Espléndida «Arabella» en el Teatro Real

«Arabella» Teatro Real María del Río

Una espléndida Arabella 

Hace casi noventa años, el 1 de julio de 1933, Richard Strauss estrenó Arabella en el teatro de la ópera de Dresde (el mismo en el que se habían estrenado El holandés errante y Tannhäuser de Richard Wagner). Solo unos pocos meses antes, Hitler había ganado las elecciones en Alemania. Las tensiones con el nuevo régimen político dificultaron el estreno, pero Strauss consiguió salir con el empeño, haciendo gala de una habilidad para nadar entre dos aguas que le permitiría en los años siguientes vivir con cierta comodidad. En efecto, presidió la Cámara de Música del Tercer Reich y compuso el himno olímpico que se interpretó en Berlín en 1936, a pesar de que a la vez colaboraba con el escritor judío Stephan Zweig e incluso tenía una nuera judía. Aunque Arabella tuvo buenas críticas, la acogida del público solo fue discreta en esa primera representación. 

Una escena de "Arabella" / Foto: © Javier Del Real
Una escena de «Arabella» / Foto: © Javier Del Real

El autor del libreto era el dramaturgo, poeta y ensayista austriaco Hugo von Hofmannsthal (también judío, por cierto), autor también de otros libretos de óperas para Richard Strauss. Desgraciadamente, había fallecido repentinamente en 1929, unos días después del suicidio de su hijo. Nunca pudo leer el telegrama en que Richard Strauss le felicitaba por la calidad del primer acto de Arabella. «Arabella» Teatro Real

El proceso de creación de esta ópera está documentado en centenares de cartas que se enviaron durante años Strauss y Hofmannsthal. Al principio, el compositor (que conocía perfectamente la importancia de un buen libreto, pues él mismo había escrito el de su controvertido Intermezzo) se planteaba simplemente un “segundo Caballero de la rosa”, “algo delicado, divertido y sentimental” con ambiente vienés. Poco a poco, la idea evoluciona y se transforma. El apasionado intercambio epistolar revela cómo el personaje de Mandryka, el hombre exótico y algo rudo que viene de los confines del Imperio, acaba cediendo el protagonismo a la hermosa Arabella; cómo el libretista se opone indignado a que Strauss se centre demasiado en la música popular eslava, o cómo reclama con vehemencia que la soprano principal no solo sea una buena cantante con hermosa apariencia, sino una mujer con cualidades de actriz; cómo, en fin, los dos grandes talentos se confrontan para ir gestando esta ópera llena de lirismo y humor.  

El primer acto de Arabella, que no tiene obertura, comienza con un ritmo muy ágil, conversacional, y en pocos minutos transmite al público las líneas maestras de la acción dramática. Nos encontramos en Viena, hacia 1860. La familia Waldner está en una situación económica tan desesperada, que su única esperanza es que su hija Arabella consiga cuanto antes un matrimonio ventajoso. Afortunadamente, la joven es muy hermosa y tiene varios pretendientes apropiados con los que lleva un tiempo coqueteando. Su hermana Zdenka, mientras tanto, se hace pasar por varón (Zdenko) para no complicar todavía más la economía familiar con los gastos que requiere la vida social de una mujer de su posición. Pronto se hace evidente que está enamorada de uno de los pretendientes de su hermana, el joven oficial Matteo, que ignora que su amigo Zdenko es en realidad una mujer. Matteo amenaza con suicidarse si Arabella lo rechaza, por lo que Zdenko le engaña asegurándole que su hermana le corresponde. Cuando Arabella y Zdenko salen, el conde Waldner recibe la visita de Mandryka, un joven eslavo, sobrino de un antiguo compañero de armas del conde. Waldner le había escrito a su compañero contándole su situación e incluyendo un retrato de Arabella. El anciano acaba de fallecer, pero su sobrino se enamoró de la joven del retrato y viene a pedir su mano. El conde no puede creer en su suerte, pues el joven Mandryka es inmensamente rico y poderoso. 

