La producción de Medea de Cherubini en el Teatro Real es el estreno en Madrid de esta nueva versión en francés y con unos recitativos compuestos por Alan Curtis, que sustituyen las partes habladas de la primera versión de ópera, considerando así esta modalidad como preferida por el compositor y que no fue posible por la naturaleza del teatro donde se estrenó. Paco Azorín ha firmado esta producción que intenta focalizar la atención sobre los hijos de Medea y Jasón. 

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Escena de *Médée" en el Real en la producción de Paco Azorín
© Javier del Real | Teatro Real

La producción, cabe decir, tiene grandes ideas, es visualmente potente y funciona muy bien en relación con la escenografía: una plataforma metálica con una escenario flotante que baja y sube, marcando la distancia entre el cielo (el poder) y la tierra (una colada de lava). La iluminación está muy cuidada con interesantes elementos de videomapping. Sin embargo, hay algo que no termina de cuadrar, y es el exceso de acción y de elementos que no siempre mantienen la conexión con la música. Se aprecia también mucha voluntad por impactar con un efectismo que a veces funciona, como en el final de la ópera, pero otras no, como en los conjuntos del primer y segundo acto. Otro elemento más bien azaroso es la elección del vestuario, este resulta excesivamente ecléctico con militares contemporáneos, GEO, almirantes, popes ortodoxos, los hijos de Medea vestidos de metaleros.... Se confundió la atemporalidad de la obra con una fiesta de carnaval, produciendo una cierta distracción destinada a suplir una escasa atención a la profundidad psicológica de los personajes. Además, poner tanta atención en las víctimas de la tragedia (se recuerdan cifras de infanticidios y los hijos de Medea están muy presentes en escena) puede que sea un error conceptual, en el fondo. Lo realmente trágico en Eurípides no es el infanticidio en sí, cuanto la magnitud de la carga que sólo un personaje no del todo humano como Medea puede soportar y llevar a ejecución, al fin y al cabo, sin demasiada hesitación. De todas formas, es una puesta en escena que tiene su eficacia y que para mejorar le beneficiaría rebajar estímulos, acercándose al estilo de una partitura que es decididamente descarnada. 

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Saioa Hernández (Medea)
© Javier del Real | Teatro Real

En lo musical, la Orquesta Titular del Teatro Real, dirigida por Ivor Bolton, ofreció un trabajo meticuloso y conexión con la escena, cuidado en el empaste y un sonido no redundante, de corte más bien seco y diáfano. El Coro Intermezzo, como suele ser habitual, estuvo acertado, aunque tal vez faltó un cierto esmero en algunos momentos especialmente concitados. La parte vocal no era para nada sencilla: por un lado, cantar en francés llevó a adolecer ciertos problemas de dicción que en mayor o menor medida afectaron a todos los intérpretes y, por otro, sin ser un ópera de excesivo virtuosismo, sí es exigente en términos de agilidad a la vez que potencia y dramatismo. El Creonte de Mofidian fue acometido de forma digna, aunque no demasiado brillante a causa de la voz un poco oscura, con falta de agilidad en ciertos pasajes. Demuro, como Jasón, se esforzó en tener una voz firme para llegar al público, frente a su más caudalosa compañera-enemiga Medea, y en parte lo consiguió, aunque es cierto que no se trata una voz especialmente bella. Por otro lado, la Neris de Tro Santafé, la fiel acompañante de Medea, destacó en su aria del segundo acto, raro momento de serenidad (también escénica), cantada con buen gusto y una voz que, sin ser extraordinaria, delineaba muy bien el texto; también estuvo eficaz en las siguientes intervenciones, especialmente en los conjuntos. Marina Monzó (Dirce) con más espacio en el primer acto, mostró agilidad en su aria "Amour! Viens dissiper une vaine frayeur", si bien le costó confrontar el coro y la orquesta.

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Saioa Hernández (Medea) y Francesco Demuro (Jasón)
© Javier del Real | Teatro Real
La que resolvió el papel airosamente fue Saioa Hernández. Se dedicaba a esta producción a Maria Callas quien, de alguna forma, recuperó está opera (aunque cantada en italiano) y más allá de innecesarias comparaciones, es cierto que la madrileña puso mucha energía para soportar el peso del personaje, sin mermar su voz hacia el final. Cantó con relativa facilidad, el fraseo fue correcto y la colocación de las notas altas, precisa y natural. El registro medio estuvo menos cuidado y tal vez faltó un poco de de suavidad en ciertas transiciones y más variedad a la hora de afrontar el rol. Pero llenó la escena, encarnando sólidamente a ese personaje dominante que es Medea y rompiendo cierta monotonía que se vivió en algunos pasajes de la obra. 

Se trató por tanto de una producción arriesgada en lo escénico, en la que no todos los elementos funcionaron bien por igual, y con un reparto vocal digno, pero no siempre cómodo, que recogió ovaciones en el final pero que no suscitó demasiado entusiasmo durante el transcurso de la obra. 

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