Crítica: «Rusalka» en Les Arts de Valencia

Crítica: «Rusalka» Les Arts Valencia Por Pedro Valbuena

El Palau de Les Arts de Valencia, fiel a su línea de alternancia de títulos habituales y exquisiteces prácticamente ignotas, ofrece en esta ocasión la ópera Rusalka, de Antonin Dvorák. Probablemente la mejor ópera del compositor, y una de sus obras más emblemáticas, tan sólo por detrás de la archiconocida Sinfonía del Nuevo Mundo o su legendario concierto para violonchelo. A pesar de ello es una obra que rara vez se materializa sobre los escenarios. Crítica: «Rusalka» Les Arts Valencia

Una escena de «Rusalka» / Foto: Miguel Lorenzo-Mikel Ponce

Estrenada en Praga en 1901, fue un éxito fulgurante, y probablemente propició la tentadora oferta que el conservatorio de Nueva York ofreció al compositor. Basada en un libreto de Kvapil, es en esencia, un cuento de hadas que sirve como excusa para ensamblar una obra de grandes proporciones, con un lenguaje sinfónico impresionante y una poética reivindicativa de la tradición checa, de su lengua y de su folclore.

El montaje que se ha presentado hoy en Les Arts, cuenta con un atractivo especial, la participación de Christof Loy, una de las estrellas del panorama actual en la dirección de escena. Es curioso observar como algunos de estos profesionales han conseguido elevar su estatus, y establecerse al nivel de las grandes voces o las batutas mas cotizadas. Hasta el punto de que hoy en día, la mayoría de los grandes montajes vienen firmados por  apenas media docena de nombres propios. La propuesta de Loy es una elaborada metáfora, en donde las profundidades del lago donde moran las ninfas, son sustituidas por las desvencijadas estancias de lo que parece ser un viejo teatro. En el centro, un elemento a modo de rocalla, bastante difícil de justificar, sirve de plataforma de ingreso y desalojo. También es la única parte del decorado que muta, por consiguiente la fatiga visual está garantizada a partir del segundo acto. Rusalka, que en el relato original reniega de su naturaleza inmortal,  deviene en bailarina cruelmente mutilada, y a partir de esto se teje un trasunto paralelo, que ciertamente funciona muy bien, pero que es otro relato. Es curioso como casi nadie se atreve a cambiar partes de un libreto, y mucho menos modificar una partitura, sin embargo, para las cuestiones relacionadas con la escena la libertad no solo es ilimitada, sino que se aplaude la excentricidad de convertir una historia en otra completamente diferente. 

La iluminación estroboscópica tan solo animó la escena durante un instante, y el resto del tiempo el decorado estuvo sumido en un ambiente mortecino bastante poco interesante. El movimiento del considerable número de bailarines y figurantes fue algo frenético, caótico en algunos momentos, y poco o nada ayudó al desarrollo de la acción, más bien acabó por desdibujar el hilo argumental, convirtiendo el fluir de las etéreas criaturas de las aguas en una clase de joging, donde todo el mundo iba al trote en dirección a ninguna parte. Otros defectillos como el ruido que hacen las flores de alambre al ser arrojadas por la despechada novia, podría solucionarse sustituyéndolas por otras naturales, digo yo . 