Una escena de "Arabella" / Foto: © Javier Del Real
Anne Sofie von Otter (Adelaide), Barbara Zechmeister (La tiradora de cartas) y Sarah Defrise (Zdenka)/ © J. Del Real

El segundo acto se enmarca en el tradicional “Baile de los cocheros”, aunque nunca aparece la fiesta en primer plano, sino como telón de fondo.  Arabella y Mandryka son presentados e inmediatamente se juran amor eterno (de hecho, Arabella  se había cruzado con Mandryka en la calle y ya se sentía fuertemente atraída por él). La joven se retira sola para despedirse de su vida de soltera. Sin embargo, este ambiente de intenso romanticismo se rompe cuando Mandryka escucha por casualidad que Zdenko le da a Matteo la llave de la habitación de Arabella. En realidad, lo que pretende es engañar una vez más a Mateo y entregarse a él fingiendo ser Arabella para evitar su desesperación. Mandryka, loco de despecho, muestra su cólera sin pudor y se pone a bailar con la animadora del baile, la Fiakermilli, dando pábulo a la murmuración. «Arabella» Teatro Real

Por fin, en el tercer acto, los personajes principales se encuentran en el hotel y se resuelven todos los equívocos. Zdenko confiesa ante todos que es una mujer y que ha sido ella la que se ha entregado a Matteo. El final es feliz, ya que Matteo y Zdenka deciden casarse y Arabella perdona la desconfianza y el comportamiento rudo de Mandryka. Termina la obra cuando ambos retoman sus planes de matrimonio.

Bajo la apariencia de comedia romántica late, no obstante, un trasfondo social mucho menos amable: el fin del esplendor imperial y la ruina de una aristocracia que ya no puede permitirse vivir con el lujo de antaño. Por no hablar de la situación de la mujer, convertida en mercancía; Arabella está en venta para salvar a su familia y el propio Mandryka,  por muy grande que sea su amor, no duda en tirar de billetera para que el conde Waldner le conceda la mano de su hija.  Igualmente, llama la atención la orgullosa proclama de Zdenka, que asegura que prefiere no ser mujer si ha de ser coqueta y despiadada con los hombres como su hermana. «Ar

Una escena de "Arabella" / Foto: © Javier Del Real
Sara Jakubiak (Arabella) y Dean Power (Conde Elemer)  / Foto: © Javier Del Real

La propuesta de Christof Loy, que lleva más de quince años trabajando con esta ópera (y también presentó en el Teatro Real el Capriccio), se esfuerza por ir más allá de la fachada de opereta sentimental para acercarnos a la vida cotidiana de una familia problemática y a la realidad de una sociedad en crisis económica y moral. Son varios los indudables aciertos de Christof Loy en esta producción de Arabella. Para empezar, su empeño en atender por un lado a los aspectos realistas e históricos de la trama y por otro a la psicología más profunda de los personajes. Para ello, Herbert Murauer y el iluminador Reinhard Traub proponen dos tipos de escenario. Unos grandes paneles móviles de color blanco dejan ver, en el primer acto, varias estancias sobriamente amuebladas, con detalles cotidianos como unas maletas en el suelo o un paraguas en el perchero, y, en el segundo acto, el salón de baile del que entran y salen los personajes. Sin embargo, en el tercero casi desaparece el decorado realista y el escenario queda delimitado solamente por los paneles blancos. Resulta curioso que, cuando se marchan juntos Arabella y Mandryka, los paneles se mueven y el fondo cambia al color negro, quizás para atenuar el romanticismo de ese final. En la misma línea, Arabella aparece vestida en esa escena con su ropa normal de color oscuro, no con el traje de baile. Por cierto, que el vestuario, también de Murauer, era un prodigio de elegancia y buen gusto, sobre todo en el tercer acto, cuando entre el blanco y el negro destacaban bellísimamente el vestido azul de Arabella y el rojo de su madre (y también los labios pintados de carmín de Zdenka).

