Con Alexina B., la complejidad filosófico-social de la identidad y el género se vuelve tema capital en esta ópera, que sigue el curso de la empresa del Liceu en recrearse como aparato de reflexión y debate que celebre las inquietudes sociales y contextuales de nuestra época. Recurriendo a la vida de Adélaïde Herculine Barbin y la intersexualidad vivida en el siglo XIX, el espectador se ve rendido a la inocencia de lo indeterminado, a la confusión de una víctima del sistema: a una sensibilidad inadaptada (pero que se autodetermina) atrapada en una sociedad hiriente, que agrede a base de normas, leyes e instrumentos quirúrgicos. No soy mujer, ni hombre; soy un ángel. Con esta confesión póstuma del personaje, comienzan las primeras líneas melódicas. Y por primera vez, se canta la existencia de los ángeles entre nosotros.

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Un ángel y Lidia Vinyes-Curtis (Alexina/Abel)
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

El inicio de la obra es el fin; a modo de flashback, el telón se abre para mostrar a este ángel muerto. Advierte un viaje de evocaciones que van desde su infancia, el primer amor, la lucha por una identidad y el renacer en otro cuerpo. Tanto el trabajo descriptico a nivel psicológico como musical, demuestra madurez y calidad; la deconstrucción y reorganización de elementos crean una historia que huye de la emoción fácil. Hay coherencia, mucha transparencia y honestidad (véase, ¡por fin!, la verbalización de tabúes como la menstruación, la agresión al cuerpo por la instrumentalización médica o la mayúscula escena poética del acto sexual). La visibilización es, per se, un elemento a destacar entre libreto y partitura.

El trabajo de Raquel García-Tomás y la escena de Marta Pazos es una oda al amor. A a la libertad de encontrar la propia identidad en el mundo. Una reivindicación en el que el espectador no puede apartar la vista ante semejante batida de alas hacia la comprensión. Con una sensibilidad que desborda en cada línea de la partitura y del proscenio, el tándem creador evoca un intimismo de márgenes tan radicales como sutiles. Tres actos y veintidós escenas crean una atmósfera teñida siempre de verde; un violento tono liquen institucional -designado a la violencia de aquello y aquellos vivida por la protagonista en forma jurídica, médica o religiosa (claustrofobia en forma de paredes móviles que comprimen, la asfixia transmitida por la violencia psicofísica, la frialdad del decorado a juego con el trato instigador de la normatividad)- contrasta con otro verde referente a la naturaleza, al intimismo y a lo personal que atañe a la protagonista. Un trabajo interdisciplinar en el que vídeo, iluminación y vestuario, a cargo de García-Tomás, Nuno Meira y Silvia Delagneau respectivamente, se unen para crear un lenguaje de contrastes entre interiores y exteriores: una historia reconstruída por recuerdos, espacios y deseos. Hay dureza en el vacío escénico y se puede palpar la densidad dramática; las diferentes dimensiones emocionales se combinan para entrever un mundo de dolor pero también de felicidad.

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Alicia Amo (Sara) y Lidia Vinyes Curtis (Alexina/Abel)
© A. Bofill | Gran Teatro del Liceu

La partitura de García-Tomás fue dirigida por un enorme Ernest Martínez Izquierdo, que capitaneó a veinte intérpretes con sensibilidad e incisión. El clima onírico fue creado a base de contrastes armónicos, pasajes emotivos o juegos tímbricos entre las reducidas secciones; también la mezcla, inteligentemente bien realizada, de las referencias románticas afrancesadas y de recursos más contemporáneos en la composición (como la amplificación y el uso de la electrónica), ayudó a sonorizar ese mundo de pulsiones que reforzaban los sentimientos del personaje. Martínez Izquierdo, con ritmos pausados y lectura fluida, traduce la tragedia física y psicológica con colores precisos en cada momento, con virtud, solvencia, equilibrio y mucha sensibilidad. Todo prestado a una acción dramática con un reparto que se entreteje perfectamente a la ambientación orquestal. Lidia Vinyes-Curtis fue, sin duda, la voz de todo el proyecto. La escritura musical para Alexina era complicada y exigente, pero la mezzo realizó un trabajo desbordante en recursos, calidad vocal e interpretación que no deja indiferente. Le acompañó una Alicia Amo igualmente apoteósica, en el rango más romántico, brillando en los dúos y en la delicadeza contrapuesta a la violencia del contexto. Elena Copons se metamorfoseó en Policía/Madre/Monja descubriendo unas dotes vocalmente teatrales que estuvieron a la par de su compañero en transformaciones, el contratenor Xavier Sabata, quien estuvo brillante en cuanto a expresión y ejecución del Doctor/Abad. Una conjunción de calidad vocal e instrumental de excelencia en un tratamiento cuidadoso en lo dramático, sin caer en el sentimentalismo, y comprendiendo la evocación de cada momento. Chapeau también a la participación coral femenina del Cor Vivaldi-Petits Cantors de Catalunya.

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Lidia Vinyes Curtis (Alexina), Xavier Sabata (el Abad), Elena Copons (Madame P.) y Alicia Amo (Sara)
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

Raquel García-Tomás se ganó la admiración del teatro catalán. Con un público en pie ante la inteligencia, el talento y la humanidad del proyecto, visiblemente tocados por el caudal revelador y generoso de Alexina B., esta realidad, que ahora sí se habla y se lucha, también celebra que se cante.

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