BARCELONA / Deficiente triología Mozart-Da Ponte
Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 11, 12 y 13-IV-2022. Mozart: Le nozze di Figaro / Don Giovanni / Cosi fan tutte. Thomas Dolié, Ana Maria Labin, Arianna Vendittelli, Robert Gleadow, Lea Desandre, Alix Le Saux, Norman Patzke, Paco García, Mercedes Gancedo, Alexandre Duhamel, Alex Rosen, Iulia Maria Dan, Julien Henric, James Ley, Alix Le Saux, Angela Brower, Florian Sempey, Miriam Albano. Coro y Orquesta del Gran Teatre del Liceu. Director musical: Marc Minkowski. Director de escena: Ivan Alexandre.
Había mucha expectación por ver este experimento comprado por la dirección artística del Liceu al Drottningholms Slottsteater, en el que se ofrece en tres jornadas sucesivas las óperas en las que trabajaron mano a mano el libretista Lorenzo Da Ponte y Wolfgang Amadeus Mozart: Le nozze di Figaro, Don Giovanni y Così fan tutte. A priori, y con el complemento al final de temporada de La flauta mágica programada, casi se podría pensar en una especie de Festival Mozart, pero las expectativas (al menos en lo que se refiere a la trilogía) no han sido colmadas.
No sabemos si en la mente del libretista -ni en la de Mozart- existió la idea de relacionar estás óperas enre ssí, pero, por lo que nos dice la historiografía y la musicología, es más que dudoso que así fuera, lo cual no quita un ápice de interés a poder tener la oportunidad de ver esta especie de Ring mozartiano en jornadas sucesivas. Lo que ya no ha tenido tanto interés ha sido el resultado artístico y, sobre todo, el musical.
Si en el caso de otros directores especializados en música antigua, como Jacobs o Christie, que se están convirtiendo en habituales en la programación del Liceu, como ya lo fueron en la etapa en que el actual director artístico de esta institución programaba en el Palau de la Música, ya se le cuestionó que una batuta de prestigio no excusaba una elección de cantantes cuestionable, ese mismo error se ha constatado en esta trilogía mozartiana.
Marc Minkowski se está convirtiendo en un habitual del Liceu y eso es un punto a favor, ya que la orquesta puede trabajar con un director que aporta en diversos repertorios un sonido alejado de los repertorios de los siglos XIX y XX. Pero lo que ya no es tan positivo es que, junto al contrato de la batuta, venga todo un producto escénico que él ha promovido, incluidos buena parte de los cantantes. Lo que se prometía como un reto de lo más fresco y estimulante, al final se ha quedado en una serie de jornadas repetitivas en lo visual y de calidad musical deficiente.
La producción original, pensada para teatros de corte (tanto el Drottningholm como la Opéra Royal de Versailles) de aforo pequeño y características acústicas muy particulares, no ha resultado adecuada para uno de los mayores teatros de ópera europeos, ni en su vertiente escénica (con una escenografía cuyo revestimiento de madera ocupaba más que el supuesto teatrillo donde se desarrollaba el noventa por ciento de la acción escénica) ni tampoco en la cuestionable proyección de las voces seleccionadas.
El público quedó sorprendido por la propuesta en la primera jornada, Le nozze di Figaro, por su frescura, originalidad y dinamismo, pero esa propuesta no fue válida para Don Giovanni, donde resultaron pobres los efectos de telones corridos, que no ayudaron a la comprensión espacio-temporal. Y en la tercera jornada, con Così fan tutte, dichos efectos resultaron directamente aburridos por repetitivos, en una sucesión de más de lo mismo con licencias extrañas, como, por ejemplo, que Leporello apareciera vestido con traje de nuestro tiempo en un montaje de época al querer abandonar, o romper la cuarta pared con un gag de dudoso gusto en las primeras escenas del Così solicitando un médico de sala ante un supuesto desmayo de una de las cantantes. Superar el humor elegante de Da Ponte es complejo. Alguien llegó a pensar, tras ver el resultado final, que con esta propuesta historicista lo que había detrás era realmente una propuesta minimalista y de bajo coste, de desatascador tres en uno. Hay que destacar, eso sí, la labor de iluminación firmada por el regista y el escenógrafo, que sirvió para crear un ambiente de teatro a la antigua, con un simulacro de luz de velas que aportó veracidad a la idea historicista.
