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Por Publicado el: 02/06/2023Categorías: En vivo

Crítica: Parsifal en el Teatre del Liceu

Parsifal. Liceu, charneguería…

Parsifal, de Richard Wagner. Festival escénico sacro en tres actos, con libreto de Richard Wagner. Reparto: Nikolai Schukoff (Parsifal), Elena Pankratova (Kundry), René Pape (Gurnemanz), Matthias Goerne (Amfortas), Yevgueni Nikitin (Klingsor), Paata Burchuladze (Titurel), etcétera. Coro y Orquesta titulares del Gran Teatre del Liceu. Dirección de escena: Claus Guth (Aglaja Nicolet, reposición). Escenografía y vestuario: Gisbert Jäkel. Iluminación: Jürgen Hoffman. Vídeo: Andi A. Müller. Coral Càrmina. Coro y orquesta titulares del Gran Teatro del Liceu. Dirección musical: Josep Pons. Lugar: Barcelona, Gran Teatre del Liceu. Entrada: Alrededor de 2.000 espectadores (prácticamente lleno). Fecha: Martes, 30 mayo 2023.

Escena-de-Parsifal-en-el-Liceu

Escena de Parsifal en el Liceu

Asistir a una representación de Parsifal en el Liceu tiene para el peregrinador wagneriano muy especiales connotaciones. No ya por el parentesco espiritual entre “Monsalvat” y Montserrat, lugares santos en los universos wagneriano y catalán; o la bien reconocida pasión y vínculos de los barceloneses y el modernismo con la mitología wagneriana. Por no hablar de catalanes wagnerianos como Albéniz, Granados, Francesc Viñas y tantos intelectuales que a finales del XIX formaban la Renaixença, con su pulmón vivificador de la Associació Wagneriana de Barcelona, fundada en octubre de 1901. No fue casualidad que este caldo de cultivo promoviera -el 31 de diciembre de 1913- “a las once de la noche”, justo treinta años menos una hora después del estreno en Bayreuth, la primera audición mundial de Parsifal fuera del santuario del Festspielhaus de Bayreuth.

Poco o nada de ese pasado glorioso se sintió el martes fuera del escenario del en esta ocasión no “Gran” Teatre del Liceu. Toses, caramelos, cuchicheos, abanicos y varios teléfonos pitando en momentos claves. Casi como en el cine de verano… ¡Un bochorno! Alguien comentó al final de la función que la escandalera que montaron los herederos de aquellos próceres wagnerianos contrastaba con el recogimiento con que el público pacense -cuna de la “charneguería”- escuchó el pasado enero en el Palacio de Congresos de Badajoz un Parsifal en versión de concierto dirigido por Pablo Heras Casado. ¿Qué queda de aquella pasión wagneriana en la curtida melomanía barcelonesa?

Tampoco la Orquestra ni el Cor titulares del Liceu pueden vanagloriarse de ser las mejores “guardianas” wagnerianas de España, por mucho que Josep Pons (1957), director musical del Liceu, firmara con este incandescente Parsifal su más intenso y perfilado trabajado en estos ámbitos, tras sus aplaudidas versiones de Lohengrin, Tristan y el Ring. Pons, artista en lúcida plenitud, rompe con este Wagner la manida y falaz ecuación “a más lentitud, más misticismo”. Lejos de Knappertsbusch, Celibidache, Levine y otros célebres amantes de las parsimonias, pero tampoco cerca de Boulez y más allá de sus breves minutajes bayreuthianos (1970, 2004, 2005), Pons, orfebre del sonido, plantea una versión rápida cronometro en mano, pero de evoluciones y aires reposados y naturales. Detallista y precisa.

El maestro de Puig-reig, escolano en sus años de pantalón corto en la abadía benedictina de Montserrat, respira y transpira con la música y con los cantantes; otorga espacio al compás y se explaya y hasta detiene cuando toca. Va a la sustancia sin descuidar lo mucho que la envuelve y enaltece. Visión transparente, meticulosa y clarificadora del fondo inagotable de la partitura. De sus melodías, armonías y polifonías. Acierta al dejarse llevar por su sobresaliente olfato musical, y por un conocimiento, sensibilidad y maneras maleadas por tantos años de buen hacer y sentir. Y no perdió la oportunidad de sublimizar los muchos momentos de “sublimes” sinfonismos de la partitura, como el Preludio del primer acto o la “Música de transformación” también del primer acto, y el prodigio de los Encantamientos del Viernes Santo, dichos sin premuras ni parsimonias.

