Para su siempre popular y mediático fin de temporada, el Teatro Real repone con acierto la estupenda producción de Turandot que Bob Wilson estrenó hace unos años en ese mismo escenario. Una producción que, además, se ha paseado con éxito por diferentes teatros de Europa y América. En esta reposición, al menos con el primer reparto, podemos disfrutar de una propuesta redonda que se acerca mucho a la experiencia operística plena.

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Germán Olvera (Ping), Mikeldi Atxalandabaso (Pong), Jorge de León (Calaf), Moisés Marín (Pang)
© Javier del Real | Teatro Real

Wilson nos ofrece una reflexión fundamentalmente estética, escópica, en la que la iluminación es la protagonista absoluta. Las grandes masas cromáticas en degradados configuran unos campos de color al modo del expresionismo abstracto, sobre los que se realzan las siluetas de los artistas y de unos reducidos elementos escénicos. El abanico de recursos continúa con iluminaciones puntuales sobre los personajes, a los que otorgan un efecto de piezas de museo, y unas barras de luz solidificadas apuntan a un tiempo congelado. En cuanto a los artistas, lleva al límite su propio lenguaje centrado en la teatralidad estática, reduciendo sus movimientos, que aparecen mecánicos, como una combinación de marionetas, teatro chino y autómatas primitivos. El resultado de todo esto es una sensación de cuento infantil, ancestral y magnificado. Parecieran adivinarse unas grandes manos invisibles sobre el escenario que mueven los personajes convertidos en pequeños juguetes. Y, habiendo visto la producción por tercera vez, el buen trabajo del director se confirma. A pesar de la aparente inmovilidad, cada experiencia nos ofrece el descubrimiento de mil nuevos detalles bien reflexionados.

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Anna Pirozzi (Turandot)
© Javier del Real | Teatro Real

En el terreno vocal, destaca la Turandot de Anna Pirozzi con una actuación que roza la perfección canónica. Si en otros papeles, su voz, aunque potente, daba la sensación de cierto agotamiento, en esta se muestra absolutamente firme, incisiva, brillante y penetrante, como esos rayos de luz condensados que pueblan la escena de Wilson. El caudal es imponente y la colocación de las cortantes notas de la “Regia” y de los acertijos, impecable. Borda también los momentos más líricos con una delicada línea de canto y buen manejo de las dinámicas. Jorge de León, sin embargo, se notó algo incómodo en el papel. Resolvió el registro agudo del personaje con facilidad, incluido el final de un “Nessun dorma”, que arrancó inusuales ovaciones del público de estreno, pero en general, la emisión pareció constreñida, cubierta en exceso, algo que esperamos que un cantante de su calidad podrá solucionar en las siguientes funciones. La Liù de la Salome Jicia se aleja de la dulzura tradicional del personaje, pero se resuelve a través de reguladores atractivos y unos pianísimos flotantes que recuerdan la dureza frágil de esa porcelana que se adivina también en la escena. El resto del elenco, sin mácula. Acertadísima la actuación de los tres consejeros convertidos en esta ocasión en bufones de corte que, a través de un humor impertinente y descarado, proporcionan un adecuado contraste a la rigidez extrema del resto del cartel. Mención especial merece la rotundidad heráldica del mandarín de Gerardo Bullón.

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Turandot en el Teatro Real
© Javier del Real | Teatro Real

En el foso, la orquesta ofreció un espectáculo de energía, transparencia, colores y aires orientales. Nicola Luisotti apostó por una lectura más imperial que juguetona, algo marcial y de vocación monumental. Y, a pesar de algunos fallos menores, la experiencia completa funciona extraordinariamente. Es ideal para nuevos públicos que quieran introducirse al género, pero también para aficionados expertos que pueden deleitarse en algunos momentos de canto inmejorable y en la mirada de aciertos estéticos que se esconden tras la aparente simplicidad inmóvil de la propuesta de Wilson.

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