Tuve que leerlo varias veces para asimilar que la ópera que estaba escuchando era la primera vez que sonaba en el Teatro Real. “¡Es imposible!” ­—pensé. ¿Cómo podía ser, si no, que una música que no había escuchado nunca y que trataba de reflejar de forma fidedigna el paisaje sonoro de una realidad tan lejana a la mía me hiciese sentir las mismas emociones que los personajes que veía sobre el escenario?

Es esta la magia que esconden los compases de la Arabella de Strauss. Eleva así, el maestro compositor, las líneas del poeta Hofmannsthal a un nivel supremo. Permite al espectador zambullirse de lleno en una trama que, aunque pueda resultar poco atractiva en un principio –no deja de ser un absurdo lío de faldas–, cautiva por los detalles de unos personajes que se debaten entre la humanidad y el arquetipo.

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Josef Wagner (Mandryka) y Sara Jakubiak (Arabella)
© Javier del Real | Teatro Real

Strauss denomina a su Arabella como “comedia lírica” (Lyrische Komödie). Efectivamente, tendremos mucha acción para la que el vienés escribiría agitados y vibrantes pasajes de conjunto, pero también hay lugar para emotivas y exuberantes arias y duetos en las partes de reflexión y expresión de los sentimientos, de gran importancia para entender y conectar con los personajes y ver, como decía, la humanidad que esconde el arquetipo. Christof Loy encuentra una solución realmente ocurrente para esta dualidad que nos presenta la Lyrische Komödie: enmarcar la escena. El escenario retrocede unos metros, de modo que, entre el espectador y éste, queda un espacio en blanco que permite a los personajes pasar de una escena realista a otra onírica, detener el tiempo y poder así expresarse en un espacio íntimo y atemporal. Así, Loy evita cercenar escenas e indica al espectador cuando el personaje está realizando un diálogo interno —o no tan interno, pero sí privado.

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Escena de Arabella con Elena Sancho en primer plano
© Javier del Real | Teatro Real

Escenarios y vestuarios realistas se unen a una interpretación también realista de los personajes. Destacaron en este aspecto los más inhumanos como son el conde Waldner y su mujer, la condesa Adelaide. Tanto Anne Sofie von Otter como Martin Winkler supieron interpretar las estereotípicas personalidades de los padres de Arabella, destacando también este útlimo por un gran registro vocal y un timbre con cuerpo al que también supo dar agilidad en el dueto "Lasst uns allein, meine Kinder". La pareja protagonista: Sara Jakubiak (Arabella) y Josef Wagner (Mandryka) funcionó muy bien. Ambos derrocharon potencia y emoción. El segundo acto fue exquisito para Wagner, mostrando una voz con cuerpo, atacando con fuerza el agudo y demostrando también un gran fiato. Jakubiak también estuvo espléndida en este segundo acto, pero me fascinó aún más junto con Sarah Defrise en el "Aber der Richtige, wenn’s einen gibt für mich". Ambas supieron expresar ternura, inocencia y emoción a partes iguales en unos de los compases más bellos de toda la ópera. El agudo y la potencia de Jakubiak fueron perfectos. Defrise supo meterse dentro del mismo carácter de la estadounidense y, junto con la orquesta, llenar de emoción a un público al que, si le hubieran dejado, hubiera aplaudido a rabiar esta magnífica escena.

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Roger Smeets (Dominik), Sara Jakubiak (Arabella), Sarah Defrise (Zdenka), Josef Wagner (Mandryka)
© Javier del Real | Teatro Real

Finalmente, el timbre de Matthew Newlin, brillante y, en cierto modo inocente, encajó muy bien en el papel del pobre Matteo. El tenor supo adaptar su voz a las confusas y cambiantes emociones del joven soldado ofreciendo así una brillante interpetación. Dean Power, Roger Smeets y Tyler Zimmerman y el resto de papeles más humildes hicieron un trabajo correcto, aunque destacó la voz de Elena Sancho en el vibrante papel de la Fiakermilli, una suerte de arlequín que encarna el espíritu festivo del carnaval vienés. Sus líneas, repletas de coloraturas, encandilaron al público gracias al potente pero estable chorro de voz de la donostiarra.

No podemos olvidar mencionar a David Afkham, quien logró elevar el papel de la orquesta al de protagonista principal. El coro tiene un papel reducido ya que es la orquesta la que ocupa su lugar. Afkham, a modo de corifeo nos señala lo que siente cada personaje. Como Arabella realmente sufre ante las acusaciones de Mandryka, por ejemplo. O el descenso a la decadencia que sufre el baile tras la partida de Arabella. La tensión, las dudas, los celos y, finalmente, el amor, están presentes en las particellas de los músicos. Afkham, como buen corifeo supo destacar cada una de las indicaciones de la orquesta en su grado justo, por lo que, si pudimos apreciar y disfrutar de Arabella fue, en gran parte, mérito suyo.

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