RG 180722 114 EnricoNawrath presse 

El Anillo del nihilismo

Bayreuth 31/07-01/03/05-08-22. Festspielhaus del Festival de Bayreuth. Wagner: Des Ring des NibelungenDas Rheingold: E. Silins (Wotan), C. Mayer (Fricka), O. Sigurdarson (Alberich), D. Kirch (Loge), E. Teige (Freia), O. Von der Damerau (Erda), J-E-Aasbö (Fasolt), W. Schwinghammer (Fafner), R. Nolte (Donner), A. Glaser (Froh), A. Bezügen (Mime), L-A. Dunbar (Woglinde), S. Houtzeel (Wellgunde) y K. Stevenson (Flosshilde). Die Walküre: K. F. Vogt (Siegmund), G. Zeppenfeld (Hunding), Wotan (T. Konieczny) y M. Kupfer-Radecky (3er acto), L. Davidsen (Sieglinde), I. Theorin (Brünnhilde), C. Mayer (Fricka / Schwertleite), K. God (Gerhilde), B-T. Müllertz (Ortlinde), S. Müther (Waltraute), D. Köhler (Helmwige), S. Houtzeel (Siegrune), M.H. Reinhold (Grimgerde), K. Stevenson (Rossweisse). Siegfried: A. Schager (Siegfried), A. Bezuyen (Mime), T. Konieczny (Der Wanderer), O. Sigurdason (Alberich), W. Schwinghammer, O. Von der Damerau (Erda), D. Köhler (Bünnhilde), A. Vogel (Waldvogel). Götterdämmerung: C. Hilley (Siegfried), M. Kupfer-Radecky (Gunther), O. Sigurdarson (Alberich), A. Dohmen (Hagen), I. Theorin (Brünnhilde). Coro y O. del Bayreuther Festspiele. Escenografía: A. Cozzi. Vestuario: A. Besuch. Iluminación: R. Traub. Vídeo: L.A. Krawen. Dirección de escena: Valentin Schwartz. Dirección musical: Cornelius Meister.

No se recuerda un abucheo tan intenso, largo y ruidoso a una nueva puesta en escena en Bayreuth desde hace casi dos décadas. Quien esto firma todavía recuerda las broncas monumentales entre los partidarios del tristemente fallecido Christoph Schlingensief, y su producción de Parsifal, vista en 2005 en su último año en Bayreuth, por cierto también la última vez que Pierre Boulez dirigió aquí en el foso místico.

Cierto es que recordar los últimos compases del Parsifal mientras en el escenario se veía a pantalla gigante la descomposición a cámara rápida de un conejo, es una imagen potente y que no se olvida fácilmente. 

En definitiva, aquí en el Festspielhaus, y pese al cliché, lo normal es que se abucheen las nuevas producciones, sobretodo si son radicales en su base dramatúrgica y su puesta en escena.

El famoso laboratorio de escena que los hijos de Siegfried Wagner quisieron fuera el Festival de Bayreuth, desde su reapertura después de la II Guerra Mundial, sigue vigente más que nunca bajo la directiva artística de la bisnieta del compositor y tataranieta de Liszt: Katharina Wagner. 

Parecía difícil superar la polémica que produjo el oscurantista y petrolífero último Ring visto aquí, el firmado por Frank Castorf, pero en Bayreuth no hay nada imposible. 

La elección de un tándem tan joven para llevar las riendas de esta nueva producción, formada inicialmente por el finés Pietari Inkinen (n. 1980) al foso (baja de última hora por Covid y sustituido por Cornelius Meister) y la puesta en escena del austriaco Valentin Schwarz (n.1989), suscitó ya desde su anuncio muchas dudas. 

La sustitución in extremis de Inkinen, para muchos un alivio después de su deslavazada Die Walküre vista el año pasado en el Festival, la incorporación de Meister, más el precedente del estreno de una producción inaugural de Tristan und Isolde que dejó bastante que desear, alimentó un ambiente ya caldeado de por sí. 

Tampoco ayudaron las altas temperaturas registradas este verano en la primera semana del Festival, con topes de hasta 35 grados, en funciones como el Siegfried. Hay que recordar que en el Festspielhaus, y por razones de preservación de una acústica famosa en el mundo entero, la sala no se toca y no tiene aire acondicionado. En los entreactos se abren las puertas de la platea para ventilar la sala y poco más. 

¿Acierto?, ¿desafío?, ¿debacle escénica?. Un poco de todo pero también menos culpa a la nueva producción de lo que los abucheos indicaron.

No es la producción fallida que muchos han querido ver, pese a los innumerables buhhh todas y cada una de las veces que el equipo de Schwarz salió a saludar al final del Götterdämmerung

No hay dioses, no hay enanos, no hay gigantes ni hijas del Rhin, ni mitología reconocible en esta producción que basa su punto de vista en el ser humano y una decadente esencia vital que lo arrastra todo. 

