Hace más de dos décadas se estrenaba en Salzburgo una producción de Le nozze di Figaro que se convirtió en un clásico instantáneo –disponible inmediatamente en todos los formatos imaginables. La protagonizaba un reparto de lujo encabezado por una Anna Netrebko, por entonces en vertiginoso camino al estrellato. Pero eso fue una parte de la razón de su éxito, estas Bodas son un referente por la original mirada de su director, Claus Guth. Hoy, por fin, podemos disfrutarlas en directo en el Teatro Real de Madrid.

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Escena de Le nozze di Figaro en el Teatro Real
© Javier del Real | Teatro Real

Comencemos por decir que la lectura de Guth es legítima y acertada. Las producciones tradicionales han puesto énfasis en la cuestión de clase y privilegios, abordando de manera tangencial un deseo sexual, que se ha plasmado de manera cómica en el agitado Cherubino, y de modo condenatorio en el ansia de conquista del Conde. En esta producción asistimos a un reordenamiento de prioridades: las pulsiones pasan a un primer plano en la trama, encarnándose incluso en un efebo que actúa como maestro de marionetas, y se extienden además a todos los personajes. Es este además un deseo consumado, culposo y desestabilizador. Frente al amor en potencia de las versiones tradicionales, tenemos aquí un escenario de poliamor en marcha, en el que los enredos se producen como resultado de la angustia interior de unos personajes divididos internamente, y no de puertas que se abren en el momento equivocado.

Pero no es este solo un trabajo conceptual. Guth es capaz de trasladarlo exitosamente a la escena mediante una dirección de actores sobria y detallista, y unos decorados que se mueven entre lo decadente y lo onírico. La potencia escénica de la obra crece según esta avanza, desde un primer acto algo desvaído hasta un final magistral, de simetrías especulares y de camuflajes proyectados. Una confusión perspicaz en la que no hay ni arriba ni abajo, y no hablamos solo de coordenadas espaciales.

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André Schuen (Conde), Julie Fuchs (Susanna) y Uli Kirsch (ángel)
© Javier del Real | Teatro Real

Pero una buena ópera es más que su parte escénica y, si esta producción no llegó a despegar sobre las tablas del Real, fue por un elenco menos que ideal. Hay que salvar por su buena actuación a la Condesa de María José Moreno, la única que llegó a crear momentos auténticamente conmovedores, como tantos debe haber en las obras de Mozart. Posee un tercio alto brillante y muy vibrante y una buena línea de canto que maneja con elegancia para transmitir las emotividades que las distintas escenas requieren. Julie Fuchs es una carismática actriz que resultó sin embargo irregular en el canto. Destaca un “Deh vieni…” por instantes conmovedor, pero en general su actuación estuvo lastrada por un caudal limitado y una emisión fragmentada. Por no cargar las tintas, resumiré a los protagonistas señalando que al Conde el papel le viene tan grande como el vestuario y que Fígaro resultó absolutamente inaudible e invisible escénicamente.

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María José Moreno (Condesa), Rachel Wilson (Cherubino) y Julie Fuchs (Susanna)
© Javier del Real | Teatro Real

En el foso, Bolton imprimió un carácter vivo a la ejecución, aunque si caer en la trampa de los excesos en las dinámicas. Sacrificar la elegancia en los fraseos por un mayor ritmo fue una buena solución para sacar del aburrimiento en la que las actuaciones vocales sumergieron a la obra por momentos.

Volvamos la escena para señalar la importancia de un buen final. La función de estas bodas no es deshacer injusticias sociales ni reivindicar derechos. Funcionan como receta normalizadora, como antídoto al poliamor y otras modernidades para las que no parecemos estar preparados. Cada oveja con su pareja, las pulsiones sometidas y el caprichoso cupido expulsado por la ventana. Buena metáfora del corsé civilizador.

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