Crítica: «Parsifal» en Múnich

 

Por Luc Roger Crítica «Parsifal» Múnich

Clay Hilley e Irene Roberts estelares en el Parsifal de la Ópera de Múnich

En la Múnich, la Pascua está tradicionalmente ligada a una representación de Parsifal. Este año, la Bayerische Staatsoper ha recuperado la producción que Pierre Audi puso en escena hace seis años, con decorados de Georg Baselitz y Christof Hetzer, para cuatro representaciones en primavera y dos en el próximo festival de verano. El director de orquesta alemán Constantin Trinks se encarga de la música. La sensación de esta reposición de Parsifal viene principalmente de Clay Hilley como Parsifal e Irene Roberts como Kundry.Crítica «Parsifal» Múnich

Plano general de una escena de «Parsifal» en la Bayerische Staatsoper de Múnich / Foto: Wilfried Hösl

Son sobre todo los decorados de Georg Baselitz los que capturan la imaginación. Georg Baselitz ha dejado su impronta en el arte alemán de los siglos XX y XXI a través de la violencia expresiva de sus obras, que evocan el primitivismo y el expresionismo del Berlín de los años veinte. Sus pinturas figurativas se caracterizan por su presentación «de arriba abajo», dibujadas y pintadas con grandes pinceladas. Sus esculturas, casi siempre en madera, están realizadas con motosierra.

Christian Gerhaher como Amfortas / Foto: Wilfried Hösl

Los primeros acordes solemnes y místicos de Parsifal resuenan ante un telón de estilo alemán en el que Georg Baselitz ha representado cuatro cuerpos demacrados y sin cabeza que descansan sobre lechos apenas esbozados, dispuestos por parejas y enfrentados pie con pie. La cortina se levanta para revelar un bosque negro y esquelético en medio del cual hay una estructura cónica de troncos carbonizados unidos en la parte superior como los palos de un tipi, que probablemente representa el Templo del Santo Grial. A la derecha de la escena, un esqueleto, tal vez de un caballo en pie, forma una especie de refugio bajo el que se agazapa Kundry. A la izquierda, arde una gran hoguera. Los caballeros del Grial llevan extrañas capas, cuyos hombros parecen cubiertos por una manta enrollada y sujeta por correas, lo que ensancha considerablemente su estatura. El escenario es desencantado y angustioso, con un bosque, un templo y trajes en tonos negros, en los que Amfortas, vestido de blanco sucio, entra arrastrándose, apoyado en una muleta. Sólo el gran esqueleto blanco y el fuego aportan un poco de luz a este mundo totalmente oscuro. Es en este ambiente de luto y profunda tristeza donde cae el cisne, una marioneta disecada a la que Parsifal acaba de disparar. Los movimientos del coro de caballeros, orquestados por Pierre Audi, son una belleza, sobre todo cuando se vuelven hacia el fondo del escenario y se iluminan desde arriba, primer ejemplo notable de la excelente iluminación de Urs Schönebaum. 

La siguiente escena es aún más oscura, con tres estructuras troncocónicas más pequeñas iluminadas, al igual que la cabeza de Amfortas y el «templo» del Grial donde se encuentran Gurnemanz y Parsifal. Amfortas circula entre los caballeros, bendiciéndolos con su corona de hierro. Titurel (Bálint Szabó, voz en off) ordena a su hijo que desvele el Grial, pero Amfortas se niega inicialmente, deseando morir, agotado por el sufrimiento de su herida incurable. Los caballeros se desnudan completamente para recibir la luz del Grial, y lo que ven es una masa de carne gorda, flácida y envejecida, de un rosa sucio, con los genitales enrojecidos, marcados por la ginecomastia. Cuerpos a imagen de este mundo moribundo que, como su rey Amfortas, está a punto de desaparecer. Aunque esta desnudez es enfermizamente triste, es más un reflejo de la renuncia al mundo y de la consagración al servicio exclusivo del Grial que algo chocante o malsano. El Grial parece ser un pequeño frasco de color rojo brillante, tal vez inspirado en el frasco napolitano que se dice contiene la sangre de San Genaro. El esfuerzo de Amfortas hace sangrar su herida. Tras la adoración, el coro comienza a dar vueltas alrededor del «templo» cónico, como hacen los peregrinos musulmanes alrededor de la Kaaba, antes de dispersarse en las profundidades del bosque. La renovación de la fuerza provocada por el culto al Grial es efímera, ya que los árboles esqueléticos se ablandan y se derrumban sobre sí mismos.

