto de papeles solistas estuvieron bien cantados, discurrieron bien por la escena y aportaron lo que se esperaba de ellos, es decir, fueron complemento eficaz para el avance argumental y musicalmente se acoplaron a la perfección. En este punto cabría destacar de entre ellos a Mariana Sofía García, que proveniente del Centre de Perfeccionament de Les Arts. Encarnó  a una señora Pinkerton elegante y comedida, inmersa en el tramo final de esta historia terrible que parece que tuvo algo de real.

La dirección de escena, de la que se encargó Emilio López, repartió a los personajes con acierto a lo largo de las tablas, no abusó del centro escénico y aprovechó las posibilidades que brindaba el escenario diseñado por Manuel Zuriaga, muy elegante, muy zen, y muy relajante para la vista, aunque yo no entendí que la cristalina laguna junto a la casa fuera pisable. Maravilloso el momento en que una delicada mariposa humana abre las alas ante un público asombrado, momento que por supuesto fue estropeado atrozmente por un teléfono móvil que llegó a sonar por dos veces, vandalismo de clase bien. Con lo que había se trabajó. Cierto es que el escenario fue prácticamente el mismo durante toda la ópera, esto no podemos ignorarlo, pero el juego de luces de Antonio Castro fue muy bueno y ayudó a suplir con imaginación lo que faltó en cartón piedra.

Madama Butterfly volvió al escenario principal de Les Arts a lo grande. La sala, completamente llena, se mostró satisfecha y premió al elenco con un aplauso bastante sostenido. En mi opinión fue un espectáculo al nivel que debe ofrecer un teatro de primera línea como este. Cada vez estoy más convencido de que la Orquesta de la Comunitat Valenciana, el Coro de la Generalitat y el propio auditorio de Les Arts son un verdadero privilegio en sí mismos, y me congratulo de que sea posible mantener una programación que incluya producciones propias de un nivel tan alto como la de esta noche.

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Valencia. 10 de diciembre de 2021. Palau de Les Arts. Orquesta de la Comunitat Valenciana. Coro de la Generalitat Valenciana. Antonino Fogliani, dirección. Marina Rebeka, Madama Butterfly. Cristina Faus, Suzuki. Marcelo Puente, B. F. Pinkerton. Ángel Ódena, Sharpless. Mikeldi Atxalandabasa, Goro. Tomeu Bibiloni, príncipe Yamadori. Fernando Radó, lo zio Bonzo. Emilio López, dirección de escena. Manuel Zuriaga, escenografía. Giusi Giustino, vestuario. Madama Butterfly en Les Arts