Una escena de «Rusalka» / Foto: Miguel Lorenzo-Mikel Ponce

Olesya Golovneva se encargó de dar vida a Rusalka. Su voz estaba poco apoyada en la parte grave, pero brilló en el registro agudo y supo sacar todo el partido a este riquísimo personaje, lleno de matices e intensidad. Estuvo afinada y cantó deliciosamente la hermosa canción de la luna, pero hubo un pasaje bastante largo al inicio del segundo acto, en el que estuvo descuadrada de la orquesta durante  varios compases. El infortunado Príncipe fue cantado por el tenor británico Adam Smith. Precedido por una gran cantidad de elogios y  parabienes de la crítica, a mí no me terminó de convencer. Encontré su voz muy desigual y con un cierto toque metálico. No desafinó mucho, pero no encontró acomodo en la textura orquestal, y su timbre parecía siempre superpuesto. En la parte actoral resultó creíble, porque su ectomorfa anatomía le ayudó mucho, aunque ciertamente se movió con poca soltura. La hechicera Jezibaba, en la voz de  Enkelehda Shkoza, fue uno de los elementos mas atractivos de la noche. Shkoza posee una voz grande y cálida, homogénea y compacta. Su afinación irreprochable y la contundencia de su gestualidad configuraron un personaje sólido y atractivo, a pesar de que su papel es limitado. Sinéad Campbell-Wallace se metió en el papel de la Princesa Extranjera confiriéndole el matiz apropiado de frivolidad. Su voz,  transparente y bien colocada, anduvo algo falta de expresividad, pero este defecto fue compensado por su excelente faceta de actriz. Funcionó muy bien la triada de ninfas interpretadas por Cristina Toledo, Laura Fleur y Alyona Abramova, cuyas voces sonaron muy empastadas y bastante ajustadas. Además se movieron por la escena con gracilidad, lo que permitía hacer una doble lectura, percibiéndolas simultáneamente como  ninfas y como bailarinas. El bajo ruso Maxim Kuzmin-Karavaev, que encarnaba a Vodnik, fue el que más problemas tuvo que resolver. En primer lugar, su timbre abaritonado se desliga de la tesitura, y eso produce una clara merma en la proyección. Dicho de otra manera, acusó una evidente falta de potencia y en varios pasajes acabó totalmente eclipsado por la orquesta. Además su juventud hacia difícilmente creíble su papel de venerable padre. Daniel Gallegos, El Cazador, cantó su papel con solvencia. Su timbre cálido y su buen sentido de la afinación le permitieron resolver la actuación sin más problema en lo que a la música se refiere, pero estuvo poco convincente como actor, quizá por la limitación de movimiento que se le impuso desde la dirección de escena. La Pinche de Cocina estuvo interpretada por Laura Orueta. Esta joven mezzo formada en el Centre de Perfeccionament ya ha pisado las tablas de Les Arts en numerosas ocasiones. Posee una voz muy homogénea y una excelente afinación. La dirección musical corrió a cargo de Cornelius Meister, una de las batutas mas prestigiosas de la actualidad. No tuvo, sin embargo, una noche acertada. Si bien es cierto que seleccionó los tiempos con un gusto exquisito y que aportó una gran variedad de matices, no consiguió dominar a la orquesta respecto al volumen, y tapó varias veces a los cantantes. También hubo un número demasiado elevado de desajustes, especialmente en entradas y pizzicati, defectos totalmente ajenos a esta agrupación. El cor de la Generalitat Valenciana, reducido a las cuerdas agudas, cantó fuera de escena, de forma correcta sin más.

Una escena de «Rusalka» / Foto: Miguel Lorenzo-Mikel Ponce

Fue un error interpretar los actos segundo y tercero sin solución de continuidad. Se hizo demasiado largo. El escenario ya resultaba anodino desde hacia rato y las multitudes que correteaban de un lado para otro no conseguían disimular el problema.

A pesar de todo fue un espectáculo de primer nivel y el público, que ocupó la sala casi en su totalidad, se mostró satisfecho.


Valencia, 30 de enero de 2024. Palau de Les Arts. Rusalka de A. Dvorák. Cornelius Meister, direccion musical. Christof Loy, dirección de escena. Olesya Golovneva, Rusalka. Adam Smith, El Principe. Sinead Campbell-Wallace, La Princesa Extranjera.  Enkelehda Shkoza, Jezibaba. Maxim Kuzmin-Karavaev, Vodnik. Cristina Toledo, Ninfa 1ª. Laura Fleur, Ninfa 2ª . Alyona Abramova, Ninfa 3ª. Daniel Gallegos, El Cazador. Laura Orueta, Pinche de Cocina. OW Crítica: «Rusalka» Les Arts Valencia