Hansel y Gretel en Seattle, una inesperada novedad

Hansel y Gretel en Seattle
Hansel y Gretel en Seattle. Foto: Jacob Lucas

La Ópera de Seattle ofrece estos días la ópera Hansel y Gretel, de Elgelbert Humperdinck, en una producción del conocido director de escena francés Laurent Pelly. La Orquesta Sinfónica de Seattle (SSO) está dirigida por Sebastian Lang-Lessing, que vuelve a Seattle después de su apreciable trabajo en el Holandés Errante de Wagner.

No es un secreto que muchas de las compañías de ópera en los Estados Unidos se miran en el espejo de la Metropolitan Ópera de Nueva York a la hora de hacer sus programaciones. Un claro ejemplo de ello es la proliferación de representaciones de Hansel y Gretel que se ha podido ver en Norteamérica a partir de la producción en inglés que hizo el Met en 2008. Heredera del wagnerismo, pero sin sus desafíos filosóficos, Hansel y Gretel suele ser del gusto de la afición americana: un final feliz, personajes lineales y una clara diferenciación entre el bien y el mal. Y aún más aún en estas fechas, en pleno Halloween y con las Navidades cerca.

Tal vez por todo ello, no esperábamos demasiado de este Hansel y Gretel de Seattle. Sin embargo, por la gran calidad de esta producción, que aúna un sólido elenco de cantantes con una orquesta impecable y una escenografía inteligente y eficaz, el título de está revelando como el mejor en lo que va de temporada en Seattle.

Pelly convierte el telón del McCaw Hall en una caja de cartón. Un envoltorio humilde en consonancia con la realidad cotidiana de los protagonistas, pero también un poderoso elemento escénico que introduce veladamente las ideas del consumismo, la basura o la magia del regalo. Es, además, especialmente sugerente en Seattle, en una ciudad donde la vida circula en todas direcciones oculta en paquetes de Amazon. Una caja de cartón es también la casa donde viven Hansel y Gretel, rodeados de hambre y miseria, con unos padres que se debaten entre la desesperación depresiva ante un futuro incierto de la madre y el alcoholismo y la violencia del padre. Todo ello, recalcamos, tratado con un tacto de seda que permite obviar si se desea estos y otros asuntos espinosos, como la obesidad infantil, la obsesión por el consumo o incluso la ambigüedad sexual, presente en la poderosa relación entre Hansel y la bruja.

La soprano Ashley Emerson interpretó con éxito el papel de Gretel, con finura en la línea de canto y precisión en la dicción. Su voz es más lírica que dramática por lo que, aunque su Gretel fue dulce y elegante, echamos en falta un mayor voltaje vocal. La mezzo Sasha Cooke fue Hansel. Una voz que se deleita con su oscuridad, pese a la juventud de la intérprete. Sin duda, Cooke fue la cantante más sólida de la representación del sábado 22.

Hansel y Gretel en Seattle
Hansel y Gretel en Seattle. Foto: Jacob Lucas

El conocido tenor John Easterlin hizo de bruja. Los aficionados de Madrid recordarán su actuación en el Teatro Real como Andy Warhol en The Perfect American. El papel no representó ninguna complicación para el tenor de Nueva York, quien disfrutó de lo lindo de esta bruja psicópata y posmoderna de Pelly. Acaso podríamos afearle a Easterlin un exceso que histrionismo que contrastó con la finura general del espectáculo.

Marcy Stonikas (una soprano dramática de medios amplios) y Mark Walters (un barítono be bello timbre) fueron Gertude y Peter, los padres de los niños. Con voces poderosas ambos, supieron darle brillo a sus papeles y, por su aptitud escénica y su estilo canoro, aportaron solidez al resultado final.

La soprano Amanda Opuszynski interpretó el rol doble de hada de la noche y hada del rocío. Resultó muy atractiva en el plano visual, con estudiada coreografía y gestos precisos. Vocalmente convence más como hada de la mañana, acaso porque en la canción que canta para que los niños se duerman se echó en falta mayor inspiración y altura estilística.

El director de orquesta berlinés Sebastian Lang-Lessing supo obtener las mejores prestaciones de la SSO, demostrando su dominio del estilo, si bien aún sigue creciendo en profundidad dramática.

Al final de la ópera, los personajes principales celebran la muerte de la bruja y la clausura del horno de asar niños como el epítome del triunfo del bien sobre el mal. Y lo hacen rodeados de un coro de niños obesos, mientras con avaricia rellenan de comida un carro de la compra. Todo un aldabonazo en las conciencias de los espectadores, y una muestra más del interés de esta memorable versión de Hansel y Gretel.

Carlos Javier López