Acertó asimismo Christof Loy poniendo el acento en un cuidadoso trabajo teatral. Los gestos, los movimientos, las expresiones de los cantantes se hubieran ganado la aprobación del mismo Hofmannsthal. Cada desplazamiento estaba escrupulosamente calculado, incluso en las escenas del baile, cuando había muchas personas en escena, entre los miembros del coro y los bailarines. Nada excesivo, nada chirriante… O sí: hubo dos momentos en los que el buen gusto de Christof Loy cedió a lo truculento. El primero se produjo cuando Mandryka, en su ataque de celos, viola a la  Fiakermilli. ¿Qué necesidad hay de forzar así el libreto, cuando, además, la agresión quita credibilidad al supuesto amor romántico de Mandryka por Arabella? La escena resultaba desagradable, tanto, que dos caballeros de la segunda fila prorrumpieron en abucheos (y yo les hubiese acompañado con gusto si tuviese esa costumbre). El segundo, más leve, tiene lugar cuando Zdenka confiesa que se ha entregado a Matteo y se pasea por el escenario con los pantalones bajados durante un tiempo que resulta excesivo, en una actitud de humillación algo inadecuada para la valiente y rebelde jovencita. Por cierto, que en esa escena se utiliza un larguísimo silencio que, en mi opinión, rompe la tensión dramática. Parece que se han puesto de moda últimamente estos silencios en los que el espectador queda sobrecogido tanto por la ausencia de música como por el terror a estornudar repentinamente o a que le dé un inoportuno ataque de risa a alguno de los niños (pocos, pero maravillosos) que asisten a la ópera.

Una escena de "Arabella" / Foto: © Javier Del Real
Una escena de «Arabella» / Foto: © Javier Del Real

Dejamos para el final la parte musical, que fue sencillamente deslumbrante. La orquesta del Teatro Real, dirigida por David Afkham, superó con creces todas dificultades de la música de Arabella, que requiere agilidad y precisión, y combina timbres muy variados con momentos en que toda la orquesta exhibe su potencia. Los gestos de Afkham al dirigir constituían por sí mismos un bellísimo espectáculo. 

A la misma altura que la orquesta y su director estuvo el elenco vocal. Valió la pena escuchar a todos: al bajo-barítono austriaco Martin Winkler (el conde Waldner), que brilló también como simpático actor; a la elegante y majestuosa mezzosoprano Anne Sofie von Otter; a los pretendientes de Arabella, sobre todo a Matteo, interpretado por el tenor estadounidense Matthew Newlin; a la delicada soprano belga Sarah Defrise en el papel de Zdenka, quizás un poco eclipsada en ocasiones por la potencia vocal de Sara Jakubiak. Joseph Wagner cantó con solvencia el personaje de Mandryka, aunque a veces su voz perdía belleza en el registro agudo. Por supuesto, mereció la pena escuchar a la soprano donostiarra Elena Sancho Pereg, maravillosa en la coloratura del papel de la Fiakermilli (que llega hasta el re sobreagudo). Por último, la soprano Sara Jakubiak (Arabella) estuvo simplemente soberbia. Su voz sonaba rotunda y llena en todos los registros, su técnica era perfecta, con una potencia que no decayó en ningún momento. Al final, parecía capaz de volver a cantar de nuevo la ópera entera sin despeinarse.

En suma, la Arabella representada en el Teatro Real es una grata sorpresa. Si tienen oportunidad de ir, no se la pierdan.


Madrid (Teatro Real), 24 de enero de 2023. Arabella  Música: Richard Strauss.  Libreto: Hugo von Hofmannsthal.

Director musical: David Afkham.  Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real.  Director de escena: Christof Loy

Elenco: Sara Jakubiak, Sarah Defrise, Anne Sofie von Otter, Elena Sancho Pereg, Barbara Zechmeister, Josef Wagner, Martin Winkler, Matthew Newlin, Dean Power, Robert Smeets, Tyler Zimmerman, José Manuel Montero, Benjamin Werth, Niall Fallon, Hanno Jusek.

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