Valentín Schwarz desacraliza la dramaturgia wagneriana, le arranca la simbología del mito como lectura universal y la coloca a ras del suelo siguiendo la historia de una familia de alta burguesía, o nuevos ricos.

Gött 190722 443 EnricoNawrath presse

Wotan es el capo de una saga familiar decrépita y hortera, donde el incesto, el rapto de niños, el tráfico de influencias, la tortura y el maltrato físico y psicológico, en suma, la idea descarnada de que el fin justifica los medios, está a la orden del día. Alberich es su hermano gemelo desterrado de la familia por su esencia grotesca y abyecta. Éste, en un ataque de recuperar su posición social, rapta a uno de los niños que cuidan las Hijas del Rhin (cuidadoras de los hijos de la familia) y ahí empieza todo.

Por supuesto tampoco hay oro, ni habrá anillo, ni yelmo mágico, ni espada para el héroe, no pueden estar porque la dramaturgia busca el máximo realismo posible, el espejo de una sociedad que reaccione a lo visto. A modo metafórico, porque el libreto tiene una narrativa de base, sí hay un niño raptado (Oro), una pirámide a modo de lámpara que parece representar el Walhalla, un puño de acero (anillo), una pistola (espada Nothung), ataques de desorden de personalidad a modo de yelmo…y así todo el relato, con mayor o menor fortuna escénica. 

Entre los aciertos de esta puesta en escena, la fría y descarnada lectura nihilista, apoyada en una acertada escenografía de Andrea Cozzi. Un mundo donde prima lo artificial, esas casa de burguesía de nuevos ricos, impostada y llena de sirvientes innecesarios. Lo decadente, la casa de Mime llena de macabras muñecas y muñecos de titiritero como únicos testigos de una crianza de Siegfried al borde de la ezquizofrenia. O recuerdos del pasado de una sociedad exuberante pero en actual declive al borde del colapso: gran piscina final del Götterdämmerung, vacía, destartalada y sucia. Una sociedad al filo del declive final plenamente justificada por una escenografía que enmarca perfectamente la lectura ácrata y amarga de Schwarz.

La producción muestra una realidad donde la sociedad humana ha tocado fondo, donde no hay futuro, los niños no tienen inocencia porque desde el nacimiento aprenden que la violencia del más fuerte prevalece. En este sentido las cartas sobre la mesa quedan claras desde el nacimiento del Rhin en Das Rheingold, que se acompañan de un video a pantalla gigante proyectado en el telón del escenario, donde se ven a dos gemelos en útero materno y como uno de ellos ataca al otro, dejándolo ciego de un ojo y con abundante sangre flotando en el líquido amniótico. 

¿Una lectura kantiana del mal del hombre por naturaleza? Caín y Abel o el mal desde la génesis del ser humano, ¿la no esperanza desde el origen de la vida?. 

La envidia y el poder lo corrompen todo. Los cambios propuestos por Schwarz para justificar su lectura son atrevidos y radicales: Los gigantes son dos arquitectos que amplían la mansión de Wotan, Erda es la medium-consejera de la família, Loge el abogado corrupto que engaña a todos. Brunnhilde la niña mimada del cabeza de familia, Sieglinde la hija violada por el padre Wotan y esposa del vigilante de la mansión, Hunding, quien no muere porque cubre todas las miserias de Wotan. Las valquírias cantan en su famosa escena de la “cabalgata”, en una sala de espera de una clínica estética, operadas de cara, nariz, pechos…con sus famosos Hojotojo a modo de queja por las cicatrices sufridas…

El niño raptado al inicio por Alberich se transformará en Hagen, Fafner muere de un ataque al corazón en su acaudalada casa. Una de las enfermeras con lo cuidaban (el pájaro del bosque), tendrá un affair con Siegfried…Siegfried se casará con la repudiada Brunnhilde y tendrán una hija. Grane, no es el corcel mítico de la valquíria sino un criado/amante fiel que la acompañará hasta su muerte final, en una escena de una crudeza y una desolación desalentadoras, aunque también demasiado forzada y al borde de la caricatura.

En resumen, ideas interesantes y estimulantes que no acaban de cuajar por lo enrevesado del tejido cosntructivo-argumental de la historia. La trasposición sobre los mitos wagnerianos se recrea a veces con mayor fortuna: escena de la cabalgata de las walkirias y su uso irónico-hilarante, pero desemboca en un final abrupto y contradictorio en el Götterdämmerung.

La búsqueda para tocar la fibra del espectador por este joven regista queda clara, toca cambiar el mundo porque estamos en un callejón sin salida.

La producción, a modo de work in progress, como es costumbre aquí en Bayreuth, quedará por ver cómo se desarrolla en estos próximos cuatro años de reposiciones. Schwarz deberá limar el discurso y afinarlo de sus turbias incongruencias.

¿Queda esperanza? El video final, proyectado con las últimas notas del Götterdämmerung, con unos gemelos que se abrazan en el útero de su madre parece así indicarlo. El prácticamente unánime juicio del público con su estruendoso abucheo no pareció compartir tales ideas.

