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La 'Arabella' de Richard Strauss maravilla en el Teatro Real
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La 'Arabella' de Richard Strauss maravilla en el Teatro Real

La extraordinaria versión musical (David Afkham) y teatral (Christof Loy) de la ópera se añade a un reparto muy cualificado

Foto: 'Arabella'. (Tatro Real/Javier del Real)
'Arabella'. (Tatro Real/Javier del Real)

El milagro dramatúrgico de Christof Loy consiste en renunciar a la escena. Desnudarla del todo. Y exponer a los protagonistas sin referencias, como si estuvieran alojados —abandonados— en un espacio abstracto y desasosegante. Sucede en el tercer acto de Arabella. Y en el desenlace de una trama cuya dinámica teatral y musical transforma la comedia amable de Strauss en un oscuro drama psicológico. Christof Loy enfatiza entonces el impresionante trabajo de actores, esmera el retrato de los personajes —por dentro, por fuera— y predispone la tensión que incorpora un espectáculo de tres horas y media.

Poco importa la duración porque la ópera fluye y transcurre fuera de las convenciones espacio-temporales, aunque el montaje de Arabella alude al refinamiento de la estética de entreguerras en la Viena de la decadencia. Y a la peripecia de una familia aristocrática venida a menos que necesita el braguetazo providencial de un rudo terrateniente para redimirse de la ruina.

Conviene recordar que Arabella se estrenó el mismo año de la llegada de Hitler a la cancillería (1933). Y que no pudo dirigirla el maestro Fritz Busch en Dresde porque ya lo había proscrito el régimen nazi. Es el contexto en que Strauss alumbra una ópera de fin de época. Le había escrito el libreto su literato de referencia, Hugo von Hofmannsthal, aunque el coloso germano había fallecido cuatro años antes, cumpliendo con los requisitos atmosféricos del compadre Strauss: “Una obra fina, alegre y sentimental”.

placeholder 'Arabella'. (Teatro Real/Javier del Real)
'Arabella'. (Teatro Real/Javier del Real)

Nunca se había interpretado Arabella en el Teatro Real. Y no podían escogerse mejores soluciones ni mejores recursos humanos para corregir el veto. Empezando porque la dramaturgia audaz de Loy funciona como la extrapolación escénica de la partitura. Alcanzamos a ver la música misma. Se produce un milagro sinestésico, una comunión de los sentidos. Y una atmósfera de sugestión que explica toda la dimensión de la maravilla.

“Fina, alegre y sentimental”. Así es en apariencia la versión de Loy, pero la lectura entre líneas de Arabella deriva la trama a las angustias de los personajes y a la identificación del público. La identidad. La hipocresía. La colisión cultural. La decadencia. Las pulsiones y los celos. Y la capacidad redentora del amor…, hasta el extremo de que el aria final de Arabella parece una enmienda al Liebestod de Wagner en Tristán e Isolda.

Es posible el amor aquí y ahora. Por eso, el final hermoso que plantea Loy evoca el happy end de una película en blanco y negro. Los amantes se pierden en la escena final fundiéndose en la oscuridad.

Delicada y compleja

El acontecimiento de Arabella en el Teatro Real no se explica sin la trama sonora de David Afkham. Y sin la sensibilidad con que el maestro germano explora todas las posibilidades de la partitura, consciente de que Arabella es una ópera delicada y compleja, tanto en los pormenores rítmicos y armónicos como en la exuberancia que propaga la melodía.

placeholder 'Arabella'. (Teatro Real/Javier del Real)
'Arabella'. (Teatro Real/Javier del Real)

Tiene sentido evocar el antecedente de El caballero de la rosa en las analogías narrativas y en la atmósfera cromática, aunque la estructura de Arabella, desprovista de números, de arias convencionales, se identifica más en la corriente interior y en el esmero de los pasajes camerísticos. Dirigía con las manos Afkham, como si la experiencia le permitiera deslizar la música entre los dedos. Y como si la dimensión artística del pathos no pudiera concebirse sin las facultades de la artesanía o de la alquimia.

El estado de gracia de la orquesta del Teatro Real en este viaje de la luz a la oscuridad benefició la implicación de los cantantes

El estado de gracia de la orquesta del Teatro Real en este viaje de la luz a la oscuridad benefició la implicación de los cantantes. Y no es cuestión de jerarquizarlos en una ópera tan coral y exigente, pero los méritos de la protagonista, Sara Jakubiak, ejercieron un poderoso magnetismo.

La homogeneidad de la voz es tan elocuente como la riqueza de su timbre y como el carisma escénico con que desenvuelve el personaje de Arabella. Y no es que su ciudad natal, Bay City (Michigan), sea la cuna del repertorio straussiano ni wagneriano, pero los antecedentes genealógicos —Polonia y Alemania— garantizan el pedigrí —la inercia cultural— que la convierten en la musa del estreno y en la referencia de las funciones sucesivas.

Hay entradas disponibles, puede que demasiadas de aquí al 23 de febrero. Quizá porque Arabella es una obra extraña en el inventario de los melómanos y porque nunca había accedido al canon del Teatro Real. Ha ingresado en las mejores condiciones posibles. La armonía de la escena y el foso es tan elocuente como la cualificación del reparto. Imponentes las voces graves (Josef Wagner, Dean Power). Impresionante el ejercicio de travestismo de Sarah Defrise. Y emocionante el reencuentro con una artista, Anne Sofie von Otter, cuya personalidad y color todavía evocan sus mejores veladas de gloria.

El milagro dramatúrgico de Christof Loy consiste en renunciar a la escena. Desnudarla del todo. Y exponer a los protagonistas sin referencias, como si estuvieran alojados —abandonados— en un espacio abstracto y desasosegante. Sucede en el tercer acto de Arabella. Y en el desenlace de una trama cuya dinámica teatral y musical transforma la comedia amable de Strauss en un oscuro drama psicológico. Christof Loy enfatiza entonces el impresionante trabajo de actores, esmera el retrato de los personajes —por dentro, por fuera— y predispone la tensión que incorpora un espectáculo de tres horas y media.

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