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Miércoles 23/01/2013. Actualizado 12:56h.

URGENTE

ÓPERA | Estreno

Philip Glass se apiada de Disney

El actor Christopher Purves, Glass (en el centro) y el director musical de la obra. | Efe

El actor Christopher Purves, Glass (en el centro) y el director musical de la obra. | Efe

A Philip Glass lo "sepultaron" los clamores nada más insinuarse en el escenario del Real. Era el veredicto con que los espectadores madrileños celebraron esta noche el estreno mundial de 'The perfect american', cuya expectación explica que se hayan acreditado medio centenar de medios internacionales.

Es una prueba de la capacidad de convocatoria de Philip Glass, con más razón cuando la obra en cuestión presumía una descarnada desmitificación del compatriota Walt Disney.

No ocurre realmente así. El embarazoso libreto de Rudy Wurlitzer y la música edulcorada de Glass relativizan el retrato despiadado que había concebido Peter Stephan Jungk en la cáustica novela que dio origen al proyecto operístico.

No es que Jungk renegara de la importancia de Disney como patriarca de la cultura de masas ni como creador del universo de la fantasía otorgando el don de la palabra a los animales, pero su retrato sensacionalista perseveraba en la oscuridad del hombre: arrogante, misógino, racista, tirano, mezquino, ultraconservador, inculto, hipocondriaco, megalómano.

Semejante material prometía un ritual iconoclasta. Con más razón cuando la idea original de Mortier consistía en estrenar 'The perfect american' en la New York City Opera. Se trataba de cuestionar un mito fundacional y doméstico a orillas del Hudson, de tal forma que la extrapolación madrileña, jaleada anoche con entusiasmo, rebaja la intensidad de la «fechoría» tanto como ha podido hacerlo la autocensura en que parece incurrir el propio Philip Glass.

Meritoria puesta en escena

El compositor americano propone una mirada condescendiente, comprensiva y hasta lírica. Su música de mantras parece discrepar de las aristas del personaje, quizá porque el libreto de Wurlitzer carece de corpulencia y de verdaderas posibilidades dramatúrgicas.

Así se explica la meritoria (y vitoreada) puesta en escena de Phelim McDermott. Que ubica a Disney en un espacio onírico y que relaciona su agonía con la de 'Ciudadano Kane'. No sólo por la estética en blanco y negro. También porque las evocaciones de Disney a la felicidad de la infancia establecen un paralelismo con el «Rosebud» de Orson Welles.

McDermott desentraña a Disney sin alusiones a su iconografía ni lugar a los tópicos. Plantea sus últimos tres meses de vida entre los bocetos imprecisos y flotantes de un «storyboard». Un espacio ambiguo entre la realidad y los sueños que permite jugar arbitrariamente con el tiempo y con los delirios, igual que si la vida de Disney hubiera sido una película.

Philip Glass aporta la banda sonora valiéndose se una orquesta extraordinariamente numerosa. No porque pretenda sepultar a los cantantes ni aturdir a los espectadores, sino porque la variedad enciclopédica de los instrumentos, particularmente en la familia de la percusión, tanto le permite experimentar las atmósferas cromáticas y tímbricas como le consiente prodigar su reconocido virtuosismo rítmico.

Con su música sucede como con el rosario. Se reza mejor teniendo fe que sin ella, aunque el ejercicio de la repetición termina induciendo un poder hipnótico y resaltando la declamación de los cantantes. Especialmente Christopher Purves, solvente alter ego de Walt Disney en un espectáculo de cierto interés visual y de escaso relieve vanguardista que los espectadores del Real apreciaron con ovaciones calurosas.

También fue unánime el reconocimiento al trabajo de Russell Davies en el foso. Conoce mejor que nadie el repertorio de Glass e hizo el esfuerzo de mantener la tensión en el foso, aunque no le ayudó la precariedad de la transición entre unas y otras escenas ni la heterogeneidad de un espectáculo vistoso y amable.

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