A todo esto hay que volver a indicar que parte de lo fallido con que se han quedado parte del público de este nuevo Ring no se debe exclusivamente a la nueva y descreída lectura de Schwarz.

Desgraciadamente, y esto es más preocupante, el nivel musical y vocal fue solo puntualmente excelso, en cambio, mayoritariamente correcto o mediocre.

Sieg 290622 106 EnricoNawrath presse

Puede ser injusto cargar tintas contra la batuta de Cornelius Meister, pues la sustitución a días del estreno del Ring por el enfermo de Covid Pietari Inkinen, lo dejó expuesto a más de catorce horas de trabajo con la orquesta.

También es cierto que en estos casos otras batutas aprovechan la ocasión y se reivindican en su oportunidad, como fue con Marcus Pochner y su Tristan sustituyendo al propio Meister. Pero fue el caso de Cornelius.

Lectura demasiado narrativa, con faltas de tensión evidentes en casi todos los momentos clave de la Teatralogía. Entrada al Walhalla sin colores, inicio de Die Walküre sin teatralidad y final sin poesía, Siegfried sin heroísmo, duo final de lirismo avaro, y un final del Götterdämerung de una linealidad musical que rozó lo aburrido. La sensación de falta de una lectura teatral con sentido se notó por su falta de uniformidad, por el desaprovechamiento de una orquesta fantástica que brilló en momentos puntuales, Murmullos del bosque. En suma una lectura gris y fallida que se supone mejorará en los siguientes ciclos pero que en resumen fue profundamente decepcionante.

Entre las más de la treintena de voces que conforman el Ring, solo la Sieglinde de Lise Davidsen y el Hunding de Georg Zeppenfeld merecen ser subidos al podio de los cantantes legendarios que han cantado la Teatralogía en Bayreuth. La noruega, en un estado de forma excepcional, arrasó con su instrumento, al mismo nivel de potencia que todo el foso, pero también demostró técnica y sensibilidad en el fraseo, con una búsqueda de matices y una entrega expresiva que todavía muestra capacidad de mejora. 

Georg Zeppenfeld es el gran bajo de Bayreuth de los últimos años, por la nobleza de su timbre, la homogeneidad de una tesitura atractiva, oscura y rotunda, y por la claridad de una articulación idiomática ejemplar. Un imprescindible en el Festival y un cantante en la cima de su arte como artista.

Por detrás, el resto del elenco se movió entre la notable corrección. La Erda de Okka von der Damerau, generosa y afilada, el Loge de comedido histrionismo de Daniel Kirch, la madurez y dominio expresivo del Mime de Arnold Bezuyen, el Wotan con margen de mejora de Egils Silins, la seguridad y solvencia de Tomasz Konieckzny (Wotan en Die Walküre y Wanderer en Siegfried), la agradecida lectura de un Gunther llamativo y lejos del victimismo del alemán Michael Kupfer-Radecky, quién sustituyó de manera óptima a Konieckzny en el último acto de Die Walküre por accidente del primero en el segundo acto de la ópera. 

Todavía conserva la distinción de un canto sincero y honesto el Hagen del veterano Albert Dohmen. Y también merece mención la lozanía vocal de la Freia/Gutrune de la noruega Elisabeth Teige y del Froh del tenor Attilio Glaser.

Entre los cantantes más aplaudidos pero de resultado musical más discutible, el tenor “favorito” del público del Festival, Klaus Florian Vogt, un Siegmund blanquecino, sin heroísmo y rozando lo ñoño con una lectura amanerada, tapado por la exuberancia de la Sieglinde de Davidsen. 

El sonoro y rudo Alberich del noruego Olafur Sigurdarson, el gritón pero solvente Siegfried de Andreas Schager, de canto monocorde y lineal, o el sustituto de última hora, por baja de indisposición por enfermedad de Stephen Gould, como Siegfried del Götterdämmerung, el tenor estadounidense Clay Hilley, de voz fresca pero timbre y vibrato ingratos.

Por debajo de lo esperado la noble Brünnhilde (Die Walküre y Götterdämmerung) de Irene Theorin. La sueca siempre atenta a dar colores y matices, ya no está en su mejor momento y mostró irregularidad de potencia y tesitura, con agudos ahogados, destemplados o calados. Tampoco estuvo a la altura la Brünnhilde del Siegfried, la alemana Daniela Koehler, de voz grande y metálica pero de agudos estridentes y emisión descontrolada. 

Una de cal, calante Fricka, y otra de arena, expresiva y singular Waltraute, las prestaciones de la mezzo Christa Mayer. Tampoco convenció el Fasolt del noruego Jens-Erik Aasbø, de timbre esquivo y rugoso. Resto de Dioses, Valkirias, Hijas del Rhin, Gigantes y Waldvogel en ajustada corrección.

Notorio como siempre el coro en Götterdämmerung para un Ring de marcados altibajos, con una propuesta escénica para reflexionar y un nivel musical y vocal por debajo de la calidad acostumbrada por la valía artística del Festival de Bayreuth.