El único concierto del Orlando Paladino de Haydn sobre el escenario del Teatro Real se enmarca dentro de dos otros sucesos relevantes para esta reseña. En primer lugar, se produce la misma semana que se estrena el Orlando de Handel. Ambas obras están inspiradas por la épica medieval europea de Ludovico Ariosto, pero más allá del argumento, encontramos visiones completamente distintas del relato: una seria (la de Handel) y otra cómica (la de Haydn). Dos caras muy distintas de una misma moneda.

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Krystian Adam (Pasquale) y Giovanni Antonini frente a Il Giardino Armonico
© Javier del Real | Teatro Real

En segundo lugar, Il Giardino Armonico y Giovani Antonini se encuentran embarcados en el proyecto Haydn 2032, que pretende grabar el extensísimo legado musical que el vienés dejó en sus bien aprovechados setenta y siete años de vida. Este año 2023 ha visto la luz el decimotercer disco que lleva por título “Hornsignal” ya que está dedicado a la trompa. Algo de este trabajo pudimos apreciar en el Orlando Paladino, pero ya llegaremos a ello. Antonini ha sabido captar la misma esencia de Haydn. Ya solo en la obertura estaban las juguetonas cesuras, los acentos, el contraste de matices y de articulación. Todo. Un Haydn perfecto. La orquesta es pequeña: cuatro primeros, cuatro segundos, dos violas, dos chelos y contrabajos, más vientos y percusión. El Teatro Real, sin embargo, es un escenario pensado para las orquestas románticas y pensé que les pasaría factura. Me equivoqué. El sonido de Il Giardino Armonico es tan cohesionado que es capaz de llenar el auditorio sin que se eche en falta ningún refuerzo. Jamás he escuchado, en este escenario, orquesta tan pequeña con tanto sonido, si no es por la cohesión, será quizás un pacto de Antonini con la hechicera Alcina. Además de un excelente sonido de conjunto, también se debe destacar el papel del clavecinista Matteo Messori y el timbre de los solistas de vientos: el fagotista español Hugo Rodríguez, que estuvo brillante en el dueto "Quel tuo visetto amabile" y el dueto de trompas integrado por Stefano Rossi y Edward Deskur.

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Alasdair Kent (Orlando)
© Javier del Real | Teatro Real

En cuanto a las voces, lo más sobresaliente fue el brillantísimo trío de tenores. Cada uno destacó por un motivo diferente. Josh Lovell (como Medoro) hizo un excelente primer acto, mostrando un timbre metálico precioso en el agudo, un gran fiato y una gran capacidad a la hora de encajar con la orquesta en cuanto al ritmo. Todo ello hizo del aria "Parto. Ma, oh Dio, non posso" del primer acto un momento delicioso. El papel de Orlando es muy distinto del de Medoro. Varias intervenciones sin el apoyo de la orquesta convierten esta partitura en un auténtico reto para la musicalidad del artista que, a través de la monodia debe expresar toda la emoción de un personaje al que Ariosto denominó como “furioso”. El tenor americano Alasdair Kent superó el reto con nota, aportando al excelente fraseo una enorme riqueza en cuanto a matices que hizo de cada una de sus intervenciones un momento especial. El último de los tres tenores, por orden de nobleza, es el pobrecillo Pasquale. La interpretación de Krystian Adam de este personaje cómico fue simplemente excelente. Aunque la dicción fue mejorable, supo dar un toque divertido a sus arias y estuvo muy compenetrado con la orquesta. Ambas cualidades sobresalieron notablemente en el aria "Ecco spiano" del segundo acto y su “vocálica” intervención en "Quel tuo visetto amabile".

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Krystian Adam, Natalia Rubis, Alasdair Kent, Il Giardino Armonico y Giovanni Antonini
© Javier del Real | Teatro Real

El otro trío, el de las sopranos, no estuvo, sin embargo, tan acertado. El vibrato, excesivo para esta época, de Emöke Baráth contrastó con la absoluta falta de este de Nuria Rial. Natalia Rubis, logró, quizás, un equilibrio más adecuado en este aspecto. En cualquier caso, Rubis sí supo integrarse muy bien con su pareja: Krystian Adam, mientras que Baráth no terminó de encajar con Lovell. No pude apreciar ese cálido y desesperado amor que se crea entre Medoro y Angelica. Baráth estuvo fría y, aunque dio todas las notas, su intervención no me convenció en absoluto. Aunque adecuada, la interpretación de Renato Dolcini no destacó especialmente. Una pena, porque podría haber sacado mucho más partido a arias realmente deliciosas como "Temerario! Senti e trema". El reparto de personajes lo completa la orquesta que, en las manos de Antonini, supo tener voz propia, convirtiendo las arias en dúos y los momentos de conjunto en órgano bien temperado. Un clasicismo pleno que preludia el Don Giovanni y Las bodas de Fígaro que estaban por venir.

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