Se publicitaba que esta trilogía mozartiana tenía como objetivo seguir las pautas de algunos estrenos operísticos del XVIII, según las cuales algunos cantantes encarnaban varios personajes dentro de mismo título o intervinieron en distintos papeles de la trilogía. Esta opción, que podría ser haber sido interesante, no favoreció en absoluto la calidad resultante.
El carácter de ópera bufa de Le nozze, o de drama jocoso de Don Giovanni y Così, es otro de los puntos comunes de esta trilogía. Si bien se consiguió en el primer título (rozando a veces el histrionismo por parte del protagonista, Fígaro), decayó estrepitosamente en Don Giovanni, en el que el Fígaro de Le nozze aparecía travestido en un Leporello cuya escena del balcón sustituyendo a su señor resultó decepcionante. Faltó el carácter de vodevil que tiene esta ópera desde el prisma de sus autores. En Così fan tutte pasó más de lo mismo, al querer convertir lo jocoso en drama moralista sobre el remordimiento por la infidelidad, más que una aventura de unos jóvenes que luchan con pasiones y pulsiones más sexuales que afectivas.
Sería excesivamente largo y prolijo ir comentando las prestaciones de los numerosos intérpretes en sus dobles y triples roles. Como comentario general diríamos que las capacidades vocales de los cantantes masculinos estuvieron muy por debajo de lo deseado. Los Figaro-Leporello-Guglielmo de Robert Gleadow fueron una caricatura de la línea y el estilo mozartianos, más allá de la carencia de los mínimos agudos necesarios para enfrentarse a estos roles sin esconderse en recursos pseudoteatrales o gestuales como taparse la cabeza para disimular unos agudos tocados. El Commendatore de Alex Rosen careció de la contundencia necesaria del registro grave, si bien su Masetto fue más correcto. Alexandre Duhamel no tuvo ni la gallardía de Don Giovanni (con dificultad en el brindis), ni la ironía de Don Alfonso (con problemas de tiempo en los conjuntos). Los únicos que dieron una cierta calidad musical fueron los tenores Julien Henric y James Ley, como Don Ottavio y Ferrando respectivamente, pero bastante fríos en lo escénico.
En cuanto a las voces femeninas, las interpretaciones fueron mucho más musicales, si bien coincidieron con sus partenaires masculinos en la mala pronunciación del italiano, que a veces resultaba incomprensible. Aquí volvió a quedar de manifiesto que la elección de este elenco estaba pensada para teatros mucho más pequeños que el Liceu, ya que la proyección de las voces dejó bastante que desear. Así ocurrió, principalmente, con la Despina de Miriam Albano.
Sabemos por las partituras originales de Mozart que todos los roles femeninos llevan el calificativo vocal de soprano, desde Susanna a Donna Elvira, Marcellina o incluso Cherubino. Pero eso no quita que el propio Mozart en su escritura buscara un contraste entre los roles, otro de los elementos que en esta producción no ha quedado patente. De ahí que en los dúos femeninos (Susanna-Contessa, Donna Anna-Donna Elvira y Fiordiligi-Dorabella) las diferentes intérpretes, que a veces coincidían como en el caso de Ana Maria Labin y Angela Brower, no hubiera un mínimo color diferenciador
Dejamos la última consideración para el trabajo de Minkowski, de quien nadie pone en duda su experiencia en las lides barrocas y clasicistas. Sin embargo, lo que se ha podido escuchar aquí jornada tras jornada es que su ímpetu y viveza en los tempi provocaba más confusión y problemas de concertación en los conjuntos que veracidad y pulcritud de líneas mozartianas. Sus acompañamientos en los recitativos fueron ciertamente impecables, y algunas arias las llenó de lirismo desde el discurso orquestal. Pero sorprendió en muchas ocasiones por no escuchar los errores a los solistas y no corregirles con una simple entrada las equivocaciones patentes que se podían apreciar. Un artista, por famoso que sea, no puede enfrentarse al criterio negativo de una parte del público en medio de una representación con gestos y actitudes despectivas, como vimos en alguna representación por parte de este director. Esperamos que en futuras citas el savoir-être y l’élégance predominen sobre la ironía.
Roberto Benito
(Foto: David Ruano – Gran Teatre del Liceu)