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Por Publicado el: 28/03/2014Categorías: Crítica

Plácido Domingo, milagro artístico

Ópera en Valencia
Plácido, milagro lírico
«Simon Boccanegra» de Verdi. P Domingo, G. Yu, I. Magri, V. Kovaliov, G. Hakobyan, S. Artamonov. Ll. Pasqual, dirección escėnica. E. Pidó, dirección musical. Palau de les Arts. Valencia, 27 marzo 2014
Corría marzo de 2007 cuando el Palau de les Arts presentó esta producción, entonces con Lorin Maazel, Lluis Pasqual y Carlos Álvarez como protagonistas fundamentales. En estos siete años han pasado muchas cosas que han tenido su reflejo en la lírica. Ver el edificio de Calatrava sin el troncadis resulta deprimente, como si hubiese habido una guerra. De hecho la ha habido: la guerra económica. Si el contenedor lo denota, también se marca en unos contenidos que sólo se mantienen gracias a la inquebrantable fuerza de voluntad de la intendente Helga Schmidt, aún ilusionada con el proyecto que puso en marcha y por el que ha de derramar cada día sangre, sudor y lágrimas. Allí está, al pié del cañón, con los dolores y magulladores de su recientísimo atropello en Viena. Los políticos valencianos no saben cuánto le deben. Sin dinero, con presupuestos que se reducen a mitad de las temporadas, hay que programar títulos que llenen con costes mínimos. Por eso se recupera esta producción, añadiendo el único gancho disponible, el de un incombustible Plácido Domingo en un papel de barítono, que canta como tenor y que ha llevado ya por todo el mundo con éxito incuestionable.

La producción era entonces y sigue siendo hoy muy oscura, sin que tampoco de luz a un argumento algo caótico de una historia que separa 25 años prólogo de acto primero, para luego trascurrir todo en apenas 50 horas. Franca Squarciapino y Ezio Frigerio, firmantes de vestuario y escenografía, saben siempre ser elegantes. La regia inicial de Lluis Pasqual es retomada por Leo Castaldi sin apenas cambios. Hace 7 años estaba en el foso Lorin Maazel como un lujo excesivamente sinfónico. Ahora baja a él Evelino Pidó para casi caer en el extremo opuesto. Pidó acompaña bien, todo está en su sitio con oficio, pero la dirección musical se contagia de la escénica y falta tensión.

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Uno de los grandes méritos de Schmidt es saber manejarse con mucho y con poco dinero. Los desaparecidos repartos de lujo dan paso a otros mucho menos costosos que funcionan con gran corrección. La misma Amelia de Guanqun Yu es ejemplo de ello y alguna vez incluso salta la chispa de descubrir a alguien como María Agresta, ya nombre reclamado por todos los teatros. Cumplen todos, las muchas voces graves y el tenor Ivan Magrì, de grato timbre pero inmaduro en expresión y escena.
Plácido Domingo es punto y aparte. No queda más remedio que descubrirse. ¿Quién a los 73 años y tras una carrera extensa en repertorio y actuaciones conserva tal fiato y frescura vocal? Nadie. ¿Cuántos artistas como él, de verdad, hay hoy? Bien pocos. Ante esta etapa, supuestamente baritonal pero más bien de tenor sin agudos, uno a veces no sabe qué partido tomar. Sinceramente, desconociendo la obra sólo cabría la admiración total. La reserva viene al conocerla y saber que Simon requiere más robustez y color oscuro en el centro. Él es muy inteligente -¿cómo si no una carrera tan larga?- y sabe que los Rigolettos no le van -de hecho no lo canta ya- pero que en Simon apenas se le pueden poner reparos. Al día de hoy vale más disfrutar de él como tenor, barítono o lo que él quiera que con la gran mayoría de cantantes que pisan los escenarios porque, por encima de todo, es un artista y así hay bien pocos. Que nos dure aún muchos años para qué él y nosotros sigamos disfrutando de su presencia en los escenarios. Seguro que meditará el reto que le lanzo: ¿Sería capaz de ser, a lo Ramón Vinay, el Yago para el debut de Kaufmann como Otello en Londres en 2016? Gonzalo Alonso

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