Lakmé, y por extensión Léo Delibes, es uno de esos casos en los que una ópera, o incluso un autor, son recordados exclusivamente por uno de sus números. Y, sin embargo, la obra tiene muchísimo que ofrecer, haciendo que valga la pena cada minuto que pasamos en la butaca mirando al escenario. Lakmé sigue la tendencia de Los pescadores de perlas, estrenada veinte años antes, y se enmarca en el exotismo que toman tanto de oriente como de occidente los compositores franceses de la segunda mitad del XIX. Por ello podemos escuchar un gran uso de los instrumentos de viento, especialmente la flauta, el arpa y una percusión muy variada para la época, por no hablar de las melodías frigias y los numerosos ornamentos melódicos. Pero Lakmé tiene una característica que la hace destacar, y es, precisamente, Lakmé. En este caso me refiero a la protagonista femenina para la que Delibes escribe unas líneas casi legendarias que suponen un reto para toda soprano, pero si se entonan bien, son una excelente oportunidad de lucimiento.

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Héloïse Mas, Sabine Devieilhe, Stéphane Degout, Gerardo López, Orquesta y Coro Titulares
© Javier del Real | Teatro Real

Fue lo que ocurrió con Sabine Devieilhe quien, comenzando con el repertorio barroco, ha desarrollado una carrera vocal en torno al ornamento. Ella misma se describe no como lírico-ligera, sino como soprano de coloratura. Y no podemos sino estar de acuerdo en las enormes capacidades de la cantante francesa para atacar los complicados giros vocales de números como la famosa aria de las campanillas. Este número creado como paradigma del exotismo y el lucimiento vocal fue completamente dominado por Devieilhe. Lo ataca con delicadeza y naturalidad cuando suena junto al arpa y las cuerdas. Le imprime carácter cuando, junto al corno inglés y el timbal, la historia de “la hija del paria” se vuelve más tensa para resolver en la brillante parte de las campanillas, en la que la voz se vuelve completamente instrumental realizando los más hermosos juegos vocales sin sonar ni por un segundo artificial. Y es que la soprano francesa tiene un dominio absoluto sobre su voz que le permite realizar cualquier filigrana con ella pudiendo incluso, en las partes más difíciles, jugar con las dinámicas para lograr el máximo lucimiento. Su timbre irradia, además, inocencia y juventud, haciendo su voz ideal para el papel de la joven y enamoradiza Lakmé.

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Xabier Anduaga (Gérald) y Sabine Devieilhe (Lakmé)
© Javier del Real | Teatro Real

Destacó también el potente chorro de voz de Xabier Anduaga, quien supo imprimir con su timbre metálico ternura y expresividad al personaje de Gérald. Supo encajar muy bien con Devieilhe brindándonos así grandes dúos entre los que destacó, por su intensidad y su emotividad, el dueto final del tercer acto. Stéphane Degout fue la sorpresa –para bien– de la noche. Su voz de barítono presenta unos graves muy reforzados y aterciopelados que sonaron con gran belleza en el aria del segundo acto "Lakmé, ton doux regard se voile", que fue especialmente aclamado por el público. En cuanto al resto del reparto, también pudimos escuchar unas voces que dominaban sus papeles –tal es caso de David Menéndez con Frédèric– y que supieron imprimir personalidad de sus personajes –en lo que destacaron especialmente el trío formado por Inés Ballesteros, Cristina Toledo y Enkelejda Shkosa.

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Enkelejda Shkosa, Cristina Toledo, Inés Ballesteros
© Javier del Real | Teatro Real

El Coro Titular sonó especialmente bien en el segundo acto, en el que supo caracterizar perfectamente la sonoridad de un mercado hindú llegando incluso a jugar con el espacio para crear un sonido aún más envolvente. Resolvían así algunos problemas de balance entre voces que se atisbaron en la introducción del primer acto. También fue en el segundo acto, concretamente el ballet, en el que mayor lucimiento tuvo la orquesta, férreamente dirigida por el maestro Leo Hussain. El maestro británico ejerció una dirección precisa mostrando en todo momento un control absoluto sobre la orquesta. Esto, si bien en ciertas ocasiones dio sensación de artificialidad, sirvió para poder amoldar en todo momento la orquesta a los pasajes vocales de los cantantes.

Gracias a estos esfuerzos unidos pudo el Teatro Real ofrecernos un Lakmé digno de recuerdo, en el que no se echó tanto de menos la escena, pues con una música tan bien hecha, apenas hizo falta hacer trabajar a la imaginación para trasladarnos al exotismo de la India.  

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