Clay Hilley (Parsifal) rodeado de las muchachas / Foto: Wilfried Hösl

El segundo acto comienza con una autocitación de Georg Baselitz, que recuerda su obra pictórica: las cuatro figuras del telón del escenario del primer acto se presentan «de arriba abajo», con las figuras invertidas, con las cabezas boca abajo. Como veremos, esta inversión sirve al propósito de la puesta en escena de Pierre Audi, que sigue muy de cerca el mensaje del poema de Wagner: para alcanzar la salvación, necesitamos realizar una inversión radical en nuestra relación con los demás, pasando del mundo del consumo (y en particular del consumo sexual a través del deseo y la apropiación) al de la compasión. La apertura a los demás exige abnegación.Audi lo subraya en el segundo acto al presentar la tristeza de los cuerpos desnudos y ofrecidos de las mujeres que pueblan el jardín encantado de Klingsor, adonde acude Parsifal. Las doncellas flores, a su vez, se desnudan para revelar la carne gastada y sucia de las putas lascivas de la más baja ralea, con los pezones y los sexos muy enrojecidos. En lugar del exuberante y exótico jardín en terrazas inspirado en la Villa Rufolo en Ravello, el reino de Klingsor está representado muy sencillamente por un gran velo escénico sobre el que Baselitz ha esbozado rápidamente (a grandes trazos) un castillo con una muralla desconchada, de la que se han desprendido algunos bloques que sirven de asientos para los cantantes. El propio Klingsor es un personaje repulsivo, desaliñado, hinchado y desgreñado. Tras la conmovedora escena del beso, en la que Parsifal comprende el origen de la herida de Amfortas, el inocente de corazón puro no tiene problemas para recuperar la Santa Lanza, que Pierre Audi ha reducido al tamaño de una fina barra de hierro en forma de cruz. El velo del castillo se desploma sobre el escenario, simbolizando la desaparición de Klingsor y de su mundo.

En el tercer acto, encontramos el decorado del primer acto completamente invertido, suspendido boca abajo de la pasarela, con el «templo» cónico del Grial y los árboles esqueléticos colgando del techo, simbolizando quizá la inversión total de actitud que implica una conversión espiritual, un mundo al revés en el que Ágape, el amor por la entrega y la compasión, ha sustituido a Eros, el amor de apropiación. Es también un mundo reconciliado: la lanza ha sido recuperada, Titurel ha podido por fin morir, y el Viernes Santo verá la curación y la salvación de Amfortas, la conversión de Kundry y la coronación del inocente de corazón puro. La tumba de Titurel está representada por un pequeño montículo en primer plano, del que Amfortas toma un poco de tierra y se frota. Con gran efecto, los caballeros desaparecen en el sótano, al fondo del escenario, como si descendieran una colina y regresaran por el mismo camino. Para el final, un lienzo casi transparente desciende a modo de telón de proscenio, sobre el que está impresa una constelación estrellada. Pronto nos damos cuenta de que los cúmulos de estrellas forman el cuerpo de una gran paloma. Así, el cielo del que ha caído un cisne se llena con la paloma blanca de la redención.

Clay Hilley e Irene Roberts / Foto: Wilfried Hösl

La dirección de Pierre Audi, la escenografía de Georg Baselitz y el vestuario de Florence von Gerkan que simula obesidad, envejecimiento y obscenidad, no son ensoñadores, sino inquietantes e incitan a la reflexión. Nos muestran una conceptualización del amor que sigue paso a paso la espiritualidad del poema de Wagner, insistiendo en la transformación alquímica de los personajes, transformación que implica una necesaria toma de conciencia de sí mismos. Lejos de los escenarios encantadores imaginados por Wagner, nos espera un brusco despertar, con imágenes poderosas e inquietantes que se alzan como terribles espejos. Por supuesto, podemos preferir esconder la cara, cerrar los ojos y escuchar sólo la música sublime de Wagner, pero también hay una estética del dolor y de su trascendencia, en la queAudi nos invita a participar. La acción de Parsifal está sembrada de dolor y trampas, y su camino conduce a las grandes reconciliaciones del tercer acto, y esto es lo que la obra de Audi y Baselitz capta tan acertadamente.

La música expresa sublimemente las transformaciones sugeridas por el texto poético del libreto de esta ópera en forma de testamento que nos enseña a amar. La orquesta y el coro desempeñan un papel esencial. La calidad de los instrumentistas responde a todas las expectativas. Los coros, dirigidos por Christoph Heil, deslumbran por su excepcional unísono y fervor expresivo. Destacan el excepcional coro masculino en la escena del Grial y las armonías celestiales del coro femenino al final de la ópera. La dirección musical de Constantin Trinks se caracteriza por tempi más bien lentos y una lectura romántica de la obra, con amplios desarrollos sonoros que sorprenderán a los oídos acostumbrados al foso cubierto de Bayreuth.

