Oviedo, Javier NEIRA

Un mar de obsesiones para una música extraordinaria, interpretada por solistas, coro y orquesta de forma magistral. La ópera «Peter Grimes», de Benjamin Britten, quinto y último título de la LXIV Temporada de Ópera del teatro Campoamor, impresionó y arrastró al público a un tobogán de cumbres y abismos en una tarde noche memorable.

«Cuando las mujeres cotillean alguien pierde el sueño», canta el pueblo de pescadores por boca del Coro de la Ópera de Oviedo, en su mejor actuación desde que fue remodelado, y realmente como coprotagonista, con el propio Grimes, de la ópera. Un arranque que presenta uno de los dos motores del drama: las murmuraciones, la hostilidad del grupo hacia quien, sencillamente, es distinto. El otro, la extraña muerte de los jóvenes ayudantes del pescador.

Grimes, encarnado por el tenor australiano Stuart Skelton -un verdadero lujo de cantante- y encaramado en una especie de estrado-patíbulo, lanza la historia al decir que «los cargos que no me imputáis me los echarán en cara».

La suerte estaba echada ya al principio y la representación partió ayer desde lo más alto, musical y conceptualmente, en la pugna entre la naturaleza y la cultura: «El hombre inventó la moral; la marea no tiene ninguna». Casi paralelamente, la institutriz Ellen Orford, interpretada por la soprano británica Judith Howarth -también excelente- canta y recita pasajes de la Biblia, ya que Britten -y/o su libretista Slater- es un verdadero pozo sin fondo de obsesiones y no para de darle vueltas especialmente a la religión.

La coproducción de Oviedo, Londres y Gante fue muy eficaz a la hora de subrayar una trama más sórdida incluso que cualquiera de las de Brecht, y, por lo demás, inverosímil en un pueblo de pescadores como Cudillero, porque el alma del Norte tiene claves irreproducibles. Y ahí, deslumbrante, la dirección de escena de David Alden, que, como si fuese el filme «Cabaret», logró chispas divertidas incluso en lo más triste y gris. Por su parte, la labor del maestro Corrado Rovaris al frente de la OSPA fue particularmente buena.

En el chigre -con una tabernera del puerto imposible en nuestras coordenadas-, siguiendo técnicas de mimo, cantan «vive, deja vivir y las manos quietecitas» mientras el capitán -el barítono anglo-egipcio Peter Sidhom: muy bien- reprende al predicador que persigue a las mujeres. Philip Sheffield, en el papel de predicador, se quedó sin voz por un catarro y fue doblado en algún pasaje por Michael Colvin sin mayores problemas.

Peter Grimes, cuesta abajo, contrata a un nuevo ayudante -el actor Sergio Monferrer, de 13 años, de Piedras Blancas, excelente- para pescar y canta «¿quién hará retroceder al cielo para empezar desde cero?». Empezar otra vez, rectificar los errores, salvarse aún...

El segundo acto, según un planteamiento convencional, se centra en Grimes y Ellen, la pareja protagonista. Pero pronto es desbordado por el pueblo, que nada sobre la brutalidad del pescador, las esperanzas de la institutriz, la posibilidad de redención y la soledad de ambos. Un psicoanálisis musical.

El volcán vuelve a estallar. En el último acto, tras la muerte de su nuevo ayudante, Grimes canta «¿qué puerto puede acoger las tragedias?» y acaba perdiéndose en el mar, en la naturaleza amiga frente a la cultura hostil. El público premió la representación con seis minutos de aplausos.

El alcalde, Agustín Iglesias Caunedo, que siguió la función desde el palco municipal, acompañado de directivos de entidades musicales asturianas, indicó que le gustaba mucho la ópera «Peter Grimes», «especialmente en esta producción», y que era la primera función de ópera a la que asistía como alcalde, posibilidad que vivía como un honor.