Una vez más, nos ha llegado cierta dosis de escándalo al Teatro Real. Y no está mal que así sea, la ópera sin posibilidad de provocación sería un lugar mucho más aburrido. Nos aparece de la mano de un Rigoletto inteligente y de buena factura, aderezado con reflexiones pertinentes sobre abusos, manadas y consentimientos. Lo hace, además, acompañado en este segundo reparto de un elenco vocal solvente. Pero también con una falta de cohesión emocional que hace que la experiencia sea más fría de lo que cabría esperar atendiendo a su cartel.

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Étienne Dupuis (Rigoletto) y bailarinas
© Javier del Real | Teatro Real

En contra de lo que se ha dicho en las últimas semanas, Miguel del Arco, un director con amplísima experiencia en teatro y televisión, realiza una interpelación bastante literal del libreto. No hay que profundizar mucho en la narración para descubrir que la historia de Gilda es simplemente una historia de abuso, y la trama total está atravesada por eso que ahora llamamos patriarcado, para lo que antiguamente no existía palabra, más allá del término “lo normal”. Del Arco no inventa nada, solo actualiza. Y lo hace con mucho acierto en la mayoría de las ocasiones, como en el “Caro nome” encerrado en una burbuja de sensualidad y deseo carnal, o en los arrabales degradados del tercer acto. No se contiene a la hora de usar un lenguaje sexual explícito –este es sin duda el único motivo del pequeño escándalo–, que funciona bien, excepto en la “Vendetta”, cuando las agitadas coreografías orgiásticas invisibilizan a los cantantes en una de sus escenas más emblemáticas. La escena final, en la que Gilda se une a muchas otras mujeres asesinadas, tiene aires de revelación envuelta en poesía visual.

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Xabier Anduaga (Duque de Mantua) y Coro Titular del Teatro Real
© Javier del Real | Teatro Real

En el terreno vocal, esta producción ofrece un destacado trío protagonista, con la curiosidad de que los tres debutaban en sus roles. Es siempre una delicia escuchar a Xabier Anduaga, también en este papel de Duca que encarna con acierto. Posee una emisión potente y un timbre de atractivo claroscuro. Hace un elegante uso del legato y mantiene una notable homogeneidad en toda la tesitura, es difícil advertir el cambio de tercio. Parece además sentirse cómodo en todas las facetas del rol: borda el desparpajo chulesco, pero también sus escasos instantes de deseo y preocupación. Tenemos en Anduaga un tenor en toda regla y esperamos con interés su evolución y ampliación del repertorio.

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Étienne Dupuis (Rigoletto) y Julie Fuchs (Gilda)
© Javier del Real | Teatro Real

El Rigoletto de Étienne Dupuis es a la vez magnífico y algo inapropiado. Posee una línea de canto delicada y matizada, de un marcado carácter lírico y cierta luminosidad infrecuente en los barítonos. Y ahí precisamente radica el problema de adecuación al papel. Es una delicia escuchar sus lamentos y sufrimiento, pero a su vocalidad le falta algo de esa rabia e indignación que conforman el alma del personaje. Y para completar el trío, la Gilda de Julie Fuchs convence en su vertiente actoral y aprueba en la vocal. Tiene magnetismo su presencia y exhibe un centro bien colocado, resolvió bien los staccato y las coloraturas del “Caro nome”, aunque la afinación se bajara en algunos de sus ataques en la zona aguda. Del resto del reparto hay que destacar la impresionante y sólida profundidad de Gianlucca Buratto como Sparafucile.

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Xabier Anduaga (Duque de Mantua) y Coro Titular del Teatro Real
© Javier del Real | Teatro Real

En el foso, Luisotti ofreció una lectura correcta pero anodina, secundaria de vocación. La calidad de las secciones asomó por aquí y por allá, y hubo algunos momentos de tensión trágica. Pero en general, anduvo escasa de esa narrativa orquestal dramática que la obra tanto agradece. Y como suma de todos estos elementos, algo esencial nos falta en esta producción. Al terminar, uno abandona la sala con distancia emocional, con cierta indiferencia, a pesar de los buenos instantes visuales y de muchos momentos de canto sobresalientes.

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