La decisión de la Fundación del Teatro Real de organizar un ciclo de conciertos conmemorativos por el 105º aniversario de la fiesta nacional de la independencia de Polonia ha brindado una oportunidad excepcional para presentar al público una obra clave en el nacimiento y desarrollo de la ópera eslava en la segunda mitad del siglo XIX. Halka, compuesta por Stanisław Moniuszko, no solo es referenciada en todos los libros de historia de la música como una pieza fundamental en este proceso fascinante, sino que también se posiciona como un precursor importante que allanó el camino para las grandes óperas de Smetana, Dvořák, Szymanowski y Janáček.

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Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real, solistas y el director Łukasz Borowicz
© Javier del Real | Teatro Real

A pesar de su trascendencia, las oportunidades de experimentar Halka en vivo son escasas, relegando la apreciación de esta ópera a grabaciones, muchas de las cuales ni siquiera en la lengua polaca. La programación de estos conciertos no solo representó una ocasión única para disfrutar de esta obra en un lugar tan emblemático como el Teatro Real, sino que también ofreció la posibilidad de hacerlo a través de un elenco extraordinario, incluyendo a dos de los más destacados cantantes polacos de la actualidad. Es remarcable que el director y el elenco eran casi idénticos al encargado de recuperar la ópera para el Theater an der Wien, lo cual garantizó una profunda interiorización de la obra por parte de sus protagonistas.

Piotr Beczała en el rol del bienintencionado y romántico Jontek era el artista más esperado de la noche y cumplió las expectativas con creces. Poseedor de un timbre cálido y arrollador, su interpretación fue profunda y auténtica, capturando la esencia del personaje con cada nota. Sin recurrir a trucos efectistas, su honradez vocal, su voz lírica pura y su línea de canto intachable brillaron en toda su plenitud, evocando la maestría del legendario Kraus. Valga como ejemplo su “Entre los abetos el viento gime” del acto IV en el que cada palabra y nota musical se entregó con una sensibilidad y un matiz que trascendieron la mera ejecución técnica. Junto a él, la americana Corinne Winters brilló igualmente con luz propia. Su recreación de Halka fue profunda y conmovedora y técnicamente impecable. La combinación de la voz potente y matizada de Beczała con la expresividad de Winters creó una sinergia fascinante, otorgando credibilidad al desarrollo de un argumento que, aunque algo trasnochado, cobró nueva vida en sus manos. Winters, quien recientemente interpretó a Jenufa en Les Arts, encontró en Halka el germen de lo que sería el gran rol de Janacek: una abnegada mujer víctima de una sociedad rural y machista. Su actuación no solo fue una demostración de versatilidad vocal, sino también de habilidad para transmitir emociones crudas y auténticas. Un ejemplo excepcional fue su escalofriante “Nuestro bebé está muriendo”, en el que gozó del sensual acompañamiento del cello principal, inspiradísimo a lo largo de toda la noche.

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Corinne Winters (Halka) y Piotr Beczała (Jontek)
© Javier del Real | Teatro Real

Junto a ellos Tomasz Konieczny, caracterizó a la perfección al crápula Janusz, a la vez que lució su un instrumento granítico y resonante, pero tremendamente limpio y flexible en la emisión. La mezzo Olga Syniakova, contribuyó al magnífico nivel exhibiendo un notable centro y temperamento dramático, extrayendo lo máximo de su Sofía, personaje apenas explotado por el compositor. Únicamente la intervención del bajo Maxim Kuzmin-Karavaev fue menos convincente. La dirección orquestal de Łukasz Borowicz destacó por su intensidad y su carácter idiomático. Borowicz logró capturar la esencia del estilo musical de Moniuszko, equilibrando con habilidad la pasión y la delicadeza. Buen concertador, destacó igualmente en los números orquestales, muy especialmente en la frenética Mazurka que cierra el acto I o el evocador Preludio del acto III en los que condujo a la orquesta con precisión y emotividad.

La Orquesta del Teatro Real aprovechó la ocasión que le aportó el poder salir del foso y convertirse en el elemento central de la representación. Hubo una sinergia entre músicos y escena que intensificó la conexión emocional con el público. Destacaron especialmente las cuerdas empastadas y los metales, equilibrados y a la vez poderosos. A pesar de la ausencia de una concha acústica, y el consiguiente desafío que supone un escenario teatral, la orquesta superó estas limitaciones. El sonido, aunque ligeramente empañado, no impidió el disfrute de las exuberantes melodías, los pasajes folclóricos y la inteligente orquestación de Moniuszko.

El Coro del Teatro Real fue el último y crucial ingrediente de éxito en la velada. No solo proporcionaron solistas vocales excepcionales para los roles comprimarios, sino que también se destacaron colectivamente en las numerosas y variadas escenas, ya fueran festivas o dramáticas. Una única pega en una noche memorable fue las entradas de los cantantes al escenario, algo lentas para una versión de concierto (en ocasiones, la impresión era la de estar presenciando un oratorio profano) más que una ópera. Sin embargo, este detalle anecdótico no opacó la magnitud del éxito de una noche que quedará en la memoria como un evento excepcional.

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