Los exigentes aficionados de la ópera de Bilbao no han dejado una butaca libre para recibir a nuestra soprano más mediática e internacional. Ainhoa Arteta ha hecho escala en su tierra para protagonizar Manon Lescaut, una obra infalible del repertorio y una apuesta segura para cualquier teatro lírico. Y si la historia de la infeliz Manon se puede resumir como una caída a los infiernos, la representación de la noche del estreno fue justo lo contrario, una progresiva escalada en acierto y calidad.

Ainhoa Arteta resulta físicamente perfecta para encarnar a la bella y seductora Manon. Por sus peculiares características vocales construye una protagonista dura, ya madura y adulta desde su primera aparición como doncella en el primer acto. Tiene una voz de soprano lírica, con cuerpo, graves fiables y un sólido centro. El color es bello aunque se afea con el vibrato en las notas largas. Pero sobre todo destaca por una potencia incisiva y una emisión penetrante, algo que, si no es convenientemente controlado, puede acercarla peligrosamente al grito. En esta velada, realizó casi siempre con éxito ese necesario ejercicio de moderación. Su "In quelle trine morbide" resultó exquisito, y tanto la escena de la prisión como la exhalación final, aunque algo escasas de sutilezas en las dinámicas, rebosaron fuerza e inteligencia dramática.

Gregory Kunde es nuestro tenor ubicuo. Aparece incesantemente y triunfa en todos los escenarios de España –tan solo en Bilbao, cinco veces en los últimos dos años–, y aunque son muchas sus virtudes, habría que recordar a los promotores que existen otros cantantes. El papel del Caballero des Grieux es un tenor lírico spinto, y requiere por lo tanto un bello canto complementado con capacidades para sus numerosos pasajes de fuerza. El norteamericano se dedicó más a la parte dramática que a la lírica. Su "Donna non vidi mai" inicial, estuvo descolorido, casi declamado, con una línea de canto abrupta y sin apenas legato; un recurso que, por otra parte, él ha demostrado dominar. Más adecuada fue la escena del embarque y el trágico final, donde además de potencia, exhibió ese agudo poderoso y fácil que es su inconfundible marca personal. Aunque esta obra descansa casi por completo en la pareja protagonista –a los secundarios no se les concede apenas instantes de lucimiento– hay que destacar la sólida actuación del barítono Manuel Lanza como Lescaut, el hermano manipulador. Por su parte, Stefano Palatchi perfiló a su Geronte, un personaje que representa la contrapartida senil de los jóvenes amantes, con una voz de color oscuro e intensidad rotunda, pero adecuadamente falta de firmeza.

La propuesta escenográfica que nos hace Stephen Medcalf para esta Manon Lescaut se sitúa en el clasicismo y apuesta por un intento de fidelidad a la obra que, sin embargo, no acaba de remontar lo estrictamente literal del texto. En los decorados, el afán de síntesis minimalista se limita a ofrecernos un escenario desnudo, en el que los escasos elementos presentes se pierden en el vacío. Ni el ingenioso recurso del espejo como símbolo de una vanidad que se convierte en cárcel o en cadalso, consigue dar calor a un conjunto gélido incluso en la ardiente escena del desierto. Tampoco ayudó a dar solidez una dirección de actores algo dispersa y vacilante.  

En el foso, Pedro Halffter, consiguió acertar con el tono orquestal tras un par de intentos. Si en el primer acto actuó por defecto, con una orquesta de baja presencia, poco lucimiento tímbrico y absorta en las cuerdas, en el segundo lo hizo por exceso, con arrebatos desmedidos en los momentos de mayor intensidad dramática. El espíritu de la música de Puccini se instaló finalmente en la segunda mitad, a partir de un conmovedor intermezzo ejecutado con elegante fraseo y atención a los detalles.

Una noche prometedora que arrancó a trompicones, sin un buen ajuste, pero que fue mejorando según avanzaba, hasta un emotivo final. Vista la evolución, para desarrollar por completo el potencial de la partitura se hubieran necesitado, posiblemente, un par de actos más. 

***11