CRÍTICA DE ÓPERA

'Lear' en el Real: una proeza artística

Calixto Bieito supera, a base de sencillez en escena, el desafío de enfrentarse a una partitura endiablada. Una propuesta en la que también destaca un reparto que hace una labor heroica

De izda. a dcha.: Erika Sunnegårdh (Regan), Andreas Conrad (Edmund), Lauri Vasar (El conde de Gloucester), Michael Colvin (El duque de Cornualles), Ángeles Blancas (Goneril).

De izda. a dcha.: Erika Sunnegårdh (Regan), Andreas Conrad (Edmund), Lauri Vasar (El conde de Gloucester), Michael Colvin (El duque de Cornualles), Ángeles Blancas (Goneril). / Javier del Real | Teatro Real

El rey Lear quiere jubilarse. Ha enviado recado a sus hijas: venid, que repartiré mi reino a precio de coste. ¿El pago? Adulación y cinismo. Ustedes conocen la trama de la obra de Shakespeare: cegado por su arrogancia, Lear despoja de su herencia a Cornelia (su hija favorita se ha negado a regalarle los oídos, ¡intolerable!), destierra al conde de Kent (su único servidor desinteresado) y cede el reino a Goneril y Regan, sus despiadadas hijas mayores.

Sin personajes bondadosos de por medio (a este distinguido club se suma Edgar, el noble hijo del conde de Gloucester, al que su hermano bastardo hace parecer un traidor), se desata una guerra entre sabandijas. No hay honor entre ladrones: las hijas desposeen a su padre de honores y séquito y lo lanzan al ancho mundo. Sobrepasado por las circunstancias, el rey mendigo cae en la locura. Finalmente, Cornelia vuelve en su ayuda, acompañada por las tropas del rey de Francia. Lamentablemente, la invasión no sale bien: Lear y su benjamina caen en manos de las detestables hermanas y antes de que caiga el telón muere hasta el apuntador.

En 1978, Aribert Reimann estrenó su Lear en el Teatro Nacional de Múnich. Durante años, el famoso barítono Dietrich Fischer-Dieskau había intentado que algún compositor se interesase nuevamente por la historia del bardo inmortal. Probó con Britten, pero tras mucho pensarlo, le dio calabazas. Reimann aceptó, pero encaró la propuesta con todas las armas de las que disponía un compositor de los setenta: secuencias dodecafónicas, una pizca de serialismo y un buen puñado de atonalidad. El resultado es una partitura endiablada, con la orquesta fragmentada tocando, a veces, en cuartos de tono, y con unos cantantes obligados a dar la nota sin ninguna apoyatura del foso. El más difícil todavía.

Para hacer comprensible este rizo rizado, Calixto Bieito (responsable escénico del Lear que anoche se estrenó en el Teatro Real) ha optado por una propuesta sencilla y efectiva (por muy monumental que pueda parecer): un muro de tablones embreados y chamuscados que, llegado el momento, se abaten formando un bosque de aspas. Eso y la luz bastan. Los personajes visten ropas de nuestro siglo y se mueven con toda la naturalidad que permite un drama shakesperiano. La contención de la puesta en escena sirve a dos propósitos: de un lado, no echa más leña a la hoguera estridente que arde en el foso; de otro, permite que los comportamientos de los personajes (la locura, la crueldad o la bondad) se retraten por sus propios medios.

Un elenco a la altura

No creo que Lear se represente poco porque al respetable no le guste (uno no puede enfrentarse a este tipo de obras desde esas coordenadas), sino porque debe ser complicadísimo reunir la nómina de cantantes que se necesitan para llevarla a cabo. Entre el heroico elenco del que disfrutamos anoche, destaca Bo Skovhus, que encarna el papel protagonista, quien no solo salvó con éxito las dificultades de la partitura, sino que hizo gala de unas notables cualidades actorales: el culmen aparece en las escenas de locura, donde su rostro desencajado y su mirada vacía transmiten una mezcla de espanto y ternura difíciles de describir. La concreción de la propuesta escénica subraya, también, la precisión del libreto, en el que Claus Hennberg logró sintetizar, en el ritmo frenético de la obra, el espíritu del drama original. Completan el elenco Kor-Jan Dusseljee como conde de Kent, Lauri Vasar como el desdichado conde de Gloucester, Andrew Watts como Edgar, Andreas Conrad como Edmund, Ángeles Blanca como Goneril, Erika Sunnegårdh como Regan y Susanne Elmark como Cornelia y el actor Ernst Alisch como el bufón del rey.

Bo Skovhus (El rey Lear) y Ernst Alisch (Bufón), en escena.

Bo Skovhus (El rey Lear) y Ernst Alisch (Bufón), en escena. / Javier del Real | Teatro Real

En esta ocasión, Asher Fisch dirige a la orquesta titular del teatro. El reto es titánico: una partitura complejísima y estridente, en la que cada instrumento toca a la suya para construir un maremágnum sonoro que termina arrollando al auditorio. Miren, la única manera de enterarse de lo que verdaderamente pasa allí abajo es presentarse en el teatro con la partitura bajo un brazo y el cuaderno de notas en el otro. Si no se está dispuesto a ello, conviene dejarse sobrepasar por la situación.

Durante el descanso, apostaba con unos amigos (los críticos acabamos yendo en comandita) sobre cuántas deserciones se producirían en ese intermedio. Todavía recuerdo los tiempos de Mortier, en los que, tras la pausa, soltaban algunas de esas plantas rodantes para hacer compañía a los tres que quedábamos en el patio de butacas. Me sorprendió que apenas se fuese gente y que el público, tan pronto cayó el telón, ofreciese a los músicos una ovación cerrada.

Decía antes que uno no puede afirmar que obras como Lear le gustan o no: se trata de otra cosa muy distinta. No creo que me ponga ninguna grabación de esta ópera el domingo por la mañana, mientras riego las plantas, pero eso no me impide reconocer que anoche, en el Real, asistimos a una proeza artística. Qué suerte contar con instituciones culturales que no han olvidado aún la noble tarea de ampliar el criterio y la cultura de su audiencia.