El bajo alemán Georg Zeppenfeld está encantado de volver a interpretar el papel que dice preferir por encima de todos los demás, el de Gurnemanz, para el que se ha convertido en el intérprete de referencia. Aprecia este papel precisamente definido, que permite al cantante enriquecerlo con los colores que le convienen y seguir su imaginación creadora: las posturas adoptadas por Gurnemanz ante los acontecimientos son siempre claramente reconocibles. Zeppenfeld posee una proyección y una perfección de articulación poco comunes, un fraseo perfecto, cada palabra es comprensible y recibe el color y el matiz de una entonación adecuada, cada consonante suena e impacta. Conseguir mantener embelesado al público durante el desarrollo narrativo del monólogo del primer acto es una proeza prodigiosa. La incomparable belleza del timbre de esta voz perfectamente colocada hace el resto. Nuevo reencuentro con Christian Gerhaher, que en 2018 protagonizó uno de los debuts más exitosos como Amfortas en este mismo escenario, y que hoy vuelve a superarse con una voz poderosa y desgarradora y una interpretación escénica notable por su autenticidad en la expresión desesperada del sufrimiento, las dudas sobre su misión y el agotamiento. Nos cautiva la elevada densidad de su interpretación.

Irene Roberts y Georg Zeppenfeld / Foto: Wilfried Hösl

Una velada de descubrimientos, con dos brillantes interpretaciones muniquesas: el Heldentenor wagneriano Clay Hilley en el papel principal y la mezzosoprano Irene Roberts como Kundry. El tenor estadounidense Clay Hilley fascina con su vibrante presencia escénica y su canto, expresando el paso de la juventud inocente e impulsiva de Parsifal, el loco de corazón puro, a una madurez más interiorizada y a la sabiduría espiritual de la realeza, que acepta como algo natural. Clay Hilley ha disfrutado de una deslumbrante carrera wagneriana en los últimos años, asumiendo un papel tras otro y logrando éxito tras éxito (Erik, Stolzing, Tristan, Siegmund, ambos Siegfried, Tannhäuser y Parsifal), demostrando una resistencia poco común. La voz es clara y rotunda, la pronunciación perfecta, el texto es cantando con vigor y empuje, y cada palabra es comprensible con bellas variaciones de color emocional. Una auténtica delicia. Irene Roberts, también estadounidense, posee el mismo alto nivel de resistencia. Realiza una interpretación de Kundry que interpreta el texto wagneriano y su sufrimiento, el de una mujer compleja y desesperada, desgarrada entre dos mundos, un ser que siente físicamente su culpa y busca una salida en el mismo momento en que intenta seducir a Parsifal. Sus sucesivas transformaciones marcan la evolución de su personaje, desde la mujer de pelo extravagante de la edad de las cavernas del primer acto a la rubia seductora del segundo, y luego a la presencia escénica muy fuerte aunque casi muda del tercer acto en el que, reconciliada y convertida, adopta la apariencia de una monja de pelo corto y negro. También en este caso, el trabajo de la diseñadora de vestuario Florence von Gerkan es realmente notable. Jochen Schmeckenbecher realiza una excelente interpretación de Klingsor, barítono alemán cuyo repertorio incluye otros papeles wagnerianos como Amfortas, Kurwenal y Alberich. 

Durante el festival de verano, parte del reparto cambiará, con Gerald Finley como Amfortas, Tareq Nazmi como Gurnemanz y Nina Stemme asumiendo el papel de Kundry.


Múnich (Nationaltheater), 31 de marzo de 2024.                      Parsifal de Richard Wagner

Director musical: Constantin Trinks. Dirección de escena: Pierre Audi. Escenografía:  Georg Baselitz / Christof Hetzer. Vestuario: Florence von Gerkan. Iluminación: Urs Schönebaum
Dramaturgia: Klaus Bertisch Benedikt Stampfli. Coro: Christoph Heil

Elenco: Christian Gerhaher, Bálint Szabó, Georg Zeppenfeld, Clay Hilley, Jochen Schmeckenbecher, Irene Roberts, Kevin Conners, Roman Chabaranok, Emily Sierra, Seonwoo Lee, Jonas Hacker, Zachary Rioux, Louise Foor, Natalie Lewis, Eirin Rognerud, Eliza Boom, Yajie Zhang

Orquesta Estatal de Baviera.              Coro de la Ópera Estatal de Baviera.                OW