Calixto Bieito se siente cómodo con las expresiones extremas. Esta ha sido una constante en su creación desde sus inicios, cuando su nombre era sinónimo de provocación y escándalo. Como cabía esperar, Lear, seguramente la obra más despiadadamente cruel de la producción de Shakespeare, le proporciona el vehículo ideal para lucirse, construyendo la mejor propuesta hasta el momento de la temporada de Teatro Real

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Bo Skovhus (Rey Lear), Ángeles Blancas (Goneril), Michael Colvin (Duque de Cornualles)
© Javier del Real | Teatro Real

Bieito nos expone sin barreras los episodios de ultraviolencia familiar tan evidentes en el libreto a través de un lenguaje de dominación física y sensualidad perversa, envueltos en un aura escénica de pesimismo forzoso. Hay una excelente dirección de actores, extrema, como es de esperar en este director, pero justificada en cada momento, que lleva al personaje al límite de su mandato dramático. Los símbolos y ambición salpican la escena, como en esa hogaza de pan que, representando el poder y los bienes materiales, los personajes devoran con un ansia animal. Detrás de la aparente fealdad de algunos elementos escénicos, hay un esmero por la belleza plástica. Construye cuadros inspirados en el arte clásico: hay evocaciones al Cristo de Mantegna, una pareja de piedades invertidas como expresión de amor paternofilial, y cuerpos desnudos que muestran la vejez dignificada, de ese modo que Ribera sabía hacer mejor que nadie. 

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Bo Skovhus (El rey Lear), Susanne Elmark (Cordelia)
© Javier del Real | Teatro Real

Pero el verdadero motor de esta excepcional producción es la partitura de Reimann. La poderosa música nos convoca a un viaje en el que la tensión no decae tan solo un instante. El foso funciona como amplificador del estado emocional de los personajes, tenso y agresivo durante las escenas en la corte. Muy apropiadamente, el estado de enajenación en el que los personajes se sumergen en la mitad del segundo acto les proporciona cierto confort, algo que se ve reflejado en una música más disparatada, pero de menos furia dramática.

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Escena de Lear en el Teatro Real
© Javier del Real | Teatro Real

Es espectacular el trabajo de la Orquesta Titular en las manos de Asher Fisch, con una partitura que mal llevada puede convertirse en tan solo ruido e ira. Hay un esmerado esfuerzo de transparencia, en el que cada capa de sonido se muestra por separado, y a la vez contribuye a un todo que abraza y potencia el gesto dramático. Su batuta lleva el abanico de expresiones de la música atonal más allá de lo que es frecuente: está esa violencia, de la que hemos hablado, que articula toda la obra; pero también la impaciencia y el temor en la percusión que reflejan los latidos del rey, la sensación de peligro y duda en el pasaje de Cordelia, y los elementos desatados en la escena de la tormenta. Y como contraste, el lirismo de la escena final: la despedida de Cordelia es uno de los escasos momentos en los que la música se adentra en lo diatónico, conformando un cuadro de dolor y consuelo para la despedida. 

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Ernst Alisch (Bufón), Andrew Watts (Edgar), Bo Skovhus (Rey Lear), Kor-Jan Dusseljee (Conde de Kent)
© Javier del Real | Teatro Real

Es difícil poner alguna objeción a un elenco que domina la obra y que hace de cada uno de sus personajes su propia piel, destacaré tan solo a los más notables. Bo Skovhus nos ofrece un Lear estremecedor en cada una de sus facetas dramáticas. En la escena final alcanza una memorable intensidad trágica, honesta y desgarradora, sin rastro de imposturas vocales ni actorales. La Goneril de Ángeles Blancas constituye la revelación de la noche. Demostró una vocalidad y emisión impecables en toda la tesitura, y flexibilidad para dominar una partitura llena de extremos endiablados, necesarios para moverse por todos los matices de pura maldad que el personaje destila. Muy solvente fue también la actuación Erika Sunnegårdh como Regan, modelando su rol sobre los mimbres del frenesí y el ímpetu. Susanne Elmark supo traer la luminosidad tensa que Cordelia necesita y que da el contrapunto al resto del cartel. Hay también que aplaudir la actuación telúrica e inquietante de un coro fundido con la orquesta y con las tablas verticales de la escena, en uno de tantos momentos impactantes con los que esta producción imprescindible nos ha obsequiado.

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