La escena, fruto de la coproducción de 2011 entre la Ópera de Zúrich y el Liceu, lleva la firma magistral de uno de los grandes de la dirección teatral operística del siglo XXI, el alemán Claus Guth (1964). Basada en una enorme plataforma giratoria que al final, por su omnipresencia, se torna cansina a pesar del sobresaliente uso que hace de ella, se redondea con puntuales proyecciones videográficas de Andi A. Müller que logran variar y dar algo de vidilla a la reiterativa o monótona escenografía, en la que sobran detalles como los farolillos rojos del jardín de Klingsor, más propias del restorán chino de la esquina que de un “festival sacro escénico”, que es como Wagner llama a su última obra. Sensacional y meticulosa dirección de escena, con un estudiado inteligente y sensible trabajo actoral.

En el reparto vocal, tan de campanillas como suelen ser siempre los del Liceu, ganaron por goleada Elena Pankratova, que repitió su poderosa Kundry de Bayreuth 2019, el veterano pero aún sobresaliente Gurnemanz de un René Pape que a sus 58 años sigue siendo referencia contemporánea del mejor “Caballero del Grial”, y el excepcional Klingsor del barítono Yevgueni Nikitin, barítono wagneriano de primerísimo rango, que, esvásticas tatuadas aparte (en 2012 fue protestado en Bayreuth por lucir una en el pecho), tiene voz y carácter dramático ideales para este maligno ex-guardián del Grial. Aplauso sin reservas para el más que digno y bien entonado Parsifal del versátil Nikolai Schukoff.

La poco favorable acústica del Liceu no contribuyó a realzar la voz liederística pero no tanto operística de un Matthias Goerne falto del fuelle y peso vocal que requiere Amfortas. El otrora impactante bajo profundo Paata Burchuladze (1955) retornó tanto años después al Liceu para abordar su primer y -seguro- último rol wagneriano: el anciano y siempre moribundo Titurel. La voz grande y experta -aunque ya muy tocada-, el talento dramático y la sobresaliente dirección teatral hicieron virtud del defecto y otorgaron conmovedor realismo al enfermo y anciano personaje. Bien y muy el enorme conjunto de cantantes que completó el relato, con nombres tan remarcables como el tenor Josep Fadó, el bajo Felipe Bou o las sopranos Isabella Gaudí y Sonia de Munck. Aplausos perezosos al final de cada acto desde una sala sorda que rozó el lleno. Algo se animaron cuando, al final, apareció Pons, el antiguo escolano convertido ahora en el más fiel guardián de Parsifal, sobre el escenario y puso en pie la orquesta. “Cosas veredes, amigo Sancho”. Corrían las doce de la madrugada. La Rambla, como siempre, atestada de vida. ¿Parsifal? Luft! Luft! Justo Romero

Publicado el 31 de mayo en el diario Levante

2 Comments

  1. Josep Mallol 02/06/2023 a las 07:50 - Responder

    En desacuerdo sobre la «sensacionalidad» de la escenografia. Una escenografia lamentable que jamás debió ver ninguna luz. No sé qué mania tiene el Liceu a apuntarse a la moda del regietheater. Dónde está Wagner???
    Además, Pons para mi sólo estuvo bien en las escenas en que los solistas experimentados llevaban la pauta de la función. En las escenas de conjunto, la orquesta y coros, ayudados por los ruiditos del decorado y el tempo lamentable a la Boulez malbarataron toda la trascendencia.
    Gracias

  2. Joan Turu 05/06/2023 a las 20:38 - Responder

    Estoy de acuerdo con las apreciaciones del crítico con casi todo que dice, incluida la interpretación de Pons, aunque en mi opinión la orquesta y el coro masculino (no así el femenino) sonaron muy bien. En mi caso acudí a la representación del 28 de Mayo y el público, en esta ocasión, fue muy correcto (coincido en que no lo es siempre, aunque las toses han disminuido mucho tras la pandemia). Sin embargo no estoy en absoluto de acuerdo con la recepción del final, al menos en mi representación. En general el público del Liceo es mucho más entusiasta que por ejemplo el del Real o la Scala, donde los espectadores tienden a abandonar la sala, independientemente de la calidad del espectáculo, como si se hubiera declarado un incendio… y finalmente, me parece detectar un cierto sentimiento de antipatía, no sé si la comparativa de los «charnegos» paceños con la burguesía catalana viene muy a cuento…creo que para criticarnos a nosotros mismos, en la actualidad los catalanes ya nos bastamos sin necesidad de ayudas…

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