Hay entre los aficionados a la ópera una dañina costumbre que es necesario desterrar si se quiere disfrutar de una experiencia plena en el directo. Hay que olvidar todas esas grabaciones legendarias que han formado nuestro gusto, ante las cuales, la realidad palidece en muchas ocasiones. Pero este olvido no es necesario para acercarse al primer reparto de la producción de La sonnambula que el Teatro Real ha programado para estas Navidades. Una interpretación que aguanta comparaciones con lo que sea necesario, en la que uno tiene la sospecha de estar asistiendo a un evento casi histórico, y que debe ser recordada como uno de los hitos vocales en la historia del coliseo madrileño. 

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Nadine Sierra (Amina), bailarines y el Coro Titular del Teatro Real
© Javier del Real | Teatro Real

Nadine Sierra es la principal responsable de esta experiencia de ensueño. Se estrena en nuestro teatro y también en el papel, en el que demuestra ser una cantante extraordinariamente completa, de principio a fin, sin fallas ni fisuras. Desafía las obstinadas clasificaciones en las que la teoría segmenta las voces, sobresaliendo en cada aspecto técnico y dramático. Como es de esperar, cumple con creces en las coloraturas y alcanza con facilidad las demandas del tercio agudo, en el que luce una emisión robusta, de excelente caudal. Complementa además estos rasgos con los cimientos que proporcionan un centro sólido y una zona baja rotunda. No se puede pedir más. Además, su componente dramática es fascinantemente evocadora. La línea de canto se adapta a la alegría efervescente de su intervención inicial, a la pena y la culpa por el rechazo posterior y, a un nivel ligeramente inferior, al enajenamiento flotante que preside el desenlace. Como resumen de su magnífica actuación nos quedan esas dos últimas notas que, impecablemente ejecutadas, resuenan como grito de emancipación y libertad. Son estos, por cierto, los elementos que Bárbara Lluch utiliza para actualizar el libreto en una propuesta escénica, por lo demás, sorprendentemente clásica.

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Nadine Sierra (Amina) y Xabier Anduaga (Elvino)
© Javier del Real | Teatro Real
Hay un episodio de agresión sexual por el que se que pasa de puntillas y un cierto enfoque de empoderamiento que, como un peaje necesario en la época del “sí es sí”, ni molesta, ni descubre, ni estorba. Con justicia, el canto atrapa toda la atención en esta producción, en la que tan solo destacan el ballet de íncubos y la vertiginosa escena final del alfeizar, que potencia el sentido de fragilidad y de peligro para la protagonista.

Pero el triunfo del canto no corresponde solamente a la protagonista. El tenor donostiarra Xabier Anduaga construye un Elvino a la altura de las difíciles circunstancias. Posee unos admirables medios vocales que usa con seguridad y aplomo, disfrutando de cada nota. Sabedor de sus cualidades, bello timbre y agudo brillante, tendió siempre a la voz plena, rehuyendo unas dinámicas que echamos de menos y hubieran dotado al papel de más contraste, espíritu belcantista y humanidad. Es la suya en todo caso una voz excepcional y un lujo para cualquier teatro, incluido el Metropolitano de Nueva York, donde debutará en primavera. Rocío Pérez construyó un Lisa teatralmente creíble, decantádose más por lo cómico que por lo perverso. 

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Nadine Sierra (Amina), Monica Bacelli (Teresa) y Xabier Anduaga (Elvino)
© Javier del Real | Teatro Real

Lució una emisión liviana, sin complejos, con espectaculares sobreagudos y unos estacatos primorosamente cincelados. El conde de Roberto Tagliavini mostró también buenas cualidades vocales, aunque su personaje resultara en muchos momentos ajeno a la acción dramática. Monica Bacelli, por el contrario, hizo de su Teresa una secundaria de lujo con intención y vocalidad ajustadas a las características del maternal personaje. En el foso, Maurizio Benini ofreció una interpretación de tiempos retardados, sin rastro de barullo, con atención al balance, a los colores y a los fraseos refinados. Sin renunciar a momentos de alarde orquestal, dirigió con buen criterio al servicio del lucimiento de una voz extraordinaria que, muy bien acompañada, recordaremos durante mucho tiempo. Quizá para siempre.

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